Jueves, 12 de junio de 2014 | Hoy
DEPORTES › EL MUNDIAL DE BRASIL PROMETE MUCHO ROCK&ROLL EN LAS CALLES
A horas del comienzo de la gran fiesta y del estreno del equipo local ante Croacia, el pueblo brasileño está polarizado entre los detractores de la Copa del Mundo y los que la apoyan con fervor. Pero en el momento del partido, nada más importará en el mundo.
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
A las cuatro de la tarde, en San Pablo, empieza la fiesta. La ceremonia de apertura tendrá música, danza y todas esas cosas que suelen constar de una especie de menú obligatorio y que los directores de escena de turno tratan de hacer más creativa que las anteriores. Será vista por millones y millones de personas en todo el mundo.
Y entonces, a las cinco, y con la tensión dramática de un poema de Lorca, empieza lo que realmente interesa: Brasil y Croacia se miden en el Itaqueirao. La capacidad prevista es de 61 mil personas. Casi la mitad –alrededor de 25 mil– será de extranjeros. Ayer se vendían en el mercado negro entradas por hasta dos mil dólares.
A juzgar por lo que dicen de sí mismos los brasileños, cálculos aproximados indican la existencia de 173.408.000 especialistas altamente capacitados para emitir opiniones tajantes sobre el desempeño, en la cancha, de Neymar, Fred y compañía. Cada uno de ellos olvidará, a lo largo de los 90 minutos más los 15 de entretiempo, lo que pasa en el mundo. O sea, por poco menos de dos horas, no habrá nada capaz de atraer las atenciones en el país.
Y sin embargo, hasta hace poquísimo, lo que se veía en las calles brasileñas distaba, y mucho, del clima cargado de electricidad de las Copas anteriores. Es verdad que, en los últimos dos o tres días, las ciudades que abrigan a los equipos extranjeros tuvieron momentos de fiesta. Es que el brasileño es un pueblo hospitalario, y hasta los adversarios más detestados –los argentinos– fueron calurosamente recibidos en Belo Horizonte.
Por las calles de Fortaleza y de Río, de Manaos y de Recife, gruesos contingentes de turistas paseaban sus piernas muy blancas y sus rostros muy rosados bajo el sol fuerte de esta época del año. Hay, como estaba previsto, hay amenazas de huelga. En Fortaleza, por ejemplo, los conductores de micros avisan que no trabajarán el próximo martes, día de Brasil y México en la ciudad. Por si fuera poco, también los agentes de tránsito avisaron que no saldrán a las calles. Sin colectivos y sin guardias de tránsito, es fácil imaginarse las escenas del diluvio. Queda, sin embargo, la esperanza de que entre hoy y la noche del lunes se llegue a algún acuerdo y todos trabajen.
Por esas y por otras razones, los brasileños están definitivamente divididos en relación con la Copa que empieza hoy. Una encuesta, cuyos resultados fueron divulgados ayer, muestra de manera clara cuál es el ánimo de los brasileños frente a la Copa. De las doce ciudades que servirán de sede para el Mundial, las que dicen ser ‘totalmente favorables’ a la realización del torneo en el país quedan por debajo del 40 por ciento.
Las excepciones son Salvador (42 por ciento) y Manaos (53 por ciento). El caso de la capital de Amazonas es comprensible: es una ciudad distante, donde casi nunca ocurre algo interesante. Abrigar un partido como el del próximo martes, entre Camerún y Croacia, o el del miércoles 25, entre Honduras y Suiza, es casi un acontecimiento histórico.
En relación con el legado de la Copa, la percepción media de los brasileños es igualmente negativa. Están los pesimistas sin remedio, que aseguran que el torneo dejará más pérdidas que beneficios para el país (66 por ciento de los consultados de Curitiba, 60 por ciento de Fortaleza, 59 por ciento de Belo Horizonte). En otras seis ciudades, el número de los que creen que el país pierde más que lo que gana ronda el 50 por ciento. Y, una vez más, Manaos da el tono optimista: 53 por ciento de los entrevistados en esa ciudad, donde el calor agobiante y la humedad asfixiante serán los peores adversarios de croatas, ingleses, italianos, suizos y estadounidenses, creen que habrá un legado positivo.
Pero cuando se trata de lo que ocurrirá en la cancha, el escenario es distinto. Los mismos que critican duramente la realización de la Copa en Brasil defienden con fervor desmesurado (mejor dicho, habitual) a la selección brasileña. Desde el año pasado, cuando de la conquista contundente de la Copa Confederaciones, el equipo supo asegurarse la confianza de los aficionados, ahora consolidó ese sentimiento.
Queda, es verdad, la preocupación con lo que podrá ocurrir en las calles. En la noche del pasado martes la presidenta Dilma Rousseff hizo un pronunciamiento al país, transmitido por red nacional de radio y televisión. Advirtió, en tono claro: “No iremos a tolerar actos de vandalismo”. Por las dudas, ayer, en Río, la policía detuvo a diez jóvenes, sospechosos de convocar movilizaciones por la red social.
Pero sabe Dilma, como saben todos, que será casi inevitable que ocurran manifestaciones hoy, en San Pablo, y en cada uno de los días de partido en cada ciudad. Así estamos: preocupados por lo que pueda ocurrir en las calles, sin el entusiasmo de otros mundiales, pero con las atenciones fervorosamente concentradas en la cancha.
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