ESPECTáCULOS
“Confianza ciega 2”, el programa ideal para el onanista televisivo
Lo sensual se transforma en vulgar en el reality de Canal 9. Entre seductores de cuerpo trabajado y participantes lanzados, abundan las frases del tipo “dale un mordisquito a la banana”.
Por Julián Gorodischer
“Esta noche no me digas nada, sólo endúlzame los oídos”, dice la canción, y seductores y participantes siguen las instrucciones. El show del onanista empieza con jueguitos al borde de la pileta. “Revoleame la botella... dale un mordisquito a la banana”, pide el patovica, y la más zafada (la “Colo”) responde: “¿Qué soy, la puta de acá?”. Sin el paraíso portugués ni manjares ni un resort como el de antaño, el gancho del nuevo “Confianza ciega” es ir a los bifes, sin rodeos. Un patovica mira fijo y una seductora amenaza con desnudarse. Así todo el tiempo, como en el cabaret o el show de strippers, un solo para ellos o ellas, para que el público tenga una alegría. Canal 9 lo promociona todo el día, en spots repetidos de “la seductora en bolas”. Los bestias de “Cotidiano” se agarran la cabeza; los chicos de “Versus” suspiran por pudor. A todos les gusta y exclaman: “Mirá qué loco” o “Se fueron al carajo”, alto impacto a tono con el lugar común del erotismo más berreta: al grano, poca ropa.
En el mundo según “Confianza...” se habla mucho sobre sexo, rápido y con anécdotas frescas, jugadas, como para que quede bien claro, durante una cena, que Gustavo lo hizo “en el subte, en el vagón, pero sin penetración, apenas un froti...”. La estructura será siempre la misma, como en un círculo probado de estímulo-respuesta, una fórmula sin variaciones: aplauso, festejo del grupo y vuelta a empezar. “Una vez –sigue una seductora– una mina me dijo: mi escote es tu postre.” Los varones se emocionan, y alguien dice lo que ya había quedado claro: “Esto es muy caliente”. El programa erotómano no puede pensar en otra cosa: altísimas dosis de libido que sólo aportan al nacimiento de la experiencia sensual pero degenerada: lo vulgar.
Al ciclo no le gustan los tiempos largos. Practica una edición acelerada que salta de un bailecito a una respuesta de alto impacto, y la música sube: empieza el bailecito de las chicas en la otra casa, en maratón de juegos y acercamientos varios. Se escucha: “Te tiro cerveza encima”, “Te froto la manzana”, o el más osado: “Tocame el pedazo, me quedo en bolas”, según propone un seductor en el jacuzzi. Esta no es, como otros realitys (como el propio “CC 1”) una propuesta para el voyeur, una excursión a lo privado, sino un porno soft pensado para satisfacer al onanista. Imágenes y textos rápidos, de ágil comprensión: un formato novedoso de la TV servicio. Los recursos son limitados, pero los participantes ya los aprendieron: mirar fijo a la seductora y preguntarle ¿cómo te gusta chuparla?, o hacer una excursión maliciosa, como la de Ezequiel, primer participante freak, que formula la pregunta “¿Cuánto tenés de lolas?”. El se conforma con hacer su aporte al género, numerar la dimensión del atributo. Es condición indispensable para que la acción transcurra, así como ese balbuceo con mirada fija a la seductora, esa pregunta que no exige respuesta (hecha para calentar, supone el guionista): ¿Te gustan?
Extraño cambalache de imágenes y relato, “Confianza...” deberá mechar el porno soft con algo de vista de calendario, panorámica de las aguas marrones post devaluación, “la maravilla argentina” (según dice el conductor Leo Montero). Después habrá un paneo por los cuerpos trabajados de ellos y ellas, músculos en exceso para que quede claro que el seductor es un profesional, no un hombre común como el participante. Cada tanto, sin embargo, se pone el paño frío: algo de romanticismo o pasado dramático para atemperar. “La sensibilidad artística unió a Carla con el seductor Sebastián”, cuenta el narrador, y se los ve por fuera (al menos un ratito) del juego “Te agarro el pedazo”. Para el relato dramático, Carla asume el protagónico: “El bebé me nació muerto” (sic), de pronto y apenas un minuto antes de que recomience el baile al borde de la pileta. Un minuto antes de que, mirando al seductor, exclame: “Está en pelotas ese hijo de puta”.