CULTURA › ENTREVISTA A RYSZARD KAPUSCINSKI,
UN PERIODISTA VETERANO DE INFINIDAD DE BATALLAS
“El secreto es dar un pedazo de vida en el papel”
Se desempeñó como corresponsal en 27 revoluciones y 12 frentes de guerra en Africa, Asia y América latina, experiencias que retrató en más de veinte libros. De paso por Buenos Aires, Kapuscinski relata su experiencia, su visión del periodismo y lo que puede traer el nuevo siglo.
Por Verónica Abdala
En la suite del décimo piso del hotel porteño en el que se aloja Ryszard Kapuscinski reina el desorden: hay hojas escritas, papeles arrugados, una libreta de notas y un diario subrayado con marcador rojo sobre el escritorio revuelto. El escritor y periodista polaco sostiene que un moderado desarreglo es necesario para que esos ambientes impersonales se vuelvan “medianamente habitables”. Además, el lujo lo incomoda desde siempre. “Podemos hablar largo y tendido”, anuncia en buen español mientras toma asiento frente a una mesa redonda iluminada por un pequeño velador. El hecho de que haya reservado dos horas a la entrevista prueba que está hablando en serio. Todo hace pensar que hay tiempo de sobra. Hasta que revela su interés por saber algo más de este “curioso país” que visita por primera vez, pero con el que se siente familiarizado tras haber leído las obras completas de Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares y Manuel Puig. Ahora, por recomendación de un amigo, se dispone a leer a César Aira.
Kapuscinski lleva apenas unas horas en Buenos Aires y no entiende por qué se le dice, en broma y en serio, que podría llevar semanas o meses intentar explicar la Argentina. Toma su libreta y exhibe algunas de las palabras y frases que ha tomado del diario, porque desconoce su significado: “Cacerolazo”, “Indultos”, “San Telmo”, “Juicio a la Corte Suprema”, “Asambleas barriales”, “Corralito”. Actualmente, este hombre al que admiran escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Salman Rushdie y John Updike, escribe un libro sobre América latina (el segundo tomo de una trilogía que se inició con Ebano, sus crónicas sobre Africa, y que culminará con otro que reunirá sus experiencias como corresponsal en Asia). Aunque todavía no sabe si le dedicará un capítulo aparte a su experiencia argentina. Hasta aquí, Kapuscinski lleva publicados 21 libros –cinco de los cuales fueron traducidos al español, y edita Anagrama–, en los que reúne sus vivencias como corresponsal en 27 revoluciones y 12 frentes de guerra en Africa, Asia y América latina. Si hubiese que definirlo, sería justo nombrarlo como el gran cronista del Tercer Mundo.
“El buen periodista es un ser apasionado y esencialmente curioso”, dice en su afán de saber más de este país. Y agrega: “Un ser que, además, debe ingeniárselas para conocer la realidad sobre la que pretende informar sin medir el nivel de dificultad ni los riesgos que eso implique”. La suya no es una mera declaración de principios. En la luz de su historia, esas palabras se vuelven estrictamente ciertas. Ya en sus comienzos pensaba que la necesidad de obtener información de primera mano, y la responsabilidad de informar, estaban incluso por sobre la autoridad de sus editores, y actuaba en consecuencia. Cuando en julio de 1960 se propuso viajar al Congo para cubrir los levantamientos, su superior le prohibió viajar allí alertándolo sobre el peligro que corría, pero él lo desafió. La anécdota lo pinta entero.
Por entonces, el más impenetrable entre los países africanos era el epicentro del caos: poco después de la proclamación de la independencia, se producía la intervención belga y comenzaban a sucederse las matanzas. En cuanto se enteró de la situación, Kapuscinski, por aquellos días corresponsal de la Agencia de Prensa Polaca, de 28 años, empezó a negociar su traslado, pero todo se volvió en contra (no estaba permitido el ingreso al Congo de personas provenientes de países socialistas), empezando por su jefe, quien lo invitó a elegir otro destino. Kapuscinski ni siquiera se esforzó en discutir su posición: mantuvo oficialmente que viajaría a Nigeria, pero empezó a idear la forma de entrar clandestinamente al Congo.
Unos días después entraba a la capital oriental de ese país, Stanleyville, en donde ya ha sido apresado el líder revolucionario Patricio Lumumba. Kapuscinski tenía claro que la aventura podía costarle la vida, por eso antes de partir había redactado su testamento. De todas formas, privilegiaba ante todo, como había hecho otras veces y seguiría haciendo en las décadas posteriores, la posibilidad de “informar desde el lugar de los hechos”. “Es que nadie que se precie de periodista puede hacer bien su trabajo si no conoce en profundidad aquello sobre lo que pretende hablar o escribir”, dice en el marco de la charla. “Aparentemente, a esa edad yo ya intuía que es necesario experimentar la realidad con la propia piel, y aprender a convivir con el miedo. A lo largo de mi carrera, en muchas oportunidades me tocó lidiar, incluso, con la posibilidad de la muerte.”
Del Congo escapó ileso –tras pasar una temporada en prisión– gracias a un contacto en las Naciones Unidas. Y superó la situación de la misma forma en que lo hizo las cuatro veces que, a lo largo de su carrera, fue condenado a muerte: “Sano y salvo, y con mis papeles bajo el brazo”, dice. Los artículos que escribió por aquellos días, y la sucesión de libros a la que empezaba a dar forma, recorrieron el mundo tan velozmente como las anécdotas que lo tenían como protagonista. Los dos meses que pasó postrado en Lagos luchando contra una enfermedad tropical –el cuerpo hinchado y cubierto de llagas– mientras sus jefes esperaban que remitiera diariamente sus informes de prensa, la experiencia de haber sido ferozmente apaleado y robado en Nigeria, la quietud angustiosa que siguió a su encarcelamiento en Usumbura o los años que pasó alejado de la calidez del hogar que comparte con su esposa en Varsovia, no serían del todo relevantes, de todos modos, si no hubiera sido por la forma en que recreó esas experiencias en sus memorables crónicas. El se niega a identificar una entre las situaciones más arriesgadas por las que le tocó atravesar:
–Fueron muchas situaciones peligrosas, pero no me parece bien que yo me explaye sobre eso. Me alegro de haber sobrevivido, y de haber tenido la suficiente fortaleza física y psíquica como para soportarlo. Simplemente cumplí con mi deber de informar, siempre a partir de lo que yo conocía, no a partir de los cables de prensa ni de lo que otros me decían.
–¿Qué importancia tienen, entre los datos duros que una crónica aporta, las sensaciones y percepciones del periodista?
–Yo creo que las vivencias y la mirada del periodista son en definitiva casi lo único que importa. El dato sobre cuál es el presidente de un país muchas veces no es imprescindible, pero sí el acercamiento del periodista a una determinada realidad: qué ve, qué siente, qué dice la gente en la calle, cómo viven, con qué sueñan. Ese es el material que a lo largo de los años hará que el artículo perdure, y le dará carnadura a la historia.
–¿Qué cualidades buscan en el relato escrito quienes ya se han informado previamente a través de la televisión?
–Buscan profundizar en la comprensión de la noticia, buscan contextualizarla, también el análisis y, por sobre todo, buscan identificarse con la mirada del redactor. Hay cosas que la televisión no está en condiciones de aportar. Nosotros podemos recibir diariamente las pastillas informativas a través de un noticiero, pero miente quien dice que comprende cabalmente una noticia a través de la imagen. Tampoco hay que olvidar que la sobreabundancia de información a la que estamos expuestos –con la televisión de cable, con Internet– redunda en una creciente superficialidad en el tratamiento de los temas. Los diarios y las revistas luchan contra eso.
–El Nobel colombiano Gabriel García Márquez, entre muchos otros, sostiene que la crónica periodística es un género literario. ¿Usted comparte esa visión?
–Sí, claro. La crónica es literatura construida a partir de material que aporta la realidad. El futuro del periodismo gráfico se encamina en este sentido. Hay quienes piensan que los lectores son gente apurada que no tiene tiempo de leer. Ese es un gigantesco error. El lector se detienea leer cualquier cosa que consiga interesarlo. El secreto está en ofrecerle un pedazo de vida en el papel. Nuestra inmensa responsabilidad reside en que el lector nos brinda toda su confianza para que le contemos lo que vemos, todo aquello que pasa. Los empresarios de los medios olvidan a menudo que sin los periodistas que ponen su cuerpo, su mirada y su firma, no valen nada. Ellos necesitan gente creíble, ese es el inmenso poder que tienen en sus manos los reporteros creíbles y serios. El poder, en última instancia, es de ellos.
–Usted explica en sus talleres que vale todo a la hora de construir un texto, y que lejos de buscar fórmulas fijas hay que intentar escaparles a los estereotipos y las normas que rigen los géneros tradicionales...
–Vale todo. Lo único que me preocupa es la forma de construir buenos textos. La manera en que eso se haga, o los recursos que se empleen, me importa poco y nada. Las normas rígidas parten y mueren en el prejuicio. Es cuestión de atreverse. Es también una obligación que tenemos para llegar a narrar con eficacia este mundo que cada vez se vuelve más complejo.
–¿Cuáles son, en su opinión, las mayores dificultades a las que se enfrentan los países subdesarrollados en el mundo contemporáneo?
–El mayor problema es la desiguladad, que se incrementa progresivamente. En los ‘60, la diferencia entre los más ricos y los más pobres en escala mundial era de una proporción de 1 a 20. Esa brecha, a escala planetaria, se extendió a una proporción de 1 a 80. Esa es una contradicción irresuelta hasta el momento. La globalización supone esta contradicción estructural: aquellos países que no pueden integrarse económicamente quedan marginados, separados, en una corriente opuesta que pretende la desintegración de lo que no puede controlarse.
–Desde este punto de vista, ¿es exagerado pensar al neoliberalismo como una forma de fundamentalismo?
–No, yo adhiero a esa postura. La ideología liberal llevada al extremo, la lógica del mercado a cualquier costo, es la que nos llevó en buena parte a esto. A eso hay que sumar el creciente retroceso del Estado en su rol nivelador. No hay ningún otro mecanismo inventado por el hombre capaz de hacer frente a la desigualdad, que conlleva marginación. Aunque, felizmente, cada vez más gente se da cuenta de que hay que hacer algo al respecto, por los peligros que esta lógica imprime a nuestras vidas y a la de los países en desventaja.
–Usted define el siglo XX como el siglo de las guerras mundiales y los procesos de descolonización. ¿Qué imagina para éste que recién comienza?
–Este es un mundo que cada día se vuelve más complejo e impredecible. Este ya no es el Viejo Mundo dividido en clases sociales, ni en partidos, ni en Estados-Nación. Predecir ese mundo era relativamente fácil en relación a éste. Atravesamos un punto de inflexión en la historia del mundo. Nadie puede aventurar qué nos espera.