CULTURA › EL POETA DANIEL SAMOILOVICH Y SU BUSQUEDA EN “LAS ENCANTADAS”
“Siempre busqué una zona de riesgo”
El autor, también director de la publicación Diario de poesía, plantea en su último libro una suerte de viaje a los paraísos perdidos, en el que confluyen recuerdos propios y ajenos.
Por Silvina Friera
Ni a los dioses les está permitido volver al pasado, pero hay un hombre que pretende hacerlo, en el preciso instante en que se despierta a medianoche en una pieza de hotel. Estaba soñando con un viaje hecho quince años atrás con una mujer a las Galápagos, un archipiélago en donde, según cuenta la historia de la ciencia, Charles Darwin concibió su teoría de la evolución de las especies. El hombre no quiere, tan solo, recordar esa experiencia ni mucho menos revivirla en el presente. Las encantadas, escrito por Daniel Samoilovich, es un poema que ensambla fragmentos de dos viajes reales, el del sujeto poético y el del naturalista inglés, a la manera de un sistema de cajas chinas, tan bello como sorprendente. El paisaje y la fauna de esas islas lejanas, ubicadas en el Pacífico, es para el poeta argentino el escenario del paraíso perdido, el espacio en el que cobra sentido el pasado, el origen común de todas las formas vivientes y la mecánica de sus variaciones. Publicado por la editorial Tusquets –primero en España, el año pasado–, Samoilovich admite que tal vez éste sea su libro formalmente más ambicioso.
“Yo estuve en esas islas en 1982”, cuenta Samoilovich en la entrevista con Página/12. “Por suerte, cuando empecé a escribir el libro, no encontraba la guía de viaje. Entonces, como no pude atenerme al detalle, tuve que manejarme con el recuerdo y eso me vino bien, para no quedar abrumado por las menciones del viaje real. En el fondo, el recuerdo hace su selección y quizá simplificó la parte anecdótica”, señala el director de Diario de poesía, publicación trimestral que dirige hace 17 años, y una de las voces más influyentes y respetadas de la poesía hispanoamericana, autor de Párpado (1973), su primer libro de poemas; El mago (1984), con prólogo de Beatriz Sarlo y dibujos de Guillermo Kuitca; La ansiedad perfecta (1991), Agosto (1995), Superficies iluminadas (1997) y El carrito de Eneas (2003), entre otros. Si, como señala en uno de los poemas, “los dioses se ríen de la ansiedad excesiva que los hombres tienen por conocer el futuro”, en Las encantadas –título que remite al tono irónico con el que Herman Melville nombraba a las islas Galápagos–, Samoilovich construye un montaje de lugares, personajes y voces que desestabilizan el espacio y el tiempo.
–¿Su intención fue escribir un poema narrativo?
–Sí, tiene una estructura narrativa mínima porque no sé si en el ámbito de un poema se puede desarrollar una narración demasiado compleja. La poesía siempre tiene ese límite: se opone al desarrollo de un sistema filosófico completo. No sé por qué nuestra época ha ido reduciendo las posibilidades de la poesía solamente al pequeño poema lírico. Si uno piensa en la poesía de los antiguos o la renacentista, tenían una panoplia de posibilidades (desde el poema dramático, ya fuera la forma teatral propiamente dicha) en las que admitían tanto las voces líricas como alguna estructura narrativa. Se fue achicando el espectro de lo que se puede hacer en poesía, pero a mí me interesa el borde, lo que es menos percibido como convencionalmente lírico.
–En uno de los poemas sostiene que la ventaja de la esponja respecto de la medusa es que por un lado absorbe y por el otro desecha lo que sobra. ¿Usted es un poeta esponja o medusa?
–No se me había ocurrido la comparación con el trabajo literario. La medusa hace un trabajo más elaborado, con el que me siento identificado, aunque en el trabajo poético son necesarias las dos instancias: el momento de la medusa y el de la esponja. Hay un tiempo, sin dudas el mejor, en que todo va a parar al asador. Pero hay otro momento de fintas, en el que se va probando el material. El problema es que cuando tenés más de lo que sirve hace falta organizar, terminar de darle formas a las partes y pulir.
–¿Su poesía apunta más a la pregunta que a la respuesta?
–Las buenas preguntas hacen avanzar la poesía, al igual que en otros ámbitos del arte y de la ciencia. Mientras escribía poemas sueltos, envidiaba el trabajo de los novelistas que pueden quedarse colgados de una historia porque tiene una continuidad. Ahora que vengo de escribir tres poemas-libros seguidos, Las encantadas, El despertar de Samoilo y El carrito de Eneas, me muero de ganas de escribir poemas sueltos y aislados, sin unidad. Desde mi primer libro, siempre busqué una zona de riesgo, porque me entusiasma experimentar en algún borde. Como poeta objetivista, fui demasiado complicado porque yo quería cierta aspereza de lo real. Aunque todo se puede simplificar, nunca tiré un mensaje que estuviera digerido de antemano.
–¿Cómo se relaciona el tono coloquial de su poesía con las citas cultas, por ejemplo Virgilio y Horacio?
–La poesía argentina viene probando relacionar lo coloquial y lo culto hace mucho tiempo, no es una obsesión mía. No me parece que esto sea tan novedoso como para que pueda asustar a alguien.
–Pero la gente y los lectores tienen una imagen del poeta vinculada más con lo lírico y no tanto con lo coloquial...
–Sí, parecería que la poesía está más atrasada o que la expectativa de los lectores en torno de la poesía está relacionada con la solemnidad. Quizás en la narrativa las mezclas sean más admitidas, pero si se leyera suficiente variedad de poesía y se conociera un poco más, se percibiría la variedad de las mezclas. Lo que es ridículo y más solemne que la solemnidad es querer matar de un susto al lector con la mezcla. Tiene que ser algo orgánico, natural, que surja de una necesidad expresiva, y que no sea un efecto para hacerse el canchero y llevar a la gente de arriba para abajo, en el subibaja de lo alto y lo bajo, lo culto y lo vulgar. Ya está: el siglo XX ha experimentado lo suficiente con las mezclas.
–¿Cómo analiza el panorama de la poesía argentina?
–Me gusta mucho lo que se está haciendo acá, comparado con lo que yo conozco: Colombia, Cuba, Chile y España. El 90 por ciento de los libros que me llegan de España parecen cortados todos por la misma tijera, es como si no hubieran tenido vanguardia o la que tuvieron no la supieron absorber. Hay un medio tono entre un coloquialismo muy sencillista y una abstracción enorme, la dificultad para introducir el humor, lo narrativo, la sorpresa y la experimentación con el lenguaje. El nuestro no es un panorama tan uniforme como el español.