Se cumplen 40 años desde que Wimbledon vivió uno de los boicot más recordados de la historia del tenis, cuando la gran mayoría de los 70 primeros tenistas del ranking se negaron a jugar en apoyo a uno de sus colegas, el croata Niki Pilic. Ante la inusual situación, la organización del torneo rellenó con tenistas aficionados el cuadro que acabó llevándose el checo Jan Kodes en una final ante el ruso Alex Metreveli. Ambos argumentaron que sus federaciones los habían obligado a continuar adelante en el torneo, por lo que decidieron no unirse al boicot. Las complicaciones comenzaron cuando la Federación de Tenis Internacional (FIT) tomó medidas contra Pilic por no disputar un encuentro de la Copa Davis ante Nueva Zelanda en Zagreb y participar, en cambio, en un torneo profesional de dobles en Canadá. El organismo no toleró el desprecio de Pilic a la normativa internacional y le comunicó, un día antes de que disputara la final de Roland Garros (que perdió contra el rumano Ilie Nastase, 6-3, 6-3, 6-0), que tenía vetada la participación en Wimbledon. La FIT aplicó una norma por la cual cualquier jugador que no estuviera “en buenas relaciones” con su federación nacional no podía participar en competiciones internacionales. El veto fue una situación inmejorable para que la ATP, creada tan sólo un año antes, demostrara por vez primera su poder. “Pensamos que deberíamos poder jugar donde queramos y cuando queramos”, señaló el entonces presidente de la ATP, Cliff Drysdale. Roger Federer, siete veces campeón en Wimbledon, sostuvo esta semana que el circuito ahora es “completamente diferente” y que un boicot similar no es posible “a corto plazo. Espero que siempre podamos encontrar un consenso, entendernos los unos a los otros, discutirlo”. Lo que ocurrió en la edición de 1973 difícilmente vuelva a repetirse.