CULTURA › ENTREVISTA A ALEJANDRO JODOROWSKY, ARTISTA MULTIFACETICO
“La cultura es polivalente”
Integrante del movimiento cultural chileno de los años ’40 y ’50, un día se fue a Francia a estudiar el tarot, que define más como una herramienta psicológica que como adivinación.
Por Silvina Friera
El primer contacto con los naipes lo tuvo a los 7 años en Tocopilla, un puerto chileno donde empezó a coleccionar mazos. Allí nació Alejandro Jodorowsky, artista multifacético, personaje de culto por su film El topo, novelista, poeta, escritor de comics, actor, titiritero, mimo en la compañía de Marcel Marceau, director de teatro que fundó el movimiento El Pánico en los ’60, estudioso del tarot y creador de dos técnicas para resolver problemas psicológicos: la psicomagia y la psicogenealogía. Hijo de inmigrantes rusos, Jodorowsky formó parte del movimiento cultural chileno de los ’40 y ’50, cuyas cabezas visibles fueron jóvenes talentosos y desenfadados como José Donoso y Enrique Lihn. Fue el más innovador y atrevido, el que se marchó en 1953 porque no había maestros que enseñaran el tarot. “Vivo en Francia, donde se rinde culto a la racionalidad, pero cómo sufren, en el estado en que están los intelectuales racionalistas, dan pena”, cuenta Jodorowsky, que hoy a las 18.30 presentará La vía del tarot, en la sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro.
Jodorowsky, que reside en Francia hace más de cincuenta años, no es un gurú que adivina el futuro ni un pastor que hace billetes con la desesperación de la gente. Todos los miércoles se sienta en el café Les Témeraires, en París, y lee gratuitamente el tarot a quien lo pida. Se ganó la fama de ser el diablo en persona con sus performances en los ’60: en México rompió un piano en escena –con el razonamiento de que si el torero al final destroza al toro por qué no podía hacer lo mismo–, entrevistó una vaca en la escuela de arquitectura para demostrar que sabía más que el ministro de Educación y otra vez pateó una Biblia y estuvo tres días preso. Pero en la entrevista, Jodorowsky habla pausado, paladea las respuestas y dice que la provocación ya no sirve. “Antes provocábamos al mundo, pero ahora el mundo provoca a los jóvenes y entonces la actitud es diferente”, sugiere el autor de novelas y libros de cuentos como El tesoro de la luna, Donde mejor canta un pájaro y El niño del jueves negro.
–¿Por qué plantea que el arte que no cura no es arte?
–La sociedad estaba un poco dormida, no era consciente de lo que pasaba y todos los artistas o éramos egómanos trabajando sobre nuestros ombligos o éramos destructores, malditos. Pero el mundo está tan feroz que el artista maldito siempre será menos maldito que un soldado que anda matando niños. La realidad sobrepasó cierta forma de arte. No podemos seguir haciendo un arte individualista, cerrado en sí mismo, pero tampoco estoy diciendo que hay que hacer un arte político como el de Neruda, porque sus peores poemas son los políticos. Pido una intervención poética y sanadora.
–¿Hubo algún hecho en su vida para llegar a esta conclusión?
–Es algo que todavía me duele mucho. Tengo varios hijos, pero uno murió cuando tenía 24 años. Esto me produjo tal shock que durante dos años no hice nada, me quedé paralizado y empecé a pensar qué era el arte para mí. Toda mi vida había vivido en el arte y todo había perdido significado, y me pregunté si lo que quería era ser bufón de la gente y para qué servía lo que estaba haciendo. A partir de ese momento descubrí que quería hacer un arte que sirviera para sanar y aliviar el dolor de la gente.
–Sin embargo, al tarot se lo considera como cosa de charlatanes...
–Ese es el error, que viene de la tradición de los charlatanes franceses del 1700, que inauguraron el gran mal del tarot que es adivinar el futuro. Así se pierde un lenguaje que es eminentemente psicológico y que revela, como los sueños, la realidad interior. Para poder funcionar en forma honesta, eliminé la lectura del futuro: se lee el presente. Si uno le dice el futuro a una persona en realidad le está induciendo un futuro. Yo siempre leo el tarot gratis para que sea honesto, para no crear clientes.
–¿Nunca cobró?
–Para mí es sagrado no cobrar, aunque tengo alumnos a los que les doy clases gratis, que después cobran. ¿Por qué? Porque nuestra sociedad vive del robo y la mala honestidad, firmar un contrato es firmar un robo legal. Hice lo que siempre quise que existiera: me voy a sentar en un café vulgar donde vaya la gente del pueblo y les voy a leer el tarot. Hace 30 años que lo hago y lo seguiré haciendo hasta el día en que desaparezca, porque es un compromiso conmigo mismo: cada miércoles libre se lo dedico a la gente.
–Cuando fundó el movimiento El Pánico, ¿buscó burlarse de la seriedad de la cultura francesa?
–Sí, de los surrealistas. El papa Bretón era muy caprichoso porque no le gustaba el rock, la ciencia ficción, la pintura, el arte publicitario, la pornografía, y para nosotros la pornografía era una forma de arte. Con Fernando Arrabal y Roland Topor creamos El Pánico para reírnos de esa seriedad. Fue como un chiste, nos burlábamos de la cultura, le poníamos el nombre pánico a lo que hacíamos y en las obras aparecíamos nosotros porque el autor era personaje de su obra. Pero no hubo un manifiesto, fue una forma de vida en la que el artista debía hacer todas las artes posibles.
–De ahí su faceta camaleónica...
–Es que el mundo está demostrando que teníamos razón, porque no puede haber un artista que no sea polivalente. Con una computadora se puede hacer literatura, arte gráfico, video, música. La cultura actual es polivalente, pero el primer artista polivalente fue Leonardo Da Vinci. Yo no veo por qué hay que ponerse límites.
–Pero las sociedades actuales no sólo tratan de poner límites, sino que hay un giro hacia lo moral que es muy fuerte.
–Es un péndulo. El péndulo dirigido por EE. UU. se inclina hacia la libertad y todo el mundo hace lo que quiere, pero después el péndulo recula y todo es espantosamente moralino. Son olas de permisividad y de retención. Pero no hay que preocuparse: esta sociedad no es la realidad. El ser humano y el mundo no son violentos aunque haya violencia, pero no hay que definir al mundo por lo que está pasando. Soy muy optimista respecto de lo que vendrá: el mundo coagulará y encontrará su unidad.