Sábado, 20 de octubre de 2007 | Hoy
Por Sandra Russo
Lo vi hace poco, en el Teatro Alvear. Con Boy Olmi estábamos conduciendo la entrega de los premios Cultura Nación, que distinguió este primer año la trayectoria de veinte grandes nombres de la música y las artes plásticas. Antes de que se abriera el telón los premiados posaban para los fotógrafos. Era una fotografía fuerte. No voy a dar la lista porque es antinarrativo, pero diré: entre ellos estaba León Ferrari.
No lo conozco personalmente; hemos intercambiado un par de mails y escribí muchas notas sobre él y su obra cuando su muestra en el Recoleta fue censurada por presión de un grupo ultracatólico. Quiero recuperar, de aquella época, una anécdota que en su momento quedó sin escribir, y que a León probablemente va a interesarle. Creo que va a causarle gracia.
Mi ayudante en el taller de texto breve, Christian Rodríguez, es un pibe muy curioso intelectualmente, y avanza sin contradicciones sobre territorios que a mí me parecen muchas veces extraños, pero el impulso de la comunicación es misterioso y a veces provoca dislates como éste. Chris es gay y tiene un blog muy visitado que se llama putoyaparte. El tema del momento era la clausura de la muestra de León Ferrari en el Recoleta. En un bar, Chris se puso a leer el correo de lectores de La Nación. Era una carta que apoyaba la clausura, con el argumento de que se trataba de una ofensa a la Iglesia Católica, y esgrimía que la libertad artística no puede expenderse más allá de los límites del respeto a la Iglesia. Firmaba un hombre, y abajo estaba su dirección de mail. Chris tomó nota, y cuando llegó a su casa le escribió un correo a ese lector de La Nación, interpelándolo por las falacias de sus argumentos. Chris cuando escribe se entusiasma, y escribió largo y denso. Muy poco después recibió la respuesta, larga y densa, de parte del lector de La Nación.
Fue una chispa que se encendió de pronto. Un correo largo y denso se sumó a otro y a otro, y el día siguiente los entretuvo a los dos en un interminable ida y vuelta de posiciones aparentemente irreconciliables. Pero hay un detalle que todavía no conté y que es relevante para entender lo bizarro de la escena de estos dos tipos escribiéndose correos furiosos y a la vez invitándose a salir del presunto error respectivo.
El lector de La Nación resultó ser un cura (que no había firmado como cura), y no uno cualquiera: era miembro activo del grupo ultracatólico que había presentado la demanda ante la Justicia para que la muestra de León Ferrari fuera clausurada (eso la carta de lectores tampoco lo decía).
Así que lo que tenemos es a un gay y a un cura, después de haberse escrito sin parar algunos días, sentados en un bar de Palermo para tomar un café. No tengo dudas de qué hacía Chris allí: antropología. Quería ver cómo es la cara de alguien que, cultísimo y especializado en arte bizantino, era capaz de sostener que la Iglesia Católica debe seguir tutelando las conciencias de cristianos y no cristianos. Quería confrontar personalmente. No es peronista, pero es incorregible.
Por correo, el cura había insistido en que la muestra de Ferrari era un delito porque ofendía a la Virgen, y le decía que ya había abierto causas en lo civil y en lo penal. Chris le contestaba: “La denuncia penal y la civil son ridículas y van a terminar en la nada, porque te guste o no, la ‘blasfemia’ es una figura religiosa, no jurídica. Lo mismo ocurre con la ofensa. Y encima en este caso es la ofensa a una iconografía. Si yo mañana construyo una religión alrededor de un cacho de queso de rallar y te encuentro a vos un día rallando queso encima de tus spaghetti, ¿me tengo que sentir blasfemado? ¿Debería iniciarte una causa civil o penal?”.
El cura lector de La Nación no había ido al bar, en cambio, para ver cómo es la cara de un gay. Había ido a evangelizar. Comenzó piadoso: la Iglesia no expulsa a los homosexuales. Los recibe en su seno. Son personas que no pueden controlar ciertos aspectos de sus vidas y sienten una aberrante inclinación hacia personas de su mismo sexo. No pronunció la palabra “enfermedad” por delicadeza, pero sí expuso la condición: el celibato. Un homosexual célibe es perfectamente apto para integrar la grey.
Cuando finalmente la muestra fue levantada, se terminó el clima cordial de la relación, que había seguido unos días más por correo. Chris terminó tratándolo de energúmeno, y el cura decretándolo irrecuperable. Sin embargo, poco después, por lo jugoso y rabioso de esos correos, Chris le pidió permiso para editarlos y subirlos a su blog. El cura no se opuso. Y allí están, pero ahora con León Ferrari diciendo lo que quiere decir muy lejos, en el país en el que está enclavado el Vaticano.
A mí siempre me llamó la atención León Ferrari, pero más allá de su obra. Lo vi hace poco, decía, en el Alvear, y recuerdo que cuando lo veía recibir su premio y ser aplaudido de pie, pensaba “puta, qué lindo viejo”, porque Ferrari, a sus 84 años, es lo que tantos aspiramos a ser alguna vez. Viejos pero como él, con su sonrisa divertida por los escándalos que arma, con su energía disponible para seguir creando y creyendo en las cosas que creyó siempre. Un tipo con vida vivida, ideas pensadas, obra hecha, mente abierta, ganas. El premio de Venecia fue para León Ferrari. León Ferrari es el premio que nos sacamos nosotros.
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