La gesta de Malvinas siempre remite al recuerdo emocionado de aquellos soldados que dejaron la vida cruzando del continente a las islas. Pero se ignora, y olvida, desde hace casi veinticinco años, a los soldados, conscriptos en su mayoría, que no cruzaron a las islas. Pero fueron llevados a las bases continentales, desde las cuales se suministró todo el apoyo logístico, desde las cuales se sostuvo entera la esforzada gesta. Sin los hombres “del continente”, la guerra no hubiera podido desarrollarse; nuestros soldados no hubieran podido sostener ni un día el conflicto. A esos soldados, verdaderos veteranos (tanto como los otros), este país nuestro los ha olvidado, negándoles todo tipo de reconocimiento. Entre esos verdaderos veteranos de guerra aún no reconocidos hubo muertos, heridos, hubo quienes padecieron los mismos rigores (frío, hambre, miedo, estaqueamientos) que “los otros”. También fueron llevados en virtud del mismo Código de Justicia Militar y también estuvieron expuestos (la historia escondida, que se va revelando poco a poco, nos lo demuestra con nuevos documentos cada día) a probables ataques ingleses y chilenos. Hubo muchos que se suicidaron a lo largo de estos años, sobrepasados por la injusticia y el dolor acumulado. Ellos también tenían 20 años, ellos también pusieron sus cuerpos y almas al servicio de la patria. Hoy, con total justicia, los veteranos de Malvinas “reconocidos” reciben la compensación no sólo económica, sino moral de un país agradecido a sus hijos. Los otros, de los que sólo los separó una franja de mar (y que en la mayoría de los casos no cruzaron a las islas por circunstancias meramente excepcionales), a pesar de estar protegidos y definidos en su status de “combatientes” por los tratados internacionales con vigencia constitucional, el Estado argentino les niega, arbitraria y caprichosamente, ese reconocimiento. Nadie se acuerda de ellos, nadie tiene conciencia de lo que hicieron. Sólo ellos, sus familias y un pequeño grupo de personas que los acompañamos y luchamos para que sean reconocidos. Ya es hora de que ellos también encuentren “su” lugar en la historia de nuestra patria y que los honremos con la debida justicia.

Ana Rosa Cortassa

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