CULTURA › ALEJANDRO DOLINA, COMO SIEMPRE, PASION DE MULTITUDES
“Ahora sé que me amaron”
El autor de Crónicas del ángel gris y creador del ciclo radial La venganza será terrible produjo la mayor convocatoria de la feria, que terminó ayer: 4200 personas se dieron el gusto de verlo y escucharlo.
Por Angel Berlanga
“El primer saludo es para quienes están fuera y no han podido entrar”, dijo, y desde el enorme salón vecino a la Sala José Hernández se oyó la segunda ovación, a cargo de unas tres mil personas que lo veían en pantalla gigante. La primera ocurrió un par de minutos atrás, cuando Alejandro Dolina, sonrisa y traje impecables, apareció en el escenario, frente a otros mil doscientos seguidores, los que pudieron verlo realmente en directo. Suele decirse que Dolina es un clásico de la Feria, pero es mucho más que eso: es el único tipo que cada año convoca semejantes multitudes. Está bien: Bucay o Aguinis también podrán convocar a mucha gente; pero ocurre que Dolina no habla de autoayuda, ni es un oportunista, ni aborda temáticas de moda, llevado por alguna corriente del momento: Dolina es un enorme narrador oral que desde hace décadas cuenta historias de la Historia, hace literatura con la Literatura. Desde los círculos intelectuales tal vez no le toleren su lealtad al peronismo tradicional; acaso eso explique una de sus últimas frases de la noche: “Era inevitable que nos preguntemos en algún momento si este acto que nos congrega es real o ficticio. Las opiniones están divididas: para nosotros siempre ha sido bastante real, año tras año. Para los periodistas de los suplementos de cultura, todos los presentes no son sino alucinaciones de mentes perturbadas por los demasiados libros”.
Era tanta la gente que el asunto arrancó con más de media hora de atraso; hasta el mismo Gabriel Rolón, compañero de Dolina en La venganza será terrible, anduvo atascado un rato largo en una puerta antes de poder entrar. Algunos de los asistentes hicieron hasta seis horas de cola para asegurarse un lugar. “Las sombras, los espectros y las alucinaciones”: ése fue el título de la conferencia que Dolina leyó a lo largo de cincuenta minutos, un título que puede alinearse con los nombres de dos de sus obras: Crónicas del ángel gris y El libro del fantasma.
“Las sombras, los espectros, las alucinaciones, son borradores de la realidad, o percepciones incompletas, o erróneas –leyó Dolina–. Sin embargo, el escéptico militante va más allá y desconfía no sólo de las perturbaciones y de los espejismos patológicos, sino también de toda percepción. La idea de que el mundo no es tal como lo vemos es de una gran antigüedad. En el Oriente la vida misma es considerada un sueño obtuso. A la salida veremos si estamos más cerca del realismo ingenuo o de los escépticos, constructivistas o solipsistas que creen que al mundo lo inventamos nosotros.”
Y a continuación Dolina se largó a contar de cada uno de los rubros prometidos, a partir de citas literarias y/o biográficas (Shakespeare, Victor Hugo, Cervantes, Nietzsche, Platón, Coleridge, entre otros), de leves desplazamientos que operan sobre la lógica o la física y desembocan en la paradoja o el humor y, además, de reflexiones propias, a modo de cierre, sobre todo lo “coleccionado” en estos rubros. Esa característica de “borradores de la realidad” de las criaturas de las que habló le permitió a Dolina relacionarlas con la necesidad del arte de confundir los límites entre lo que realmente existe y lo que se imagina o se simboliza: “Roland Barthes advirtió que después del siglo XIX apareció una mayor conciencia de lo narrativo como construcción, como artificio, de donde emergía la realidad interna del texto. Y gritó que las marcas que con mayor verosimilitud producen el efecto de realidad en la narrativa llamada realista son las construcciones puramente discursivas. En una palabra, lo más realista en la literatura es justamente lo más artificioso”. “La ley, la rigurosa ley que impide la destrucción del mundo, se escribe así: toda sensación es verdadera. Ahora sé que me amaron”, dijo Dolina citando al poeta chino Li Bo. Luego dijo buenas noches y lo aplaudieron un rato largo. Y luego se fue a firmar ejemplares de sus libros: estuvo en eso hasta la una de la mañana.