DEPORTES › OPINION
La serenidad va al banco
Por Pablo Vignone
El adagio establece que el que juega por necesidad, pierde por obligación. Aunque las necesidades de River resulten de tono exigente, tanto desde el ángulo deportivo –tres subcampeonato seguidos, cinco años sin ganar la Copa Libertadores– como desde el criterio de caja, no resultaría del todo justo vincular el resultado del miércoles por la noche con esa cotidianidad zigzagueante. Pero el tema es que los propios riverplatenses comienzan a ver, como un espejismo, esa suerte de vínculo. Quedarse afuera de la Libertadores no tiene que ver, para muchos, con la eliminación deportiva como con la pérdida de los 200 mil dólares que implicaría no superar al Gremio el próximo jueves en el Olímpico gaúcho.
Y entonces se desata el conventillo. No es difícil, en los días volátiles que se viven, sentirse rápidamente inflamado ante el contratiempo. Pero la derrota ante el Gremio se vive al ritmo de cierta tragedia porque preludia lo que será, sin duda, el partido más difícil de River en el campeonato, el domingo, con Racing. Y porque otra derrota allí podría ser vivida como la confirmación total del inicio del cataclismo.
Más allá de los pronósticos apocalípticos que se escuchan por estas horas, es menester separar las cosas. River había prometido el paraíso con sus primeras actuaciones del año, y ya a esta altura quedó claro que esas fueron más las excepciones que la regla. Sigue siendo el poseedor del mejor plantel de la Argentina –algo que ni siquiera los de Boca discuten-, pero no plasma tan fácilmente esa superioridad en los resultados.
Esa dificultad para pasar del dicho al hecho –casi un signo de estos tiempos, como lo prueba el rumbo de la administración Duhalde– se abona con el burbujeo de intereses particulares que vibran en el seno del plantel y que, como sucede siempre, no salen a la luz cuando la dicha es grande. Ahora disputan Díaz y Ortega, a la vera de una semana trascendente. Acaso disputen cómo esquivar la responsabilidad de una crisis potable si la situación se agrava. Porque, dentro del microclima que viven, la serenidad no juega de titular. Ni siquiera por necesidad.