Jueves, 10 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › LA SELECCIóN ARGENTINA ELIMINó A HOLANDA POR PENALES
Después de 24 años, otra vez el equipo argentino jugará la final de una Copa del Mundo, el domingo, en el Maracaná, frente a Alemania. Mascherano fue la figura, Romero resultó el héroe.
Por Juan José Panno
Desde San Pablo
En los hijos, en ellos piensa uno, mientras los jugadores revolean las camisetas y cantan junto con los hinchas primero en una cabecera y después en la otra. Porque los hijos de uno y los amigos de ellos y los pibes que están acá en San Pablo y los que están allá y tienen la edad de los jugadores (que también vienen a ser hijos de uno) son gente que nunca vio a la Selección Argentina en la final de un Mundial. Los hijos de uno, los propios, los adoptados y los que uno agrega en estas líneas, acaso no son muy futboleros, acaso no saben distinguir si un lateral está abriendo un flanco o si el técnico se equivocó en un cambio posicional, pero llevan el fútbol en los genes y les brota fútbol en tiempos de Mundial. Por eso los que están acá cantan felices con los jugadores y uno tiene el privilegio de verlos desde el palco y no puede menos que empaparse con la alegría que transmiten. Y no tiene que hacer mucho esfuerzo de imaginación uno para entender qué pasa simultáneamente en Buenos Aires, en Tilcara, en Quitilipi, en Río Gallegos o en el último rinconcito de cualquier país donde hay un argentino que hoy se siente un poco dueño del universo.
Por todo eso hay que empezar por los penales, porque en el tiempo que pasó entre la pitada final del alargue y el tiro de Maxi Rodríguez (que deben haber sido dos siglos) estuvo condensado lo mejor, el pico máximo de tensión, el momento “match point” en la vida de esta semifinal. Atrás habían quedado dos horas de una partida de ajedrez con piezas vivientes, en movimientos de ida y vuelta para proteger posiciones, para no dejarles espacios a los otros, para no pasar sobresaltos, lo que las obligaba a esfuerzos supremos. Ajedrez y no fútbol que brilla, luce y encanta, pero jugado con el corazón caliente. Atrás habían quedado los 90 minutos y las polémicas sobre las que se los podía hacer girar (que Argentina fue más en el primer tiempo y menos en el segundo, que los holandeses parecían más enteros cuando llegó el alargue, pero al final Argentina llegó más) y llega el éxtasis con los tiros desde los doce pasos.
Ahí es cuando aparecen películas viejas que uno guarda en su disco rígido: el Goyco contra Yugoslavia y contra Italia, el Goyco diciéndole a Maradona después de que perdiera el suyo que no se preocupara porque él atajaba el siguiente, Lechuga Roa en la gloriosa noche de Saint Etienne cuando Argentina le dio el toque a Inglaterra, los papelitos de Lehmann y el tiro del Cuchu Cambiasso a las manos de Lehmann y el pobre Franco yendo para el lado equivocado, todo junto, y todo mezclado con la certeza de que allá, frente a la tele, hay gente que dice dale Romero, por el amor de Dios y dice a los holandeses tiralo afuera la gran puta madre que te parió a vos y a la reina. Y hay gente informada que dice que Romero detuvo en su carrera 3 penales de los 13 que le patearon y hay otra gente que prende velas y otra que se alegra de que el antipático de Van Gaal no se guardara el tercer cambio para poner el asqueroso de Krul como había hecho contra Costa Rica y toma carrera el 2 de los naranjas, Vlaar, y va y tira y Romero se arroja hacia su izquierda, ¡grande, Chiquito! y estallan los de la cabecera a la derecha del palco de prensa porque lo tienen todo ahí nomás al alcance de la vista.
Y va Messi porque los que más saben de esto (y uno suscribe) son los que tienen que patear primero, que no hay que guardarse nada. Y va Messi y silban los brasileños y cómo no van a silbar después de la gastada que se comieron durante todo el partido. Pero Messi, con su 1,69 m, el más petiso de los 46 jugadores contando titulares y suplentes de los dos equipos, además de bajito es sordo y no escucha los chiflidos. Y también es ciego y no lo ve a Cillesen (que mide 20 centímetros más que él levantando los brazos y abriéndolos como para dar a entender que tapará todo el arco).
Pero Messi todavía no lo ve. Ahora sí, cuando llega a la pelota lo ve, lo ve que se mueve para la derecha y se la toca a la izquierda. Uno a cero. Y va a Robben, que en el tiempo reglamentario sólo había mostrado alguito, pizcas de su talento, vende un buzón y convierte. Uno a uno. Y va Garay y por ahí patea Garay, al medio del arco. Dos a uno. Y va Sneijder que le pega fenómeno y Romero va a la derecha y ataja fenómeno y su estadística mejora: detuvo 5 de 16. Y Agüero que no está entero, pero se tiene fe y le pega abajo a la derecha y a la derecha Cillesen, ay, pero es gol. Tres a uno. Y en el siguiente Holanda factura con Kuyt, 3 a 2, y va Maxi Rodríguez y allá los que no saben preguntan si se termina si Maxi lo mete y acá y allá lo que reina en el estadio es máxima... emoción (¡je!) alegría desbordante, la locura de los jugadores corriendo desde la mitad de la cancha para colgarse del arquero, del goleador y de la historia y para terminar todos abrazados, como se abrazan los jóvenes que nunca vieron finalista a la Argentina y los más grandes que sí la vieron y quieren más, aunque sepan muy bien que en la historia del fútbol argentino hay muchos equipos mejores que éste, pero no es la cuestión aquí y ahora, canta “que vamo’a salir campeón otra vez, como en el ochenta y seis” y uno lo escribe como si lo estuviera cantando porque, en el fondo, uno no puede dejar de pensar en las ganas de abrazar a los hijos y a toda la gente de uno.
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