ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON JULIA SOLOMONOFF, QUE FILMA SU PRIMER LARGOMETRAJE
“Las cosas se ven distintas desde afuera”
Asistente de dirección de Walter Salles, Carlos Sorín y Luis Puenzo, Solomonoff vivió en Estados Unidos pero volvió al país para rodar Hermanas, un guión propio que se retrotrae a Buenos Aires en los años ’70 y Texas en los ’80. “Me interesa ver qué pasó en nuestra sociedad”, dice.
Por Eugenia García
Una historia de desencuentros familiares es el eje de Hermanas, la ópera prima de Julia Solomonoff que por estos días se está filmando en Buenos Aires. Situada entre la Argentina de los años ’70 y los Estados Unidos en los ’80, la película observa la relación entre dos hermanas separadas por las circunstancias históricas, que se vuelven a encontrar ocho años después solo para redescubrirse muy diferentes, irreconocibles. Valeria Bertuccelli e Ingrid Rubio interpretan a esas dos hermanas, Elena y Natalia Levin, argentinas emigradas. Una, Elena, sigue a su marido a Texas por razones económicas; la otra, Natalia, se exilió en España durante la dictadura. Completan el elenco, entre españoles y argentinos, Horacio Peña, Mónica Galán, Milton de la Canal y Eusebio Poncela.
Asistente de dirección de realizadores como Carlos Sorín, Luis Puenzo o Walter Salles, Solomonoff comenzó a escribir el guión de Hermanas durante su estadía de seis años en Estados Unidos, donde fue a perfeccionar sus estudios en la Universidad de Columbia. “En realidad es raro: es un guión argentino, con dos personajes argentinos, pero que se encuentran fuera del país”, explica Solomonoff a Página/12, que próximamente se trasladará a Texas una semana, en plan de filmación de exteriores.
–¿Cómo es la relación entre estas dos hermanas?
–Se quieren mucho, pero han optado por vidas muy diferentes. Lo que actúa como catalizador es la novela póstuma del padre, que era escritor. Es un padre que influyó mucho en la vida de la chica que se exilió, Natalia. Ella es periodista, y es alguien que ha tenido una relación muy estrecha con ese padre, un escritor comprometido de los años ’70, que se ha ido replegando con la dictadura, y deja esta novela enterrada en el jardín antes de morir. Natalia se encuentra con esa novela en Texas, porque la hermana la sacó del país para preservarla, y empieza a develar un secreto que tiene que ver con la desaparición de su novio. La historia tiene un elemento de cierto suspenso, una pregunta subyacente, pero en realidad lo que hace es desplegar todo el tiempo la relación de las dos hermanas y cómo esa pregunta empieza a generar culpas y dudas y sospechas entre dos personas que tenían un vínculo muy fuerte pero que tienen todavía mucho para decirse. Creo que fue bueno el haber tenido la experiencia de ver esta historia desde afuera. Hay ciertas cosas que son totalmente universales, que tienen que ver con los afectos, con los secretos y cómo eso va generando una tensión siempre en una relación. Y también el tema de las migraciones, cómo se hace para que los vínculos perduren: qué perdura y qué no cuando las familias empiezan a repartirse por el mundo.
–Muchas películas argentinas terminan inevitablemente tocando el momento histórico de la dictadura.
–En la película nunca ves a un militar, y es algo pensado y decidido. Porque la película habla de la sociedad civil. A mí me interesa mucho más ver qué pasó en esa sociedad. Me parece que en este momento es lo más fácil, cuando ves una película sobre los nazis, el que tiene el uniforme de oficial alemán es el malo, y toda la película queda resuelta. Digo, no estoy limpiando de ninguna culpa a quienes la tuvieron, pero me parece que es facilista quedarse con el discurso de militares versus civiles. Hoy, en la Argentina, estamos viviendo el resurgimiento muy claro de ciertas tensiones, que empezaron en los años ’70 o antes y que tienen que resolverse. Por ejemplo, los conflictos que hay hoy dentro del peronismo nos atañen a todos, peronistas y no peronistas. No sé si es mi lugar hablar de eso, pero me parece que la película también lo habla en algún punto. No se trata de hablar de la dictadura, se trata de hablar de donde está hoy gente que fue instrumental en generar mucha muerte y mucha traición, romper ciertos pactos de silencio. Se trata de que nos cuidemos a nosotros mismos, en el sentido de volver a la idea de una familia, de preguntarnos qué pasó acá. Por ejemplo, en la película no hay militares, pero hay policías, ¿por qué? Porque la policía sigue siendo hoy un instrumento político muy importante, que se ha desbandado en estos días a proporciones aterradoras. Es hora de que la sociedad civil se haga cargo de su rol y de identificarse. Igual la película no va de esto, la película va de la relación entre dos hermanas. Lo que me pasa hoy, viviendo acá mientras estoy haciendo la película, es que estoy viendo un montón de otras cosas que no tienen que ver directamente con la película, pero que para mí tienen que ver con mi razón para hacerla.
–¿Pensó en eso cuando se puso a escribir la película?
–No, yo no escribo a partir de lo que salió en el diario. Escribo a partir de un lugar mucho más íntimo. Pero me parece que la realidad invade o permea la ficción de una manera inevitable. Es una realimentación permanente. Mi manera de ver las cosas cambió mucho desde mi regreso al país en el 2001, y estoy muy agradecida de que no pude hacer la película apenas llegué, porque creo que no entendía mucho cómo eran las cosas en el 2001. Tampoco las entiendo mucho ahora. Pero me doy cuenta de que son mucho más complejas de lo que yo había escrito desde afuera, que hacía falta estar dos o tres años más en Argentina antes de ponerme a hacer la película.
–¿Por qué decidió volver?
–Porque quería hacer la película, y quería vivir en la Argentina también, las dos cosas. Yo me fui a estudiar a Estados Unidos con cierta reticencia, porque yo estaba acá con trabajo, estaba relativamente bien. Ya había hecho varios cortos, pero no tenía la pulsión ni el compromiso que hacía falta para ponerme a hacer un largo. Lo que sí sentía era que tenía ganas de estudiar un poco más y de vivir un tiempo afuera. Pensé en irme dos años, pero se convirtieron en seis, y el viaje influyó mucho más en mi vida de lo que yo hubiera calculado. Hasta que hubo un momento en que sentí que esa etapa había cerrado, o me quedaba o me volvía a la Argentina. Y me volví. Era un momento en el cual pasaban cosas muy importantes que no me quería perder. Me acuerdo que Lucrecia Martel me dijo en Nueva York: “Vos no te podés perder este momento de Argentina”. Porque acá estaban los afectos, pero también estaba pasando algo que había que conocer. Yo me siento bien en Argentina, no tengo deseos de irme. Siento que tengo más cosas que hacer acá, es algo tan sencillo como eso. Y que tengo un diálogo y nos entendemos mejor, aun con las personas que no me conocen o no conozco.
–¿No pensó en filmar la película en Estados Unidos?
–No, esta era una película que solamente podía gestarse desde acá. Eso también lo sabía. Era importante que fuera algo personal, algo mío, no algo que tratara de conformar a un productor de allá que no entendiera mucho qué quería decir. Yo acá encontré gente que me entendió enseguida, como Vanesa Ragone y Florencia En-
ghel, las productoras. No había nada que traducir, no había nada que explicar. También encontré a Valeria Bertuccelli, que tiene una comprensión muy profunda de su personaje y un compromiso enorme. Ella dejó de hacer otros proyectos para poder estar en éste. Hubo un equipo de gente que se comprometió mucho. Hacía falta un compromiso muy fuerte para no tirar la chancleta, porque tardó mucho en concretarse.