EL PAíS › MINISTROS MALQUISTADOS CON K, Y VICEVERSA

Humores del gabinete

Además de Lavagna, al menos tres ministros del gabinete tienen un tormentoso pasar. El parecer del Presidente.

 Por Mario Wainfeld

Jorge Luis Borges relataba que, al morir a los veintiún años, Billy The Kid debía a la Justicia veintiuna muertes “sin contar mejicanos”. Parafraseándolo en una materia menos trágica, cualquier frecuentador de la Casa Rosada y zonas de influencia podría contabilizar que Néstor Kirchner tiene, en este momento, malquistados al menos a tres ministros. Sin contar a Roberto Lavagna.
Por estar en el inventario (como los mexicanos), pongamos entre paréntesis la tensión entre el Presidente y el ministro de Economía, un clásico de la política argentina y de esta administración. Aislando ese factor, el malestar es la media del gabinete. Varios ministros se consideran poco oídos, aislados, no bien tratados. No lo dirán en voz alta porque el Presidente aborrece tales expansiones. Lo susurran en “conos del silencio” compartidos con sus pares.
La falta de ámbitos colectivos, la primera protesta, se engarza en una polémica más general. Muchos integrantes del Ejecutivo reclaman –palabra más, palabra menos– un estilo “más peronista” de gobierno. Dialogar con otros dirigentes del partido, en especial los gobernadores, habilitar canales con más diputados y senadores (esto es, trascender a Miguel Pichetto y José María Díaz Bancalari) y con grupos de intereses en general. Kirchner suele menoscabar esos ámbitos y esos interlocutores tildándolos de “corporativos”. A diferencia de lo que pensaba Raúl Alfonsín, el actual Presidente incluye en esa categoría denostada a la llamada “clase política”.
El Presidente prioriza su relación directa con la gente a sus contactos con dirigentes de su propia fuerza. “Néstor tiene razón –explica un integrante de su mesa chica– en rajarles a las fotos con gobernadores desprestigiados. De la Sota está de punta con el Gobierno, y además cuando aparece en público lo chiflan. Jorge Obeid se muestra más amigable pero también es maltratado. Y Felipe (Solá) tampoco es muy popular.” Todos son piantavotos, diría el General. O pianta encuestas, hoy día.
Un ministro rezongón, que como todos sólo refunfuña si se acepta reservar su nombre, cuestiona el razonamiento. “Nadie puede sostener cuatro años de mandato alejado de las estructuras partidarias o políticas. Claro que el Presidente paga algunos costos por juntarse con gobernadores, diputados o sindicalistas. Pero los va a necesitar en momentos de debilidad.” Y sazona su savoir faire con un toque de actualidad: “Ojo con jugar todo a la relación con la gente. La gente es volátil. Aparece Blumberg con su dolor y sus marchas y moviliza decenas de miles de personas, ganándonos la calle”.
Los cuestionamientos, a diferencia de lo ocurrido en tiempos de Menem o de la Alianza, no rozan los lineamientos generales de la política gubernamental ni amparan líneas internas antagónicas. Kirchner subraya eso tanto como la buena fe básica de sus compañeros de gestión, en público y en privado. Aunque, en la intimidad de su mesa chica, no se priva de añadir que algunos de sus colaboradores actúan con individualismo y falta de sentido de equipo. “Lo único que le da bronca a Néstor –relata un pingüino con oficinas en la Rosada– es que haya quien se arrogue el monopolio de la racionalidad. O quien piense en una candidatura propia antesque en el gobierno en general.” El pingüino no agrega más, pero deja picando la sensación de que el primer reproche apunta a Lavagna. Y el segundo al canciller Rafael Bielsa, quizás el ministro que en este momento arrastra la relación más tensa con la Rosada, vista de los dos lados de la mesa.
El malestar incluye un factor adicional de peso menor pero creciente a medida que pasa el tiempo. El tope a las retribuciones les complica la vida a varios funcionarios. Un miembro del equipo económico ahuecó el ala por ese motivo, que no se ventila públicamente para evitar el presumible rechazo de opinión. Acaso otro empinado funcionario del mismo sector siga sus pasos. Ministros y secretarios ven el tope como una excesiva concesión a la opinión pública.
Pero el núcleo no es la economía, sino “la política”. Y a no hacerse ilusiones. “Néstor no va a cambiar mucho. Esa es su forma de gobernar y de mantener su liderazgo. Centralizar las decisiones, hablar de uno en uno, mantener el enigma y la iniciativa. Así le fue siempre bien. Y no es de cambiar ministros”. “¿Malhumores?, lógicos, cuando hay un liderazgo fuerte y nuevo”, redondea, minimiza un hombre del Presidente que reconoce las broncas pero les niega onda expansiva. Y formula una pregunta práctica: “¿Usted conoce muchos políticos que se salgan de un gobierno que anda bien?”. Página/12 no conoce casi ninguno... siempre que las cosas sigan bien.

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