DEPORTES › OPINION
La magia adormecida
Por Pablo Vignone
Se puede mirarlo desde dos ángulos.
Uno, el deportivo. Andrés Nicolás D’Alessandro, uno de los dos jugadores más talentosos del fútbol argentino de cabotaje, posee las condiciones esenciales para aspirar a jugar en un club auténticamente grande del fútbol europeo. Nunca desentonaría en el Madrid, la Juventus, el Manchester o el Bayern Munich.
Sin embargo, va al Wolfsburg, un conjunto subsidiario de una de las más grandes empresas de Alemania, que terminó en el medio de la tabla en la última temporada de la Bundesliga y que jugará la próxima edición de la Copa Intertoto...
“El equipo va a luchar por el título”, prometió ayer, instalando la duda sobre el destinatario del mensaje: ¿A los que creen que el VfB Wolfsburg es un equipo de mediana jerarquía para su capacidad, o para él mismo, tratando de convencerse de que eligió el mejor destino posible?
Dos, el humano. Si el Efecto K no alcanza para dar vuelta la ola, si los pibes argentinos continúan creyendo que la salida es Ezeiza, si los medios vomitan inseguridad sobre la conciencia de los inocentes, ¿qué tendría de reprochable esta decisión del pibe, aprovechando la primera oportunidad de emigrar que se le presenta?
“Quiero asegurar el futuro de mi familia”, se le escuchó. ¿Y quién se anima, desde el prurito futbolístico, a recriminarle la decisión de ir a jugar a un club que, seguramente, le pagará en término, le pondrá a disposición auto, casa y traductor (en ese orden), le abrirá la puerta para salir a la calle sin que lo reconozcan y, también, sin que le secuestren a un pariente?
Desde lo deportivo, se puede admirar la determinación de Gabriel Milito, que prefirió esperar la oferta que auténticamente lo sedujera. El zaguero es un gran jugador, se sabe grande, planeó su movida y la ejecutó. No fue a jugar al Leeds United, y hoy está en el Real Madrid. Aunque por él se pagara menos de la mitad del dinero que la VW invierte en D’Alessandro.
Es una lástima que Nico no haya perseguido el mismo ideal, y elegido la somnolienta seguridad de un equipo de mitad de tabla, que adormecerá la repercusión de su magia. Una elección que, sin duda, repercutirá, en la dimensión con la que la historia tomará nota de su gambeta.
Pero eso, dicho sólo desde el placer que genera el juego.