Miércoles, 17 de mayo de 2006 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Para comenzar diré que, en el principio, en mi principio, yo sabía más del escritor T. S. Garp que del escritor John Irving. De Garp –leyendo El mundo según Garp– lo sabía absolutamente todo. Vida y obra y amores, desde su bizarro génesis hasta su sangriento apocalipsis. John Irving, por entonces, cuando leí por primera vez El mundo según Garp, era para mí solo un rostro en la contracubierta y una breve noticia biográfica donde se consignaban títulos anteriores. Diré también que El mundo según Garp es la novela que más veces he leído (paré de contarlas a la número nueve) y casi la única que, al terminarla por primera vez, recomencé a leer de inmediato. El mundo según Garp es, también, la novela a la que vuelvo cada vez que tengo ganas de llorar y/o de maravillarme ante su técnica. Ahí está, a la altura de la página 400 y algo, la mortal desaparición del pequeño Walt. Me funciona siempre. Leo y lloro y pienso lo mismo de siempre: cómo fue que lo hizo este tipo.
DOS Y la cuestión pasa por ese “este tipo” y aquí va el motivo para el párrafo anterior donde se habla de un libro que no es el que presentamos hoy. Y es que, después de haber leído (de haber leído tantas veces) El mundo según Garp, yo viví convencido de que todos los libros de John Irving habían sido escritos por Garp y no por Irving. Esto era más que evidente a la hora de El hotel New Hampshire, su siguiente novela que, estaba claro, no era otra cosa que la supuestamente inconclusa Las ilusiones de mi padre de T. S. Garp con otro título y otro nombre en su portada. Pero yo también detecté ecos garpianos no sólo en todo lo que vino después sino, también, en todo lo que había venido antes. Ya saben: zoológicos y osos y Viena y matrimonios peligrosos y familias exitosamente disfuncionales y el salvador amigo o amiga de la infancia y muertes violentas y mutilaciones físicas y desplazamientos espacio-temporales y actos escolares y milagros domésticos y la infancia como territorio nada infantil y la obsesión por determinados oficios y la insistencia de ciertas frases/slogans ascendidas a mantras cuasi religiosos y la búsqueda más como destino que fin y, siempre, la ausencia de alguien tan importante funcionando como el más sólido de los fantasmas. Supongo que esto no era demasiado grave, porque muchos años antes de Garp yo había vivido convencido de que todas las novelas de Charles Dickens habían sido en realidad escritas por David Copperfield.
(INTERFERENCIA ENTRE PARENTESIS Y hace tiempo –15 años– que John Irving no viene por Barcelona y en la rueda de prensa habla mucho. Se refiere a la desaparición del padre, a la persistencia de los tatuajes, a los abusos sexuales que experimentó durante su niñez –todos temas presentes en Hasta que te encuentre– y a la idea de que “las novelas tienen que ser más verosímiles que la vida real para funcionar”, poniendo como ejemplo la imposibilidad de que Ronald Reagan o George W. Bush funcionen como personajes de ficción porque nadie se los creería. También confía, extrañado, que Nicole Kidman era la única que sabía dónde quedaba el baño de hombres durante la entrega de los Oscar. Pero lo mejor –el placer y el privilegio– llega durante la cena, cuando de verdad se aprecia cómo funciona Irving. El modo en que convierte una anécdota en materia inequívocamente irvingiana que, sí, funciona y acaba resultando creíble por encima de lo esperpéntico. Allí, Irving contó sus noches de Iowa, cuando casi sin darse cuenta asumió la titánica tarea de cargar una y otra vez a un casi siempre borracho John Cheever desde el bar a la residencia, o la tan triste como desopilante saga de Henry, hombre-catástrofe y alguna vez novio de su ex esposa. Y una vez más Irving volvió a insistir sobre la clave de su modus-operandi: arrancar por el final, escribir primero el último párrafo. El resto del trabajo consiste, apenas, en alcanzarlo tantos años y capítulos después.)
TRES Dicho más o menos claramente todo esto (la confesión y confusión un tanto idiota sobre obra y autor que hice más arriba, pero de la que no me arrepiento) acudí al encuentro con Hasta que te encuentre con la misma felicidad de siempre pero, a las pocas páginas, sentí algo nuevo y lo sentí como el silencioso cataclismo con que uno siente las cosas cuando lee viviendo o las vive leyendo. Hasta que te encuentre no sólo no era una novela de T. S. Garp y sí una novela de John Irving –una de esas novelas que te llevan toda una vida escribir y toda una carrera correr–, sino que, además, me convencía (y no porque, para mi agradecido y privilegiado asombro lo tenga sentado aquí al lado) no sólo de la existencia de John Irving, sino de su responsabilidad y autoría en cuanto a todo lo que él había publicado y yo había leído antes. En Hasta que te encuentre, todos los tatuajes encuentran no sólo su sitio, sino su razón de ser en los techos del cuerpo de la gran catedral/ring irvingiana. Se puede pensar en Hasta que te encuentre como en un John Irving’s Greatest Hits (porque recopila temas y motivos disfrutados hasta la más alucinada de las felicidades; porque también felizmente reincide en la aplicación de recetas decimonónicas a la hora de narrar el fin/principio de milenio; porque todo lo que enumeré antes, a la hora de Garp & Co., aparece aquí revisitado pero de manera diferente, más sincera que estratégica); pero yo prefiero entender esta novela como una suerte de Piedra Rosetta: un manual de instrucciones decodificadoras donde perderse por el solo placer de encontrarse. Una nueva forma de entender a Irving y la perfecta e innecesaria coartada para releerlo todo, otra vez, incluyendo a esa novela de John Irving titulada El mundo según Garp. Novela sobre un novelista que me dio muchas alegrías pero nunca el regalo que me hizo John Irving con Hasta que te encuentre. El regalo de abrirla, leer el primer párrafo donde se dice que “Según su madre, Jack Burns ya era un actor antes de ser un actor...” y sonreír y pensar: “Ah, todavía me quedan 1018 páginas más”.
Descansa en paz T. S. Garp.
Larga vida –y libros largos– a John Irving.
Fragmentos del texto leído durante la presentación de Hasta que te encuentre (Tusquets Editores), el martes 16 de mayo, en Barcelona. La novela llegará a las librerías de Buenos Aires el próximo julio.
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