Lunes, 31 de julio de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA IGLESIA RECUERDA A ANGELELLI A 30 AÑOS DE SU ASESINATO
Con todo, la figura de Angelelli sigue generando controversias entre los distintos sectores de la Iglesia. Por primera vez habrá reconocimientos institucionales.
Por Washington Uranga
Treinta años después de su asesinato, el 4 de agosto de 1976, la figura de Enrique Angelelli, quien fuera obispo de La Rioja, sigue generando controversia en el seno de la comunidad católica argentina. Pero hoy el reconocimiento llega incluso a los niveles institucionales, a la jerarquía de la Iglesia que durante tantos años estuvo reacia a asumir el hecho mismo del asesinato y, en términos cristianos, la condición de mártir de Angelelli. Ahora los obispos, encabezados por el propio cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal, irán hasta La Rioja para recordar y conmemorar lo que antes reconoció la sociedad y, sobre todo, el pueblo católico de La Rioja, que siempre consideró “al Pelado”, como cariñosamente le decían, como un “santo”. Aunque la Iglesia institucionalmente ni siquiera ha progresado en el proceso de canonización de Angelelli, existen en todo el país, particularmente en La Rioja, muchos altares populares que recuerdan y veneran la imagen del obispo asesinado mediante un accidente fabricado en la ruta que une El Chamical con la capital riojana.
Gran parte de la feligresía católica ha reconocido a Angelelli invocando su nombre en los actos litúrgicos, bautizando con su nombre capillas, salones, seminarios y hasta una radio como la del obispado de Neuquén, en la capital de aquella provincia. Su imagen no sólo se venera, sino que acompaña y preside la mayoría de los actos que celebran los sectores católicos que pueden identificarse con la “opción por los pobres”. De la misma manera, los conservadores tratan de ignorarlo y, como estrategia, siguen aferrándose a la burda explicación que los militares dieron para su muerte violenta en 1976: “fue un accidente”. No opina lo mismo el obispo emérito de Viedma, Miguel Hesayne, quien desde siempre viene sosteniendo –junto a un puñado de otros obispos entre los que siempre se contaron los ya fallecidos Jorge Novak y Jaime de Nevares– que está probado “en forma definitiva e incontrovertible” que hubo “homicidio calificado” y califica de “patraña criminal” la versión sobre el accidente (ver aparte).
Para Rodolfo Viano, sacerdote franciscano que trabaja en Aguaray (Salta), “en la Iglesia jerárquica la figura de Angelelli aún no ha cobrado mucha importancia”. Eso porque, señala, “se huele una (¿exagerada? ¿ideológica?) ‘prudencia’ por no llamar a la cosas por su nombre: ‘asesinato’, y, por ser consecuente con el Evangelio: ‘martirio’”. Según Viano, “quizás este año, con los treinta años ‘puestos de moda’ por el gobierno ‘progre’ que sigue acaparando y usurpando el poder, se diga o se recuerde algo más”. Sin embargo, sigue pensando que “no veo mucho interés en que se lo conozca (a Angelelli), y se sigue dudando de su ortodoxia y de alguna contaminación ‘zurda’ a su pensar y obrar”. Aclara no obstante que “en el ’76, ni me enteré cuando lo mataron. Yo tenía 17 años, vivía en la militarizada Bahía Blanca Natal, y aún no pensaba en ser franciscano y cura. Es más. Me tranquilizaba ‘el orden’ que había puesto ‘el proceso de reorganización nacional’”.
Para Eduardo de la Serna, coordinador del Grupo de Sacerdotes por la Opción por los Pobres, “hacer memoria es traerlo (a Angelelli) al presente para que viva y hable. Si Angelelli fuera una estampita no sería “hacer memoria sino vaciarlo de sentido”. Y refiriéndose al anunciado acto de La Rioja, asegura que “si varios obispos van a participar de su memoria puede ser un ‘culto vacío’, como el que frecuentemente denunciaron los profetas, o puede ser hacer presente al obispo que quisiéramos –y creemos que Dios quiere– para nuestro presente: obispo del Vaticano II y Medellín, obispo cercano a los pobres, adversario de los poderosos, comprometido con la historia. Hasta dar la vida”. Porque “Angelelli es un grito de Dios que dice dónde está Dios en este drama de la historia”.
¿Qué es lo que piensan los curas de hoy de Angelelli? Para Marcelo Colombo, de la diócesis de Quilmes, “su figura tiene una gransignificación para mí como sacerdote, no sólo por el momento histórico en que desarrolló su ministerio, sino también por lo que él, como buen pastor, supo generar en su diócesis y en los distintos espacios de comunión de la Iglesia argentina en la que actuó”. Angelelli, agrega, “fue testigo generoso y fiel de Cristo en años dramáticos para nuestro pueblo; amó y actuó en consecuencia hasta derramar su sangre”.
Javier Buera, otro que cuando mataron a Angelelli cursaba el colegio secundario y hoy es cura, asegura que “estando en el seminario oí hablar por primera vez de él, de su cercanía a la gente y su manera de vivir la fe expresada en la frase ‘un oído en el pueblo, el otro en el Evangelio’, la valentía para buscar y decir la verdad, enfrentando pacíficamente el poder del gobierno militar”. Todo esto, dice Buera, “me sigue hablando de un hombre de fe sencilla, llana y hermanado con los demás hombres, mirando sobre todo por los más pobres, los menos favorecidos”. Y subraya: “Me habla de un modo en el que realmente vale la pena ser hombre, cristiano, cura... que aunque te demande la vida, no te la quita”.
Carlos Saracini, un joven sacerdote de los misioneros pasionistas, párroco de la Iglesia de Santa Cruz en Buenos Aires, dice que “Angelelli me hace creíble el Evangelio y el discipulado de Jesús en la Iglesia, ayer y hoy. Su vida, su entrega y su martirio es inspiración constante para mi vida consagrada y para mi ministerio sacerdotal. Gracias a él y a muchos testigos quiero gestar una Iglesia más fraternal, más sencilla, participativa y colegiada, que crea y ama profundamente la historia, buscando con otros y otras instituciones, desde y con los pobres”. Para el cura Jorge Marenco “en una Iglesia que no se ha caracterizado por su voz profética encontrarnos con un obispo que fue profeta, y también testigo hasta el fin de la fe en la cual creía nos da, a los que creemos, en la fuerza del Evangelio, como grito silencioso y gesto de amor al más desprotegido, un aliento profundo de esperanza, de creer y pensar que una Iglesia comprometida con el pobre, la realidad, el propio tiempo que le toca vivir, no sólo es posible sino maravilloso de vivir”.
“El Pelado, desde su vida y sus opciones, es para algunos de nosotros, los curas, una síntesis que nos exige esta sociedad: ‘con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio’, y agrego, ‘en el corazón de los pobres’”, sostiene Gustavo Gleria, el joven párroco del Niño Jesús de Praga, en el Barrio Junior de la ciudad de Córdoba. Para este cura, lo anterior “nos obliga a hablar de justicia, de memoria y de dignidad. Aunque estas palabras nos encasillen en ser comunistas, tercermundistas o curas que se meten en política. Si así lo identifican al Reino, seremos curas comunistas”.
Coincidiendo con la mayoría de sus colegas, Gleria asegura que la jerarquía de la Iglesia “no puede detener la fuerza de éste y de otros mártires latinoamericanos y, por esto tal vez, busquen suavizar la figura de Angelelli, colocándolo en los altares, santificándolo, pero santidad sin memoria no existe. Angelelli sin la palabra asesinato sería repetir lo que hicieron con Jesús a través de los siglos: nos convencieron de que murió por nosotros, que ‘entregó su vida’, tapando que lo mataron por defender una justicia social”.
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