CONTRATAPA

Himmler y nosotros

 Por Osvaldo Bayer

Treinta años de lo incomprensible. La dictadura militar de la desaparición de personas. Ya ha empezado la discusión que nunca terminará: ¿cómo fue posible tanta crueldad? Cómo fue posible que mentes humanas en un país cristiano, católico por añadidura, puedan haber concebido tanta perversidad. Sí, tal vez la palabra definitoria sería perversidad, más, sevicia. O no, más que eso. ¿No alcanzan las palabras? El prisionero rebajado a insecto, y desde ese momento la inquisición, el vía crucis de la desaparición. Para siempre. Hasta desfigurarlo en sus niños a quien se los arrojaba a manos extrañas, tal vez manos de verdugos. Lo hizo un régimen de uniformados y de sus no uniformados siempre solícitos.

La búsqueda del porqué tanta perversión la viví en Alemania cuando en 1952 llegué allí para estudiar. Era la época cuando la nueva generación, los jóvenes, comenzaban a preguntarse por qué sus padres habían cometido, o apoyado por lo menos, los horribles crímenes nazis. Los pocos viejos que habían regresado de la guerra, callaban. Las mujeres se dedicaban a la reconstrucción. La discusión sigue hoy todavía. Lo que nunca habían pensado los culpables del genocidio es que gran parte de sus propios hijos y sus nietos se iban a avergonzar de ellos. E iban a llevar toda su vida como maldición el ser hijos o nietos o siquiera familiares de los que ejercieron el poder omnímodo de las cámaras de gas.

Un libro que acaba de salir en Alemania trata de aclarar el porqué del drama, el porqué hijos obedientes, cristianos, bien educados, se transformaron en feroces asesinos que eliminaron pueblos como si hubieran usado un insecticida para acabar con las cucarachas. Se trata del libro Los hermanos Himmler y su autora es Katrin Himmler, sobrina nieta del más grande asesino de seres humanos de toda la historia de la humanidad: Heinrich Himmler, ministro del Interior de Hitler y jefe de las SS.

Todo el interés de Katrin Himmler en estudiar su familia comenzó cuando en el colegio primario, en una clase, un compañero le preguntó en voz alta: ¿Eres tú parienta de Heinrich Himmler? Y ella contestó correctamente: “Sí, soy su sobrina nieta”. Se produjo un silencio helado. Todos la miraron con espanto. La maestra no movió un músculo. Era como tener ahí el fantasma vivo de la muerte.

Desde ese momento Katrin comenzó la búsqueda de la verdad: documentos, testimonios, las explicaciones familiares. Llegó a la comprobación que llevaba la sangre del peor criminal de toda la historia. Los decretos, las órdenes, las cámaras de gases, los campos de concentración, la “limpieza” de Polonia, Rusia, Rumania. Yugoslavia... para qué más. El racismo más indignante: el desprecio por el ser humano. Ancianos, mujeres, niños, hombres marchando en fila a las cámaras de gases. Katrin Himmler se sintió culpable de llevar esa sangre y cuando llegó a la madurez se encontró con un joven judío y tuvo un hijo con él. Era la respuesta a su familia que había sido capaz de engendrar a Heinrich Himmler. Y ahora, una mujer de esa propia familia les demostraba que ella repudiaba a ese ser maligno. Un hijo, que llevaba la sangre del peor criminal y de sus propias víctimas. Fantasías de la historia. Fantasías del ser humano. Claro, Katrin Himmler, la joven madre, no se preguntó qué hará ese niño cuando sea grande: tengo la sangre del gran asesino y del pueblo que fue su víctima. ¿Es una tragedia? Es una enseñanza.

Tema para psicoanalistas, para historiadores, para sociólogos, para antropólogos. Para teólogos. Para todos. Dios, en su infinita bondad, sería la interpretación, tal vez, del papa Ratzinger. Claro, donde cabe la pregunta: ¿bondad en crear a Himmler, a los Himmler. A los Videla, Massera, a los Astiz..? O en permitir al hombre que cavile acerca de la magnitud a que puede llevar el Mal. Himmler, en el país de Kant, el de la Etica.La familia Himmler: monárquica, fiel al Kaiser, católica, que enseñó a sus tres hijos varones obediencia al padre, a la madre, al Kaiser. Orgullosos de su patria, patriotas, como se decía. De niños, jugar con soldaditos de plomo y marchar en el colegio con paso militar. Himmler, el segundo de los tres hijos varones no tendrá la suficiente edad para ser llamado a la Primera Guerra Mundial. Sí, su hermano mayor. Y en vez de aprender de esa masacre que costó la vida de millones de jóvenes, algo más irracional que cualquier otra cosa en la historia del hombre, entre países cristianos, no, se prepararon desde la derrota hacia la revancha. Veinte años después.

Alemania había sido traicionada por los judíos y los comunistas, fue la teoría de la derecha, que en la derrota buscó explicaciones ante tanta insensatez suicida y con Hitler iba a caer en el absurdo desatino de más violencia. La violencia dignifica. La lucha contra la otra Alemania, la que buscaba el socialismo a través de la revolución, o a través de la libertad, como en la República de los Consejos Obreros, Campesinos y de Soldados que intentó la igualdad y la paz en Munich en la posguerra y fue despiadadamente eliminada por los uniformados vencidos en la guerra y que, ahora sí, asesinaban a los que no querían combatir con las armas sino con las ideas. En esos “cuerpos libres” uniformados intervino ya el joven Heinrich Himmler. Serán los mismos que asesinarán a la mensajera de la paz y el derecho de todos: Rosa Luxenburg. Todo un símbolo: le destrozaron su cabeza llena de sueños e ideas, de un culatazo de máuser.

El libro de Katrin Himmler trae párrafos del diario que llevó siempre Heinrich Himmler. En el mismo puede leerse cómo él se exhortaba a sí mismo a mantener con toda severidad los diez mandamientos católicos. Interesante para estudiosos del ser humano es la frase de Himmler en su diario donde rechaza categóricamente toda relación sexual antes del matrimonio, pero al mismo tiempo se interesaba de toda obra que tratara el tema sexual. Lo que más le gustaba era practicar el tiro al blanco y usar uniformes. Lo escribe él mismo.

Ya en las filas de Hitler, Himmler siguió concurriendo a misa con su familia, pero poco a poco su fe se iba trasladando al estudio del espiritismo y del ocultismo. Será el momento en que escriba en su diario: “Hitler es realmente un gran hombre y, ante todo, legítimo y puro. Sus discursos son muestras magníficas de germanismo y del ser ario”.

Luego, la autora demostrará prueba a prueba toda la culpabilidad de su poderoso pariente desde el momento en que el nazismo llegue al poder. Heinrich Himmler se casará y tendrá una hija. Al mismo tiempo tendrá como amante a su secretaria con la cual tendrá dos hijos. Un varón, minusválido, y una niña que después de la guerra será médica. Al perder la guerra, Himmler se suicidará en el momento de ser tomado prisionero por los ingleses. Su hermano menor morirá en la batalla de Berlín y el hermano mayor pasará tres años de prisión al fin de la contienda.

Todos los crímenes de Heinrich Himmler quedan demostrados en el libro de su sobrina nieta. Se puede decir que ella estudió para tratar de descubrir por qué su pariente cometió esos bestiales crímenes masivos. Ella se recibió de científica social y luego estudió historia, e hizo cursos sobre racismo e interculturalidad. Vive con su hijo en Berlín.

Pero claro, el tema no termina allí. Ella agregó un ensayo sobre la culpa colectiva del pueblo. Y allí viene la discusión.

Una discusión que debemos iniciar –o continuar– los argentinos. ¿Cómo fue posible la aplicación del sistema de la desaparición de personas por nuestros militares? ¿Tuvimos criminales del tamaño de Heinrich Himmler? Sí, un Camps, por ejemplo, si bien menor en la cantidad de víctimas pero la misma ferocidad. Basta analizar la Noche de los Lápices. Torturar, vejar hasta el paroxismo a adolescentes, y finalmente quitarles la vida. Camps. ¿Cómo fue posible esa bestia, quién lo formó, en dónde se educó, qué le enseñaron en su vida militar? ¿Quiénes fueron sus maestros? ¿Cómo llegó a general, por qué lo ascendieron, quién lo promovió, quién le dio poder? Pero no nos quedemos ahí. ¿Por qué jamás se juzgó y ni siquiera se acusó a los miembros del gobierno legal que permitió las Tres A? Sí, se juzgó a López Rega pero nada se hizo contra los miembros de ese gobierno que se taparon los oídos y los ojos ante los infames crímenes en la calle. Matar así. Políticos que facilitaron el camino a la máxima infamia.

Con su silencio, o con su beneplácito.

En la Argentina se ha iniciado el juicio a militares culpables de ordenar el cobarde latrocinio. En Alemania fueron condenados a muerte los grandes culpables, pero también médicos autores de crímenes en los campos de concentración y civiles, que desde el escritorio dieron la orden de abrir el gas. En la Argentina, en cambio, los civiles cómplices no fueron ni citados por la Justicia. Un Martínez de Hoz sigue gozando de todos sus privilegios y títulos. Como si nada hubiera pasado. Camilión no sólo fue ministro de la dictadura sino después, sin ningún empacho, de la democracia. Los grandes impulsores de la dictadura desde la televisión, las radios y los diarios siguen apareciendo en pantalla diciendo sus verdades con la misma empatía del ’76. La sociedad se calla la boca. No hubo autocrítica de los partidos políticos.

Toda esta puesta en escena argentina me hace recordar las palabras de Hanna Arendt en el juicio a Eichmann: “Lo inquietante en la persona de Eichmann fue justamente que él era como muchos y que esos muchos no eran perversos ni sádicos sino terriblemente normales. Normales que dan miedo”. Treinta años. Ojalá los nietos de nuestros verdugos nos ayuden a interpretar por qué fue posible la muerte argentina.

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