CULTURA
“Debía hacer algo por los obreros”
Hernán Rivera Letelier presenta hoy “Santa María de las flores negras”, sobre una matanza llevada a cabo en Iquique por el ejército chileno.
Por Karina Micheletto
Hace poco tiempo que el chileno Hernán Rivera Letelier vive del oficio de escribir. Antes de eso, durante treinta años, pasó por todos los trabajos de minero posibles en las pampas del norte de Chile, que allí tienen forma de desierto y salinas. Ese desierto arde en La Reina Isabel cantaba rancheras, su primera novela, con la que el autor conoció la fama, pero quema y sofoca en Santa María de las flores negras, su última obra. El libro recrea el capítulo más sangriento de la historia obrera chilena: el asesinato de cerca de tres mil hombres, mujeres y niños en una escuela, tras la gran huelga de los obreros salitreros en diciembre de 1907. “Mucha gente me dice que la novela exagera cuando habla del desierto. Yo digo que es al revés, que apenas llego a contar su grandeza y su miseria, que nunca pude decir el silencio y la soledad de ese lugar”, asegura el escritor a Página/12, antes de su presentación en la Feria del Libro, hoy a las 20.30 en la sala Julio Cortázar, en diálogo con Federico Andahazi.
El padre de Rivera Letelier murió de silicosis, una enfermedad común en los mineros. Olegario Santana, el personaje central de Santa María... es un homenaje a ese padre. “Como Olegario, mi viejo era huraño, parco, casi no hablaba, pero se las traía. Era un descreído de la política, pero iba a las huelgas, porque decía que no era ningún rompe huelgas. Nunca se terminó de creer el cuento de las reivindicaciones, estaba seguro de que ‘nacimos chicharra y vamos a morir cantando’... Cuando se me ocurrió este personaje, ni siquiera lo pensé, lo vi al viejo”, cuenta el autor.
–¿Qué otros personajes tomó de la realidad?
–Todos, de a retacitos. En mis dos primeros libros, La Reina Isabel... e Himno de un ángel parado en una pata, fue peor, los personajes existen tal cual, sólo recreados un tanto. Yo trabajé y conviví con ellos. Soy uno de los pocos escritores que tiene la gracia o la desgracia de encontrarse a la vuelta de la esquina con sus personajes. Y se siente un temor casi sagrado, tanto que a veces me cambio de vereda. Como si les hubiera robado el alma, como pensaban aquellos indios cuando les sacaban fotos.
En el prefacio del libro que presenta esta noche, Rivera Letelier incluye la primera estrofa de la Cantata Popular Santa María de Iquique, con la que Quilapayún popularizó la trágica historia: “Señoras y señores/ venimos a contar/ aquello que la historia/ no quiere recordar”. “No suelo poner dedicatorias ni agradecimientos en mis libros, en todo caso voy y agradezco o dedico la obra en persona. Pero esta vez me sentí en la obligación de hacer un homenaje a esta cantata, que fue la punta de lanza de la novela”, explica el escritor. “La escuché por primera vez a los 16 años. Me golpeó porque hasta entonces no había oído hablar de esa matanza, viviendo en el desierto, con mineros. En ese momento pensé que alguna vez tenía que hacer algo por esos obreros muertos. Claro que por entonces ni soñaba convertirme en escritor”, recuerda.
–¿Y cómo llegó a meterse en el tema?
–En 1997, mientras estaba escribiendo mi tercera novela, Fantamorgana de amor con banda de música, me invitaron a dar una conferencia a Calama, una ciudad cercana a Antofagasta, junto a una de las minas de cobre más grandes del mundo. Había una concentración de trabajadores conmemorando el 1º de Mayo, y me invitaron a hablar. Fue mi primer y último discurso político. Yo notaba que me escuchaban con una atención increíble, y se me ocurrió una idea: “Compañeros, creo que en Chile el día del trabajador debería ser el 21 de diciembre, cuando se cometió la más grande masacre de obreros”, dije. Entonces agarré papa: “¡Les prometo que algún día voy a escribir la gran novela sobre Iquique!” Me fui de boca. Desde ese día empecé a juntar documentos, recuerdos de lugareños, testimonios de nietos de los masacrados. Fueron tres años de investigación y dos de escritura. Fue la única novela que me dolió escribir. Descubrí barbaridades que me daban ganas de tirar la computadora a la mierda, que me hacían necesitar urgentemente un respiro y dejar todo. Como que los militares chilenos estrenaron ametralladoras contra los obreros, para probarlas.
–¿Cómo se lleva el circuito literario chileno con alguien que, como usted, no proviene de la academia?
–Tengo la suerte de vivir en Atacama, a mil kilómetros de todos, y no participo del corrillo. Como en todo el mundo, hay gente muy linda y también hijos de puta, gente de valores muy altos y gente que se muere de envidia, gente que se disfraza de escritor, mucha boina, mucha pipa, mucha barba, y no son nada, gente que se cuelga el cartel de “intelectual” y va por la vida tratando de ser inteligente las 24 horas. Yo decidí tomármelo con humor. No me olvido que hubo un tiempo en que tuve que robarme libros como los que ahora escribo. Era un experto en el tema. Tanto que tengo escrito el artículo “Cómo robar un libro sin que te sorprendan”.
–Le vendría muy bien a muchos jóvenes que van a la Feria del Libro en estos días...
–Ojalá los inspirara. El joven que no se robó un libro es como el niño que no rompió una ventana. Le falta una experiencia importante de la vida.