Sábado, 4 de abril de 2009 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Marcelo Justo
El FMI es el gran triunfador de la cumbre del G-20. Como Ave Fénix que renace como rey Midas, el Fondo se hizo con casi todo el dinero que se anunció en Londres: 500 mil millones para sus arcas, más 250 mil millones que emitirá en Derechos Especiales de Giro (DEG) que pasarán a los cofres de los países miembro del FMI. Los 500 mil millones deberían preocupar a quienes serán los primeros beneficiarios de esta ayuda: los países de Europa del Este. Muchos de estos países, que a la desesperada se tragaron todo el Consenso de Washington, hoy están al borde de la bancarrota y pueden arrastrar con su caída a buena parte del sistema bancario de Austria, Italia y Suecia.
La situación tiene más de un paralelo con la crisis de los ’80 en América latina. Allí el FMI también salió al rescate del sistema bancario internacional muy expuesto a un posible default conjunto de México, Brasil y Argentina. Con la inestimable ayuda de los planes de ajuste del FMI el sistema bancario sobrevivió y la región vivió su década perdida que tuvo un broche sangriento en 1989 con las violentas protestas de Venezuela contra el ajuste del FMI (con un saldo estimado de cerca de 500 muertos) y el descalabro del gobierno de Raúl Alfonsín. Esta semana Mark Weisbrot, codirector del Centro de Investigación Económica y de Políticas de Washington, publicó en este diario que los nueve acuerdos que el FMI firmó desde la eclosión definitiva de la crisis económica en septiembre de 2008 incluían las mismas “condicionalidades” de siempre: contracción del gasto público, reducción salarial y aumento de las tasas de interés. El impacto fue previsible: violentas protestas en Letonia, Ucrania e Islandia, cambio de gobierno en Hungría.
Según el FMI y el G-20 las cosas están cambiando. Nada más y nada menos que el 24 de marzo, en un comunicado, el director gerente del FMI Dominique Strauss-Kahn anunció la creación de una Línea de Crédito Flexible (LCF) para países emergentes. En estos préstamos “los desembolsos no serían escalonados, ni estarían condicionados a compromisos en materias de políticas, como sucede en el caso de los programas tradicionales respaldados por el FMI”. En vísperas de la cumbre del G-20 México anunció que recibiría 47 mil millones de dólares como parte de este nuevo tipo de préstamo que le permite hacer uso de los fondos en la medida en que lo necesite y sin tener que hacer ningún ajuste previo a su política económica. En medio de tanto anuncio de “nueva era” que salió de la cumbre en Londres, cabría preguntarse si el FMI ha aprendido de sus errores históricos. Todo es posible en el huerto del señor, pero se sospecha que es más de lo mismo pero por otra puerta. A fin de cuentas, los países primero deben calificar para recibir estos préstamos. Lo que implica un examen y aprobación previa del FMI para dictaminar si está tratando con países “en que las variables fundamentales de la economías, las políticas y la aplicación de estas políticas han sido muy sólidas”. El gobierno conservador de Felipe Calderón era el candidato apropiado para este nuevo experimento.
* Desde Londres
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