DIALOGOS › ¿POR QUE FERNANDO VALLEJO?

Un heterodoxo extraordinario

 Por J. C.

Es un heterodoxo extraordinario. Durante años se pensó que jamás haría un viaje, que no volvería a su casa (Colombia), que no sería capaz de enfrentarse al público. Su timidez es extraordinaria, su dulzura también lo es, y lo son también su sinceridad y su dureza. Es escritor, o novelista, pero también es músico, biólogo, cineasta.

Fernando Vallejo nació en Medellín, en 1942; una de sus ficciones más extraordinarias es La virgen de los sicarios, que dejó boquiabiertos a los que no estaban acostumbrados a que la novela contuviera un testimonio tan brutal de amor y de violencia en una sociedad acostumbrada a la ternura y a la barbarie (Medellín). La novela fue luego película, de Barbet Schroeder, y es de las pocas adaptaciones que además han hecho amigos al director del film y al autor de la novela. Quienes sólo lean ese libro, o El desbarrancadero (en el que su madre, o Colombia, aparecen en primer plano, derrumbándose), o Mi hermano el alcalde (un retrato de la corrupción y de la ansiedad del poder) pensarán que Vallejo es despiadado, brutal también en persona, como acaso lo fueron Genet o Boris Vian, a quienes se le asocia, o como lo fue el ultrasilencioso Samuel Beckett. Para nada. Es tímido, y acaso eso le hace, al principio, aparentemente inaccesible. Su cara suave y tersa, sus ojos oscuros y penetrantes, sus manos de pianista son enseguida extraordinarios instrumentos de comunicación tranquila. Todo lo escribe en primera persona –y éste es uno de sus caballos de batalla narrativos: no lee novelas, pero desprecia las que se escriben en tercera persona–, y casi todos sus relatos guardan la apariencia de la autobiografía. Pero sólo habla de sí mismo si se le insiste mucho.

Una vez en la Feria de Guadalajara (México), donde se presentó para hablar de Mi hermano el alcalde, en lugar de dirigirse al público, y a los periodistas, se dirigió al Papa de entonces (Wojtyla); no dijo nada de su novela, y lanzó una diatriba contra la resistencia de la Iglesia Católica a aceptar los métodos anticonceptivos que impidan que el mundo se siga poblando... Cuando le dieron el Premio Rómulo Gallegos en Venezuela, en 2003, donó el dinero del galardón a las asociaciones que defienden a los perros; muestra una ternura extraordinaria por los animales, y es cierta la leyenda de que a sus perros les lava los dientes cada día.

En su pacífica casa de México, donde vive desde hace más de treinta años con su compañero, David Antón, un dramaturgo y escenógrafo de primera categoría, recibe a amigos, a los que escucha –es feliz escuchando, se lo ve–, e invita a comer un arroz fabuloso. No permite que el fotógrafo lo retrate allí, junto a sus cuadros y a su piano, y prefiere trasladarse a la azotea o a la calle; pero ése es acaso el único rasgo que afirma la timidez, o la introversión, de Fernando Vallejo.

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