Jueves, 15 de marzo de 2007 | Hoy
Por Juan Gelman
El escándalo de la pésima atención que los veteranos que regresan heridos de Irak y Afganistán padecen en el hospital militar Walter Reed, ubicado a diez kilómetros de Washing-ton, ha cobrado su tercera víctima en el cuadro de jefes y oficiales de las fuerzas armadas de EE.UU.: el teniente general Kevin C. Kiley, que dirigió el hospital desde 2002 a 2004 y ocupaba la jefatura del mando médico del ejército, fue “renunciado” sin mayor trámite el lunes 12. La situación degradante del hospital, los retrasos en el diagnóstico y tratamiento de los pacientes y otros males fueron denunciados por The Wa-shington Post en febrero pasado, provocando la renuncia del entonces director, general George Weightman, y del general Francis Harvey, secretario del ejército. Bien. Sólo que ocurren otras cosas, no muy conocidas.
El semanario británico Newstatesman (12-3-07) informa, por ejemplo, que el Pentágono miente acerca del número de efectivos heridos. La cifra oficial asciende a 23.785, pero el Departamento de Asuntos relativos a los Veteranos (VA, por sus siglas en inglés) –un organismo del gobierno que no depende del Pentágono– señaló a principios de este año que, en realidad, eran más de 50.000. Y véase qué pasó: la economista y profesora de Harvard Linda Bilmes, ex funcionaria de Bill Clinton, osó citar el conteo del VA en Los Angeles Times (5-1-07), fue regañada por el subsecretario del Pentágono, William Winkenwerder, y cinco días después el número de heridos registrados en la web del VA descendió abruptamente: pasó de 50.508 a 21.694 (www.gov.com/agency/va.html). En Internet hay toboganes.
Los centros médicos y asistenciales del VA han atendido hasta el momento a más de 200.000 veteranos de Irak y Afganistán. Un estudio del Premio Nobel Joseph Stiglitz y la profesora Bilmes que evalúa los costos económicos –para EE.UU.– de la guerra de Irak durante el período 2003/05 (The economic costs of the Iraq war: an appraisal three years after the beginning of the conflict, www2.gsb.columbia.edu, enero 2006) señala que el análisis de documentos del Pentágono y del Instituto de Estudios Políticos arrojó el siguiente resultado: el 30 por ciento de los que volvieron a casa comenzó a experimentar trastornos mentales a los 3 o 4 meses de su regreso; el 20 por ciento sufre graves heridas en el cerebro o en la espina dorsal; otro 6 por ciento ha sido amputado; un 21 por ciento más ha perdido la visión o parte de ella, o la audición o parte de ella, presenta quemaduras serias, nervios dañados o se encuentra en un estado calamitoso que le impide volver a combatir. Que se lo impediría, porque más bien sucede lo contrario.
El pregonado “aumento” de 21.000 efectivos norteamericanos en Irak no parece fácil por el ingente despliegue de tropas de EE.UU. en el mundo. Pero hay remedio para todo. El 15 de febrero pasado, a las 6.30 de la mañana, 75 soldados bajo atención médica de la 3ª brigada de la 3ª división de infantería estacionada en Fort Benning, Georgia, acudieron a la reunión ordenada por los cirujanos de la división y la brigada, quienes son los encargados de establecer el “perfil físico” o grado de posibilidad de combatir de los heridos (www.salon.com, 11-3-07). Los soldados se enteraron allí de que los volvían a enviar a Irak, aunque sus heridas no les permitirían manejar un arma o cargar la pesada mochila de uso. El teniente coronel George Appenzeller y el capitán Aaron K. Starbuck, los cirujanos del caso, recortaron el nivel de incapacidad de los citados sin examen médico alguno. Qué buena vista han de tener.
El déficit físico de estos efectivos pone en peligro sus vidas y las de sus conmilitones, pero hay que llegar a la cifra del “aumento” y son material desechable. Una soldado telefoneó al sitio Salon.com para expresar su ansiedad: le habían quitado parte del coxis fracturado en un accidente durante la instrucción y sufría una enfermedad degenerativa de varios discos de la columna. La evaluación que le hicieron en el 2006 indicó que sus problemas de salud eran tan graves que no le permitían ser enviada al frente de batalla y se recomendaba su baja del ejército: era incapaz de sostener con la cabeza una máscara de gas, de portar el equipo contra un ataque con armas químicas, de nadar y andar en bicicleta. Y sólo podía soportar un peso de no más de siete kilos. En la reunión del 15 de febrero la consideraran apta para combatir y la enviaron a Irak. El comandante de la 3ª brigada, coronel Wayne W. Grigsby Jr., opinó que los que tienen alguna incapacidad pueden ser productivos y estar seguros en el país invadido. Pero no sabe cuántos heridos tiene bajo su mando.
El VA presta servicios de salud a 24 millones de veteranos de distintas guerras –Corea, Vietnam, la primera del Golfo, Granada, etc.– con vida, es decir, casi al 10 por ciento de la población de EE.UU. Hay quien duda de que sea un país pacífico.
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