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Sobredosis deportiva
Por Pablo Vignone
Uno se va de casa y no sabe cuándo vuelve. Hasta trata de dejarle una fotito a la familia, para que se acuerden, para que lo dejen entrar si es que alguna vez regresa. Es que cada mes, cada semana, cada día, hay más y más deporte que seguir. Las jornadas comunes destilan un calor reservado no hace mucho solamente a los fines de semana.
Los fanáticos están chochos: no debe haber mejor laburo en estos días que el de televidente: hoy mismo, por ejemplo, arrancan los pibes del Sub-20 al mediodía, Boca se juega una parada bárbara entrada la noche y, sin esperar que termine el partido en la Bombonera, llegan desde Detroit las imágenes de los Spurs y los Pistons. Y todo por TV abierta.
En la vorágine, al hincha se le confunden los tantos: juegan la Selección en la Copa de las Confederaciones, la Sub-20 en el Mundial de Holanda, River y Boca (¡y Banfield!) por la Libertadores, y por ahí hasta se olvida (salvo que sea hincha de Vélez o Estudiantes o Arsenal o, incluso, Racing) de que hay un torneo en escena, el Clausura, lejos de tener, todavía, un dueño asegurado. ¿Y quién se anima a afirmar que la NBA no es un Mundial de básquetbol a punto de coronar a un argentino?
Lo que se pone bajo la lupa, en todo caso, no es el entusiasmo de la fanaticada, interminable y a prueba de cortes publicitarios, sino la salud de los que animan el espectáculo. Acaba de recordarlo el entrenador brasileño Carlos Parreira, en un saludable esfuerzo de memoria (teniendo en cuenta que es empleado de Ricardo Teixeira): “El calendario mundial está muy exigente. Son demasiados partidos y demasiados torneos. Por eso las lesiones comienzan a aparecer. Miren lo que pasó con Argentina y Francia en el Mundial 2002: Francia jugó prácticamente hasta 15 días antes de la Copa del Mundo, y Zidane no pudo jugar en Japón”.
Vale siempre recordarlo: el negocio del deporte está estirado. No es que la TV sigue con obsesión una actividad que crece a ritmo de voracidad sino que la mecánica es exactamente la inversa, son los torneos los que se multiplican para satisfacer tanta pantalla. Como no hay protagonistas para satisfacerlos a todos, suceden barbaridades como ésta: que el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, amenace a tres jugadores de las Chivas de Guadalajara –Alberto Medina, Ramón Morales y Omar Bravo– con “venir a jugar este torneo, ya que han sido convocados y están inscriptos, y por lo tanto tienen la obligación de jugar, o si no serán suspendidos y no podrán jugar tampoco con el Guadalajara”. Como si existiera alguna especie de esclavitud moderna.