Jueves, 12 de junio de 2014 | Hoy
DEPORTES › OPINION > LOS AVATARES DEL REGRESO DE INDEPENDIENTE A PRIMERA
“Ahora que se acabó el suplicio, por fin podemos encandilarnos con las luces del retorno. Con la frente marchita, qué se le va a hacer. Pero, aún errando en las sombras, es nuestro turno de volver.”
Por Martín Pérez
Tenía que ser así. Fuera de casa, bajo la lluvia, colgados del travesaño, y esperando el final del partido casi desde el comienzo del segundo tiempo. Tenía que ser así. No podía ser un domingo al sol, ante un estadio lleno de banderas rojas, de hinchas arropando al equipo, celebrando el ascenso. Porque hubiese sido impropio para un año en el que Independiente se arrastró por el Nacional B con pena y sin gloria, ni fútbol, ni mucho menos mística.
Por eso las bocas mudas y las miradas vacías del domingo. Por eso la desilusión colectiva. Por eso las puteadas y amenazas. Por eso esta media semana de angustia, con tiempo para pensar en el destino, la justicia y esas cosas en las que se piensa antes y después de los partidos. Nunca durante. Veinte años después de aquella final en la que Independiente lo corrió de atrás con el fútbol como bandera, Huracán tuvo ayer la oportunidad de tomarse su revancha, esta vez con los lugares cambiados, teniendo al fútbol de su lado.
Pero, otra vez, ésas son cosas que se piensan antes y después de los partidos. Durante el partido, un Independiente que parece sentirse más cómodo yendo de punto golpeó cuando pudo, y se defendió a los ponchazos. Ese segundo tiempo tuvo más que ver con lo que se vivió durante casi todo el campeonato, esa maldición del paladar negro que condenó a los hinchas del Rojo a celebrar rechazos como goles, taparse los ojos ante cada centro cayendo en la propia área, y desear que el Ruso Rodríguez embolse la pelota, caiga al piso y no se levante más. ¿El juego? De punta y para arriba, gracias. Tengo que confesar que no le tenía fe a Independiente en un partido a suerte y verdad, en un año en el que –a pesar de estar lejos de ser un equipo– se cansó de dilapidar oportunidades. En ese juego de comparaciones que se remontaba veinte años atrás, perdíamos siempre.
Hasta que recordé, minutos antes de que empezase el partido, que Omar De Felippe, como aquel Brindisi que nos había sacado campeones entonces, también había jugado en el Globo. Un detalle que no significaba nada, pero en momentos así uno se agarra de cualquier cosa. Todo sirve. Creo que recién entonces me permití pensar que el resultado no estaba puesto, que había un partido por delante en el que podía pasar cualquier cosa. Tal vez por eso ahora me quedo con el recuerdo de la sonrisa franca que se le vio en la cara a De Felippe cuando lo enfocaron justo después del gol de Pizzini, el segundo, el que definió el partido.
Porque en un año en que todos los hinchas de Independiente nos llenamos de canas, el canoso Omar se permitió la primera sonrisa del año. Pero qué sonrisa. “Ni entonces éramos Gardel ni ahora somos un desastre”, paró el carro cuando a Independiente se le venía la noche en el campeonato. Ahora que se acabó el suplicio, gracias a este Omar que nunca se puso el cassette ni se escondió en las malas es que por fin podemos encandilarnos con las luces del retorno. Con la frente marchita, qué se le va a hacer. Pero, aun errando en las sombras, es nuestro turno de volver.
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