Jueves, 15 de marzo de 2007 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Los enfrentamientos entre integrantes de una misma fórmula de gobierno han sido moneda corriente en la historia. Hablemos de presidentes y vices: De la Rúa y Chacho Alvarez ya se sabe, Arturo Frondizi hizo echar a Alejandro Gómez, Alfonsín y Víctor Martínez no llegaron a tanto pero ni se hablaban al terminar el mandato común. Esos ejemplos aluden a la preeminencia del número uno, pero también hubo defenestraciones, en las que el número dos, de distinto signo político viró el timón. Es el ejemplo de Victorio Calabró vs. Oscar Bidegain, en Buenos Aires en 1974. En los primeros casos, sencillamente prevaleció el que tenía más poder desde el vamos. En los segundos cobró vida una interna larvada, con ajuste de cuentas. Lo que es más peliagudo es que el segundo, de igual signo que el mandamás, lo suceda y logre diferenciarse de él exitosamente. El caso más luminoso de la historia argentina, un poquitín remoto, es Carlos Pellegrini quien superó y opacó la figura de Juárez Celman. Luis Beder Herrera, vice riojano a cargo de la gobernación, intentará esa proeza. De momento, cuesta creer que tenga éxito. Hasta ayer no accedía a la hazaña de conseguir que alguien le levantara el teléfono en Balcarce 50. “No lo atiendo, es una cuestión de piel”, pintaba el clima un ministro que despacha en el susodicho edificio.
Las personas del común suelen atribuir todas las movidas de los políticos a astucias. Algunas se explican solas, fácilmente. Frente a otras menos inteligibles o ruinosas a primera vista se da por hecha la existencia de móviles ocultos o conspiraciones. Usualmente no se pone en duda la racionalidad instrumental de los dirigentes, a diferencia de lo que ocurre con su honestidad o su inclinación al bien común. Hacerse cargo de contradecir ese prejuicio, que no es insensato, expone al cronista al riesgo de no ser creído. Asumiéndolo, cabe decir que es difícil relatar en términos racionales las conductas de los ex compañeros Beder Herrera y Angel Maza. Su guerra de los Roses destruyó un patrimonio común. El escenario al que llegaron, un desquicio institucional que parecía ir bajando la fiebre en la noche de ayer, verosímilmente los perjudicará a los dos.
En la era Kirchner, la ecuación económica entre Nación y provincias torna muy insalubre una mala relación con el gobierno nacional. Ningún gobernador ha cometido la temeridad de tenerla, por decir algo, en los últimos tres años. Ni siquiera Jorge Sobisch, que será de derecha opositora pero no zonzo.
Beder Herrera hace profesión de fe kirchnerista pero obró de modo inconsulto, por la libre, contra un protegido de la Casa Rosada. El gabinete que designó que luce más decoroso que el de su precursor (ver nota central) puede ser una señal en ese sentido, seguramente no se bastará.
A su turno Maza no registró que el Presidente no quería intervenir la provincia. Abusó de las vías de hecho, bastante patéticas, para forzar a Kirchner. Desistió la defensa del Alcázar riojano tardíamente, cuando las imágenes de la gesta habían recorrido todo el país y ganado la tapa de los diarios nacionales. Son demasiadas afrentas a Kirchner, un protagonista que no gusta ser desafiado en su poder.
Cabe consignar “en su favor” que el desmañado y provocador Maza no estuvo lejos de conseguir su objetivo en la mañana de ayer. Había incertidumbre sobre el desenlace político. La violencia local era un tópico de radios y tertulias de café. Seguramente la lectura era un poco tremebunda. La excitaban repetidas imágenes de tevé, machacando las tropelías de un puñado de jóvenes gamberros, que cometieron la maldad de incendiar una venerable y humilde Renoleta.
En prevención de un mayor descontrol, el decreto de intervención estaba por ser enviado al Congreso. El Gobierno comidió a los presidentes de sus bloques de senadores, Miguel Pichetto, y de diputados Agustín Rossi a sondear a sus colegas de la oposición. No era para conocer su opinión de fondo, que descontaban negativa, sino para saber si había disposición para autorizar, eventualmente, el tratamiento sobre tablas de un proyecto de intervención. El Ejecutivo se apretaba la nariz para tomar el “remedio federal”. Hubo poco plafond opositor para dar una mano procesal a una “interna del PJ”. Al unísono se descomprimió la situación en La Rioja. El proyecto nunca recaló en el Honorable Congreso.
El enchastre sin intervención es el mal menor que elige el gobierno nacional que, a su vez, erró al elegir sus aliados y ha sido lento para conducir una crisis endógenamente palaciega. Ninguna lógica social o política contamina la querella provincial, sólo atribuible a la desmesura.
El futuro pinta confuso para el peronismo, aunque no tiene antagonistas locales de fuste. Huero de poder Maza, decretado enemigo Beder Herrera, Jorge Yoma era el plan B. “El Negro” tuvo antaño un gesto amigable al dejarse desplazar a la embajada mexicana para no interferir en la carrera electoral de Maza. También lo adorna su eficaz relación con Cristina Fernández de Kirchner en el Senado. Dos escollos, ay, se interponen. Según confidencian cerca del gobierno nacional, el ex senador “no mide”. Además, rezongan, no fue un adalid de la gobernabilidad ni de la estabilidad de Maza.
Paradoja autóctona o más bien toque de color local: un ex yomista, el intendente de Chilecito, su pago chico, ganó puntos en el imaginario de Alberto Fernández. Se llama Fernando Rejal, “jugó bien “(léase para Maza) es joven. Hay dudas acerca de su virtualidad en una elección provincial. ¿Podrá Beder Herrera, desahuciado desde la Nación, en la mira de sus ex aliados, repetir el logro de Pellegrini? Tal vez no le cuadre exactamente el sayo de estadista pero tiene un par de ventajas. Gobierna en una etapa de vacas gordas, lo que embellece a, literalmente, cualquiera. Y, ahora, es lo que hay lo que en la cultura política peronista algo pesa.
Esta folklórica historia continuará.
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