ESPECTáCULOS
“Yo no soy político ni cronista de lo que pasa, ni un artista social”
Daniel Melingo, integrantes de varios grupos míticos de rock y pop, presenta esta noche un nuevo show de tangos reos y lunfardos
Por Karina Micheletto
En los 80 formó parte de una de las bandas míticas del rock argentino, Los Abuelos de la Nada. Pasó también por el Miguel Abuelo Trío, la mejor etapa de Los Twist, Las Ligas (una de las bandas de apoyo de Charly García), el grupo paródico Escuela Basilio. Se fue a Europa y creó Lions in Love, un grupo devenido de culto. Conoció lo mejor y lo peor de los gloriosos 80, aquellos en que la consigna “sexo, droga y rock and roll” no era un despropóisto. Ya entrados los 90 volvió a la Argentina, abandonó el rock y el pop y se pasó al tango, para más datos, el reo y orillero. ¿Qué le pasa por la cabeza a alguien que transita ese camino? “Qué se yo, yo me pregunto lo mismo. Me preocupa más lo que pasa por mi alma. Mientras tanto, sigo en el camino”, responde con seriedad Daniel Melingo, con el pelo más corto y más canoso y la voz rasposa y dura que lo caracteriza.
En los temas que interpreta, Melingo pinta de cuerpo entero a marginales y milongueros varios, de la mano de poetas como Carlos de la Púa, Celedonio Flores, Enrique Cadícamo, Julián Centeya y Luis Alposta, y algunas letras propias. Dice que el tango es el género que más lo identifica, y que siempre le fue cercano. Su padrastro, que era el manager de Edmundo Rivero, le regaló un bandoneón a los 15 años, y en su discoteca de adolescente sobresalían las colecciones completas de Rivero y de Gardel. Hoy, desde las 23, el músico y cantante se presenta en La Trastienda, junto a Ignacio Cabello y Santiago Fernández en guitarras, Gustavo Paglia en bandoneón, Patricio Cotella en contrabajo, Javier Casalla en violín y artistas invitados. Allí mostrará el trabajo registrado en sus discos Tangos bajos y Ufa!, y algunos de los temas nuevos que conformarán un tercer disco, en su mayoría escritos por Luis Alposta y musicalizados por Melingo, como la milonga “En un bondi color humo”, el tango “El extraño caso” y el vals “Igualito que el tango”. “Si uno trata al tango como una pieza de museo, lo transforma en pieza de museo. Es un género que tiene una larga vida por delante, siempre y cuando lo hagamos propio, ya sea el de hoy o el de un siglo atrás”, dice el músico, cantante y compositor en diálogo con Página/12.
–¿Cuál es el tango que más lo identifica?
–Lo mío es el tango canción. El que marcaron Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Charlo y que mantuvieron Osvaldo Fresedo, Julio De Caro, Francisco Canaro y después Aníbal Troilo, el tango más milonguero, no el bailable y orquestal de los 40. En mi repertorio estoy ahondando el compás, el fraseo, la musicalidad más pura del tango orillero de principios de siglo. Algunas letras son de hace cincuenta años y otras son escritas ahora, porque el tango es atemporal y universal, por eso en muchos tangos pareciera que el paso del tiempo no surte efecto.
–¿Se definiría como un rockero, un tanguero, un rockero haciendo tango...?
–Esos rótulos no sirven, el único rótulo que cabe es el de la música y la poesía. La música es una sola, y a todo músico, más allá del género que haga, le llega el momento de estar solo frente a sí mismo y a la intensidad de la música. Yo hago música desde chico, y tanto el tango como el rock o la música clásica forjaron mi personalidad.
–¿Encuentra que el tango es más complejo de abordar que el rock?
–Sí. El tango tiene su estética, su toque, su temperamento, y cada intérprete le va aportando desde su propia personalidad. Actualmente el género está en un proceso de expansión, hay muchos autores e intérpretes jóvenes, y eso es bueno porque le aporta aire y sangre nuevos. Es algo que vamos haciendo entre todos. Sólo hacen falta ganas y animarse a hacerlo, perderle el miedo al ridículo, o que el respeto por el género no sea una parálisis para la creación.
–¿Qué quiere decirle a la gente a través de sus canciones?
–Nada. Yo no soy político ni cronista de lo que pasa, ni un termómetro social. Lo mío va en otra velocidad. Para mí el tango y la música son un pasaporte a un mundo paralelo a este mundo horrible que nos toca vivir, más cercano al placer y a los sentimientos. Eso es lo que quiero darle a quien me escucha. Por supuesto que el tango no viene de la luna, se nutre de la realidad, pero su función no es panfletaria ni de denuncia. No puedo separarme de la realidad en que vivimos, pero no tengo por qué reflejarla en mis letras. Con la realidad ya tenemos bastante. En un momento tan jodido como éste lo mejor que se puede hacer es especializarse en lo de uno para poder hacerlo mejor, no transformarse en un paracaidista más. Lo mío es la música, por lo tanto busco crecer y perfeccionarme en el lenguaje que elegí de un tiempo a esta parte.
–¿Su obra encuentra resistencias de los tangueros más tradicionales?
–No, a mí me viene a ver gente de todo tipo y de todas las edades. En su punto creativo y revolucionario, el tango no es reaccionario. Quiero decir: hay gente reaccionaria, como en todos los ámbitos, pero ningún tanguero realmente creador puede asumir una postura reaccionaria. Hay algo que sí pasa: a los veinte años, todos pensamos que lo que nos está pasando es lo mejor. A la gente que a los veinte años bailó en las grandes orquestas típicas, ¿cómo le vas a decir ahora que hay algo mejor que eso?