Una semana atrás se dio un poco el anverso, cuando los Springboks vencieron al seleccionado nacional teniendo menos dominio territorial y menos posesión de la pelota y jugándole a los errores de Los Pumas y, como consecuencia, al contraataque. Esta vez, salvo en lo que hace al line-out, donde los argentinos fueron otra vez superados, fue un poco la contracara de aquel encuentro.

El partido tuvo durante largo rato a Francia como dominador –más en posesión de la pelota que en superioridad territorial– y a Argentina aprovechando fallas y resquicios desde cualquier lugar de la cancha, alternando patadas a cargar, al touch o a los lugares vacíos del fondo francés con arranques individuales que rápidamente se convertían en colectivos, con el fullback Corleto como habitual generador. Así se llegó a un final que pareció paliza, que otra vez –tal como una semana atrás–- lo fue en especial anímica, con la diferencia de que esta vez los damnificados fueron los franceses.

Final entonces para un ciclo histórico, que termina porque son varios los que seguramente no jugarán otra Copa del Mundo y muchos los que ni siquiera representarán otra vez al rugby argentino, que demostró una vez más que el juego y quienes lo juegan les pasaron por arriba a las míseras mezquindades de quienes desde la periferia del deporte –dirigentes incluidos– pretendieron ser protagonistas de lo que no entendieron, ni entienden, ni entenderán. Pero el juego y quienes lo juegan ganaron por goleada.