Miércoles, 8 de junio de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Facundo Sava *
Al final, y dependiendo de la circunstancia, ¿jugar sin público es mejor o peor? Para esta pregunta no hay respuestas contundentes ni absolutas, pero la actuación de Huracán frente a Tigre abre al menos la discusión, y eso más allá de la victoria cosechada.
Huracán, a puertas cerradas y por la 17ª fecha del Clausura, jugó el mejor partido en mucho tiempo y ganó 3-2. Quien vio a Huracán vio jugadores que se animaban a encarar el uno contra uno, que arriesgaban pases entre líneas, que salían jugando muchas veces desde zonas más retrasadas en la cancha, que muchas veces presionaban y muy bien. Vio futbolistas mucho más próximos a sus posibilidades reales, a personas con la tensión justa, con otras expresiones en sus rostros. Inclusive el entrenador, Roberto “Tito” Pompei, por momentos parecía otro, sin necesidad de discutir con nadie que le gritara algo, como le pasó en la cancha de Argentinos.
El público es esencial en la construcción del espectáculo del fútbol y son más que desagradables las razones que generan que los partidos no puedan ni empezar, como ocurrió en Newell’s-San Lorenzo, o se interrumpan provocando decisiones que impidan el acceso a los estadios de esos mismos hinchas. Los espectadores, a veces, van a las tribunas con una predisposición que no ayuda demasiado.
¿Cómo se genera esta tensión? En el caso de Huracán, se vive un escenario institucional doloroso: falta de respuestas directivas que se correspondan con la historia del club, hinchas defraudados, cambios constantes de técnicos, equipos desarmados torneo tras torneo, una situación económica difícil desde hace años.
Toda esta carga negativa termina cayendo sobre las espaldas de los jugadores, que muchas veces necesitan más contención para poder sobrellevarlas. Por algo existen los jugadores que sólo juegan en los entrenamientos. Algo similar les ocurre a equipos como River o Gimnasia.
Esto pasa en un contexto signado por violencias múltiples que sólo empeoran nuestro fútbol: intolerancias, confusiones, exageraciones, como se observó en el festejo de Atlético Rafaela en la cancha de Unión de Santa Fe, o en tanta agresión entre jugadores, o los gestos que hizo un jugador de Tigre, Martín Galmarini, a los pocos hinchas que estaban en la platea, que a su vez también lo insultaban.
Por fortuna, hay ejemplos para seguir y en ellos pienso cuando veo estas penosas situaciones. Pienso en Cristian Díaz, que fue mi compañero de Arsenal de Sarandí y ahora es técnico, y a su hijo le regala no solamente la camiseta del club del que es hincha, sino de todos los equipos argentinos.
O pienso en el escritor Eduardo Sacheri, que lleva en el corazón los colores de otra institución argentina, pero a su hijo lo lleva a ver partidos de distintos equipos para que aprecie, sin fanatismos enceguecedores, la riqueza entera del juego.
Acaso el de ellos sea un buen camino frente a un fútbol en el que, curiosamente, hay tardes en las que se juega mejor sin la hinchada propia que con ella.
* Ex futbolista, entrenador.
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