CULTURA › MARCOS MAYER Y SU ANALISIS DEL GENERO EN LA ARGENTINA
“El humor es una forma de combate”
En Ahora, el humor / ¿Un país que da risa?, el periodista y escritor compila reportajes a trece especialistas de variados estilos.
Por Angel Berlanga
En el prólogo de Ahora, el humor / ¿Un país que da risa?, Marcos Mayer apunta que sus entrevistados, trece referentes del humorismo argentino en los últimos años, expresan distintas actitudes no sólo ante su oficio/arte, sino también ante el mundo. Los nombres de los reporteados para el libro dan cuenta de la amplitud del abanico de expresiones: Antonio Gasalla, Miguel Rep, Daniel Rabinovich, Fontarrosa, Alfredo Casero, Jorge Luz, Fernando Peña, Rudy, Adolfo Castelo, Andrés Cascioli, Laura Oliva, Fabián Gianola y Claudio Morgado. Un surtido de estilos desplegados en diversas épocas sobre variados escenarios y medios. “A pesar de esta amplitud estilística, el humor tiene cierta cualidad democrática, porque rompe barreras de clase: alguien no demasiado formado se puede reír con los Monty Python y un intelectual puede hacerlo con Jorge Corona”, dice este escritor, periodista, traductor y docente universitario, que destaca que, además, “en la Argentina el humor fue muchas veces una forma de combate”.
Mayer dice que aunque en las entrevistas se evidencia que “el humor siempre está en contra de algo”, y que eso es casi una tradición, en la actualidad nota un aplacamiento. “Creo que durante 2003 el humor televisivo no supo qué hacer con Kirchner, o entró en una alianza descarada, como CQC; tratar de potra a Cristina Fernández me parece por lo menos excesivo”, señala, y complementa el paisaje: “Tinelli tuvo que volver a los clásicos, la cámara oculta, concursos, boludeces; los programas de humor desaparecieron de la tele. Y en la gráfica, y lo hablábamos con Rudy, la sensación es que piró la realidad, o se centró en personajes del pasado, como Menem o De la Rúa”.
–¿A qué otras conclusiones llegó a partir de las entrevistas?
–Me interesó el vínculo entre humor y política. La desaparición del capocómico no se puede adjudicar sólo a que murieron Olmedo y Tato y a que Porcel se convirtió a una religión, porque en otras zonas de la cultura hubo reemplazos. Mi hipótesis es que con Menem se rompe el sentido del carisma y se instala una relación cínica entre la política y la gente, y que ese tipo de humor, centrado en una figura, se cae y no se puede restablecer. Creo que esto se da también en otros terrenos, como el rock, donde los carismáticos son tipos que vienen desde hace 30 años.
–Andrés Ciro Martínez, el cantante de Los Piojos, resulta bastante carismático.
–Pero ahí el enganche generacional es otro. Con Olmedo o Charly se veía que no hay fronteras generacionales, que se trataba de un carisma absoluto. Con Menem esa relación, que era a favor, se transformó en cínica. Ese tipo de relación persiste todavía en ciertas zonas del humor: Artaza, Cherutti, Sofovich. Lo que fui descubriendo es que el humor es más que un fenómeno especial, o una entonación particular: está entramado en la cultura y las relaciones. En las entrevistas aparecen temas como el de la cargada, que tiene un doble mensaje: inclusión y exclusión. Esto en la cultura argentina es muy fuerte por la inmigración: te gasto porque sos tano, pero mientras te gasto te incluyo. Habría que pensar a Manolito en Mafalda: está incluido en la pandilla, pero a la vez está separado.
–Les pregunta a sus entrevistados si hay un tipo de humor argentino.
–Sí, y lo interesante es que encontré respuestas bastante disímiles. Yo relativizo, creo que hay ciertas zonas del humor que reflejan determinados tipos de relaciones sociales, pero no es uniforme ni hay un estilo del todo argentino. Hay zonas, eso sí, que se vuelven hegemónicas: los programas de supuesto humor de Tinelli y Pergolini trabajan sobre la gastada, básicamente no tienen otra cosa. Son programas de gerentes, no son humoristas. Antes era Olmedo, ahora es Tinelli. Y para figuras como Gasalla, o propuestas como la de Casero, no hay lugar. No hay tolerancia ideológica para eso. Y no creo que tenga que ver con el rating, porque a tipos como Rial o Viale los sostienen con tres puntos.
–Doce hombres entrevistados y sólo una mujer. ¿Por qué?
–Hay poca presencia de las mujeres. Intenté incluir a Maitena, pero no pudo ser, y no tengo la sensación de haber dejado a muchas afuera. Tuve la suerte, hace un tiempo, de ser el único hombre entre cuarenta mujeres en la redacción de una revista; cuando se olvidaban de que había un tipo ahí yo oía un código de humor entre ellas que era muy zarpado, de nombrar a las cosas por lo que son. Ahí hay una veta que, salvo en el under, aún no encuentra mucho espacio. Supongo, por otro lado, que las reglas del mundo del espectáculo son muy machistas: salvo el de Juana Molina, no recuerdo muchos programas armados en torno de una mujer. Si fuera director de programación, le buscaría buenos libretistas a Laura Oliva y haría algo centrado en ella, que como actriz o conductora no me interesa.
–¿La realidad y el humor se retroalimentan?
–Algo de razón tiene De la Rúa cuando se queja de Tinelli; no creo que haya caído por ir, pero no tengo dudas de que Tinelli terminó de instalar una imagen sobre De la Rúa. Otro ejemplo es Gasalla: a partir de un personaje cambió la percepción social de los empleados públicos. Yo creo que el humor produce efectos fuertes sobre la realidad.
–¿Existe una correspondencia entre sectores sociales y tipos de humor y, en consecuencia, humoristas?
–En un chiste, Quino dibujó un cine en el que dan La quimera de oro, en el momento en el que Chaplin se come los cordones de los zapatos como si fueran spaghettis, y hay tres bandejas de espectadores: unos tienen billetes de cien dólares y se cagan de risa, otros tienen de cincuenta y se ríen hasta ahí y los últimos tienen de un dólar y cara de angustia. Yo no sé si eso funciona absolutamente así. Claro que hay humores que marcan límites ideológicos: los chistes de curas no deben causarle gracia a la gente muy católica. Pero los judíos se ríen mucho de sí mismos: escuché los chistes más antisemitas en boca de judíos. El humor vincula mundos: en Sofovich todo se vincula con el sexo. Cuanto más amplio es ese mundo, resulta más abarcativo, pero en ciertos sectores la repetición de un mecanismo produce el alejamiento. Casero trabajaba un mundo de relaciones más estrecho: hacía un sketch de ardillitas peronistas que dejaba afuera a quienes no conocieran el fenómeno de la JP en los ‘70. Algunos humores son para sectores reducidos y otros, para grupos más amplios.