EL MUNDO › PAGINA/12 CON LOS VOLUNTARIOS ARABES QUE QUEDARON ENTRE EE.UU. Y LOS IRAQUIES

Los fedayines a los que Saddam traicionó

Fueron a combatir por Irak desde distintos países de la zona, y ahora se encuentran varados y clandestinos en el Irak controlado por EE.UU. Aquí, cuentan a Página/12 cómo fue la verdadera batalla de Bagdad, y su temor a acabar en cárceles como la de Guantánamo.

 Por Eduardo Febbro

Página/12
en Irak
Desde Bagdad

Unos días antes de que estallara la guerra y durante las semanas que duró el bombardeo norteamericano, cientos de voluntarios árabes viajaron a Irak para defender al régimen de Saddam Hussein. Ese ejército multinacional de voluntarios, oriundos de Yemen, Egipto, Siria, Palestina, Arabia Saudita o Argelia, es el que aún hoy enfrenta a los soldados norteamericanos en las calles de Bagdad. Los famosos fedayines extranjeros, más aguerridos que la misma Guardia Republicana del presidente iraquí, son la pesadilla de las tropas estacionadas en la capital iraquí. “Pelean hasta la muerte. Con ellos, la rendición negociada es imposible”, reconoce un oficial norteamericano. Los fedayines repiten en Irak la experiencia de Afganistán. Luego del hundimiento del régimen talibán, los fedayines siguieron presentando batalla. Ahora, esos hombres que lo dejaron todo por una causa que no era la que pensaban, viven escondidos en sórdidos barrios y suburbios de Bagdad esperando una sola cosa: regresar a casa.
“Tengo miedo de salir a la calle y que me arresten los norteamericanos, o que los chiítas, que colaboran con ellos, me entreguen. Para colmo de males, hasta los kurdos andan detrás de nosotros. Udaï, el hijo de Saddam, dirigía a los fedayines de Saddam y ellos reprimieron mucho a los kurdos”, dice Ahmed. A sus 23 años, el hombre vive aterrorizado, soñando con regresar a su país natal que no menciona por miedo a que lo identifiquen. “Ha sido una experiencia terrible, sobre todo cuando vimos cómo los norteamericanos entraron en Bagdad como si tuvieran las llaves de la ciudad.” Los fedayines se convirtieron en los cazadores cazados, en un ejército de las sombras al que la repentina caída de régimen iraquí dejó en la más arriesgada de las situaciones. Solos, sin apoyo local, acechados por kurdos, chiítas y marines, sin posibilidad de cruzar la frontera en condiciones de seguridad, los combatientes árabes tienen una pesadilla: “Lo peor es que me juzguen como criminal de guerra y que me toque la misma suerte que los que lucharon en Afganistán. Si me llega a ocurrir eso me van a enviar a Guantánamo con todos los demás”.
Ahmed cuenta escenas terribles y las dudas de un cuerpo paramilitar que se encontró entre dos fuegos. Las unidades fedayines estaban compuestas por dos sectores: los 30.000 hombres pertenecientes a los fedayines de Saddam, dirigidos por su hijo Udaï, y los combatientes árabes venidos del extranjero. “No teníamos dónde ir. Muchos de nosotros, cuando nos dimos cuenta de que no existía ninguna organización para defender la ciudad, nos encontramos entre la espada y la pared. No podíamos regresar, ni avanzar. Algunas unidades de la Guardia Republicana y los fedayines de Saddam nos impedían huir. Si lo hacíamos, corríamos el riesgo de que nos mataran. Servimos como carne de cañón. Muy rápidamente se hizo evidente que los norteamericanos iban a aplastarnos. Pero nos era imposible salir de Irak. Nos hubiesen fusilado.”
El fedayín relata el momento en que se dio cuenta de que hasta la misma Guardia Republicana estaba aterrorizada. “Un día fuimos a un cuartel y no encontramos a nadie. Todo estaba en un desorden inmenso. Los zapatos y los uniformes estaban desparramados por todas partes, como si un ciclón hubiese entrado por la ventana. No supimos a dónde se habían ido hasta que caímos en la cuenta. Cuando vieron que los marines se les venían encima se sacaron los uniformes. Salieron caminando del cuartel como ciudadanos normales.”
La estampida no sólo alcanzó a los altos mandos iraquíes sino también a los fedayines de Saddam y a los extranjeros. “Algunos decidieron combatir lo mismo. Los enfrentamientos fueron terribles. Las armas norteamericanas eran muy superiores. Nos localizaban hasta de noche y no podíamoscomunicarnos entre nosotros. Los tanques iraquíes apostados a la entrada de Bagdad parecían de hojalata frente a los monstruos norteamericanos.” El relato de Ahmed confirma las revelaciones hechas por algunos militares estadounidenses estacionados en Bagdad. En algunos puntos de la capital, especialmente en los puentes y en el aeropuerto, la guerra se hizo calle por calle. La población da cuenta de una auténtica cacería humana durante los tres primeros días. “Los marines están hechos para matar. Primero disparan y luego ven quién es la víctima. Yo he visto a los marines disparar a mansalva contra la población civil que buscaba refugio donde podía. Como los hombres de Saddam se habían disfrazado de civiles, para los norteamericanos el peligro estaba en todas partes. Tenían que disparar primero o exponerse. Optaron por lo primero porque ésas eran las órdenes.”
Ahmed entendió rápidamente que Saddam Hussein había organizado una gran mentira: “Nos engañó a nosotros, engañó a su pueblo y al mundo entero. Expuso a todo el mundo a las bombas norteamericanas por nada. Sus hombres nunca tuvieron realmente la intención de defender Bagdad. La rapidez con que los marines se apoderaron de la ciudad no se explica sólo por su superioridad militar sino porque el enemigo estaba ausente. Saddam nos abandonó sin retaguardia, traicionó a su pueblo”. El hombre está lleno de amargura, herido por una desilusión que su condición actual no hace sino aumentar. “Ni siquiera soy un fugitivo. Alguien que huye se mueve de un lado a otro, yo no. Me tengo que hacer el topo por un tiempo. Sólo así podré sobrevivir.”
El joven dice que no vino a defender a Saddam Hussein sino a un país árabe amenazado por Estados Unidos: “Si les dejamos que controlen Irak controlarán el petróleo y, con él, todo lo demás. Ahora es demasiado tarde. Los combatientes como yo, al igual que las opiniones públicas de los países árabes, somos víctimas de un enorme espejismo. Nuestros gobiernos colaboran con Estados Unidos, reprimen la sociedad civil al tiempo que, sin que se den cuenta, se ponen la soga al cuello. La causa árabe es un instrumento político. Saddam la usó cada vez que se sintió acorralado. Nosotros no vinimos por él sino por esa causa. Yo asumo mi error”.

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Un periodista iraquí entre las ruinas de la estación central de TV iraquí en Bagdad.
“Si le dejamos que controle Irak, EE.UU. controlará el petróleo y, con él, todo lo demás”, dice un fedayín.
 
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