Jueves, 10 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › TRAS LOS PENALES, MILES DE PERSONAS INVADIERON LA CIUDAD, CON EL EPICENTRO EN CORRIENTES Y 9 DE JULIO
Estaban los que le habían puesto Diego a su hijo por Maradona. Y también los que festejaban su primer Mundial con Argentina finalista. Un cruce de generaciones invadió ayer el Obelisco.
Por Pedro Lipcovich
Todos fueron anoche al Obelisco. Algunos, tan jóvenes, festejaban su primer Mundial con Argentina finalista y, porque no habían nacido, no tienen dolor ni culpa del Mundial ’78. Estaba el que, por Diego, le puso Diego a su hijo y el que decía “Estoy feliz”, con la hijita embanderada en sus hombros. Con sus cornetas a pistón y sus gorros con pelota de gajos. Página/12 habló con ellos, con el que trabaja en limpieza de oficinas, con la empleada de la hamburguesería. Decenas de miles, gritando, cantando, saltando, fotografiados y fotografiando, filmándose con sus celulares, festejaban ya tarde en la noche, por Corrientes hasta Callao, por 9 de Julio al sur y al norte y por Diagonal hacia Plaza de Mayo.
“Estamos todo el día, desde temprano. Estaba vacío, pero estuvimos esperando”, decía Camila, de 18 años, a las 20.10 de ayer en Sarmiento y Carlos Pellegrini. Ella había venido a hacerse el día junto a su abuelo vendiendo gorritos argentinos con pelota de fútbol incluida, uno por 80 y dos por 150 pesos: “Por suerte, ganamos”. A esa hora ya se iba completando la plazoleta norte junto al Obelisco, y el canto era: “Tomala vos,/ dámela a mí,/ el que no salta/ es de Brasil”.
Pero apenas se escuchaba porque el estruendo de bocinazos era como Año Nuevo. Un enorme Cristo Redentor inflable, parecido al de Río de Janeiro, prueba de devoción o de sarcasmo, no terminaba de alzarse. Iba llegando más y más gente. “Volveremos, volveremos,/ volveremos otra vez,/volveremo’ a ser campeones/ como en el ’86”, y, por supuesto, “¡Ar-gen-tina!”.
A intervalos, en oleadas, brotaban los saltos colectivos: “Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés”. Pero la Argentina no jugó contra Inglaterra: ¿no debería ser “el que no salta es un holandés”? Tal vez ese coro convocaría la odiosa memoria del Mundial ’78, en todo caso nadie lo cantó.
“Estoy feliz. Estoy feliz”, repetía Gilberto, de 32 años, con su hijita de tres años a cococho, envuelta en bandera. “Romero es el más grande. Nos dio la gloria”, decía Gilberto, que trabaja en limpieza, junto a Agustina, su mujer, de 22 años, que trabaja en un Burger King. “Romero ayuda a cumplir el sueño, como Messi, Higuaín. Ya estamos en la final.”
Muchos estrenaban las nuevas, poderosas cornetas a pistón. “No pensábamos salir”, dijo Guillermo, de 45, al frente de su familia numerosa. “Pensábamos salir para la final, pero hacía mucho que no festejábamos... Bueno, ayer también festejamos lo de la goleada a Brasil, aunque uno lo niegue.”
También festejaba Felipe, perrito de raza imprecisa, cuidadosamente vestido con los colores argentinos, traído por dos mujeres: “Felipe es fanático”, dijo una de ellas, Amelia, y aclaró: “Somos peruanas pero nuestros maridos y nuestros hijos son argentinos. Estamos emocionadas”.
También, inevitable, se oía: “Brasil, decime qué se siente,/ tener en casa a tu papá”. Porque “Soy argentino, es un sentimiento, no puedo parar...”.
La luna estaba alta y un poco turbia. “Aunque no me sentía bien, me vine. Este Mundial me gusta más que el del ’78. En ese tiempo éramos jóvenes, ignorantes. Ignorábamos muchas cosas”, dijo Daniel, de 57.
A las 21.20 se improvisó una batucada sobre Cerrito. El Cristo Redentor finalmente había logrado enderezarse sobre la avenida.
“Teníamos pensado venir. Ya vinimos antes, cuando ganamos otros partidos –decía Ezequiel, de 65 años, encargado de un edificio–. Sobre todo porque los jugadores de este equipo son buena gente. En el fútbol hay violencia, se golpea con mala intención, pero esta selección está jugando muy limpio.” Y agregó que “a mi hijo Diego le pusimos así por Maradona”.
Estallaba algún fuego artificial y muchos petardos. “Ya habíamos comprado cohetes. Yo estaba seguro de que ganábamos”, explicó David, de 30 años, junto a Marisa, de la misma edad: “Nos conocimos por Internet”. El estaba cubierto por una gran bandera argentina, que “la vengo llevando desde que empezó el Mundial”.
“Vení vení, saltá conmigo,/ que un amigo vas a encontrar,/ que de la mano de Leo Messi/ toda la vuelta vamos a dar.”
Se acercaban las diez de la noche y seguían siendo muchos más los que llegaban que los que se iban.
“Para todos nosotros es la primera vez que la Argentina va a una final –dijo Diego, otro de los Diegos–: tenemos 25 años. En el Mundial del ’90, yo tenía dos años.” “Yo recién nacía”, intervino Silvana. “Hoy estábamos viendo el partido en un bar, no pensábamos salir. Pero vinimos”, agregó Diego y comentó: “Venimos de las provincias”. “Formosa, Corrientes, Misiones, Entre Ríos”, enumeraron.
Y, mirando las canas del cronista, Diego calculó: “Usted conoció cuatro finales”.
–Sí, pero la primera, la del ’78, no es de buen recuerdo.
–Pero ganamos igual –contestó el joven.
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