DISCOS › DIANA KRALL PUBLICA EL MEJOR DISCO DE SU CARRERA
Justo en el punto de partida
La cantante canadiense despega del papel de entretenedora de lujo para interpretar, entre otras cosas, canciones suyas y de Costello.
Por Diego Fischerman
Ella tenía demasiado a favor y estuvo muy cerca de que se le volviera en contra. Es bella, por lo menos de acuerdo con el criterio blanco, norteamericano y porrista de la belleza. Toca muy bien el piano. Es una cantante de timbre seductor, afinada y con un fraseo capaz de delinear con precisión los contornos de una melodía. Diana Krall llegó a aparecer, además, en el último film de Woody Allen, cantando en el Village Vanguard, y a ser comparada, por el personaje de Christina Ricci, con Billie Holiday.
Pero en el jazz, todo eso no resulta demasiado cuando se compite con la misma Holiday, con Betty Carter, con Ella Fitzgerald o con Anita O’Day. Krall, la cantante y pianista de jazz más vendedora de los últimos treinta años, estuvo a punto de no ser más que una artista de lujo destinada a shows de lujo en hoteles de lujo. Hasta que sacó su último disco, The Girl in the Other Room, que hoy sale a la venta en Buenos Aires –en edición local y a precio local, lo que significa otra buena noticia– y que, gracias a la mano de su flamante marido, Elvis Costello, no sólo es el mejor de su carrera, sino uno de los mejores discos cantados de los últimos tiempos. Salvo el blues Stop this Time, de Mose Allison, que abre el disco, y I’m Pulling Through, de Herzog y Kitchings, aquí no hay temas que podrían haber estado en el repertorio de sus ilustres antecesoras. Las canciones ajenas son Temptation, de Tom Waits; Love Me Like A Man, de Chris Smitter y adaptada por Bonnie Raitt, y la genial Black Crow, de Joni Mitchell. Una canción, el hermosísimo vals que da título al álbum, fue escrito por Krall y Costello, Almost Blues es de Costello y, en las cuatro canciones que cierran el disco, él es el autor de las letras y las músicas son de la propia Krall.
Algunos, tal vez confundidos por la inclusión de Black Crow, señalaron un cierto parentesco estilístico entre la cantante y Joni Mitchell. Nada más alejado de la realidad. Y nada menos mitchelliano que esta versión de Black Crow. Las notas –pocas, exactas– de Krall en la introducción de ese tema, la guitarra de Anthony Wilkson, el lírico contrabajo de Christian McBride y la batería de Peter Erskine bordean esa voz de terciopelo áspero de la que ella es capaz en sus mejores momentos para construir una versión inolvidable (y absolutamente original) de una de las canciones más bellas compuestas por Mitchell. Es cierto, claro, que ambas son canadienses (también lo era el pianista Glenn Gould y, con toda seguridad, muchos que no fueron ni serán músicos) pero de ello no se desprende ningún rasgo estilístico notable. Sí, en cambio, resulta significativa la marca dejada por Shirley Horn, otra notable cantante y pianista de jazz.
Nacida en Nanaimo, en la Columbia Británica, el 17 de mayo de 1962, Krall suele recordar que su primer maestro fue su padre. “No él, en realidad, sino su colección de discos”, precisa. “Creo que tenía todo lo que Fats Waller tocó alguna vez y yo quería, a mi vez, tocar cada una de las notas que allí se escuchaban.” A los cuatro años empezó a estudiar y de adolescente comenzó a cantar jazz. Después vinieron un contrato en un club de su ciudad natal, una beca para estudiar en la escuela Berklee de Boston y la coincidencia de que el contrabajista Ray Brown (que alguna vez había estado casado con Ella Fitzgerald), mientras estaba de gira, la escuchara, quedara impresionado por sus condiciones y decidiera apadrinarla. Hubo un primer disco canadiense (Steppin Out) y, poco después, otro, Only Trust Your Heart, publicado por el sello GRP, que luego pasó a formar parte de Impulse y finalmente se unificó con Verve. Después vinieron los que, junto a su álbum en vivo en París, eran hasta el momento sus mejores álbumes, All for You (un homenaje a Nat King Cole, donde estrenó su trío junto al guitarrista Rusell Malone) y Love Scenes. El CD siguiente, When I Look in Your Eyes, con arreglos de Johnny Mandel (el compositor de The Shadow of Your Smile), vendió, sólo en la Argentina, más de 50.000 unidades. Sin embargo, había allí un cierto ablandamiento.El lado porrista parecía estar ganándole al costado jazzístico. Y, sobre todo, la ropas de Donna Caram y la exhibición de las piernas ocupaba todo el lugar posible. The Girl In The Other Room es un vuelco notable. Ya no se trata de entretenimiento de alta calidad. Las canciones propias son excelentes (la letra de Departure Bay, de Krall y Costello y muy cerca del estilo de otro canadiense, Leonard Cohen, es extraordinaria) y en las músicas, más allá de la firma, pueden reconocerse giros armónicos y modulaciones marca Costello. El resultado no podría ser mejor.