ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: POLíTICA CAMBIARIA Y MODELO DE DESARROLLO

La encrucijada del dólar alto

En los últimos meses se ha incrementado la presión de algunos grupos empresarios para impulsar una mayor devaluación del peso. Los especialistas advierten sobre los riesgos que supone esa decisión si no es acompañada por otras medidas.

Producción: Tomás Lukin

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Ver el impacto distributivo

Por Emmanuel Agis *

Pasadas las elecciones la discusión económica vuelve a ocupar el centro del debate público. La cuestión excluyente es el “modelo económico” y economistas de todas las vertientes discuten cuáles son las medidas necesarias para que el país retome un sendero de crecimiento que le permita superar la crisis mundial. Paradójicamente, existe consenso en los lineamientos a seguir: economistas ortodoxos y heterodoxos coinciden en la necesidad de una devaluación de la moneda doméstica que permita recuperar la competitividad externa.

Las recomendaciones cambiarias vienen en general acompañadas de consideraciones que hacen al “principal error” de la política económica post-Convertibilidad: el aumento del gasto público. Según esta visión, el salto cambiario debería combinarse con un menor ritmo de crecimiento del gasto, convirtiendo a la política fiscal en el ancla nominal necesaria para apuntalar la inflación, que experimentaría presiones alcistas como consecuencia de la devaluación. La contención de los precios resulta central puesto que este argumento encuentra en el nivel del tipo de cambio real la piedra filosofal del modelo. La condición necesaria y suficiente para que la Argentina vuelva a ingresar en un sendero de crecimiento sostenible sería el (re)establecimiento de un Tipo de Cambio Real Competitivo y Estable (Tcrce).

La discusión no es nueva. A la salida de la crisis de 2001-02, el debate económico también estuvo centrado en el nivel del tipo de cambio real, discusión donde la heterodoxia local jugó un papel central en dos sentidos. En primer lugar, estableciendo la posibilidad (teórica y práctica) que tienen las autoridades de sostener un determinado nivel del tipo de cambio real; en segundo, mostrando cuáles son los beneficios derivados del Tcrce. Sin embargo, el Tcrce se volvió materia excluyente de debate e implicó serios olvidos por parte de los analistas, que ignoraron que el establecimiento de un modelo de crecimiento difícilmente pueda supeditarse al manejo de una o dos de las múltiples variables económicas, como lo son el tipo de cambio y el gasto público.

Contrariamente a lo que se cree, el Tcrce fue sólo uno de los determinantes del éxito del modelo post-Convertibilidad. El período de mayor crecimiento económico en la historia argentina fue posible gracias a un set de políticas que permitieron consolidar un crecimiento con orientación exportadora (el Tcrce) en paralelo con el desarrollo del mercado interno basado en la recuperación del poder adquisitivo de la población. En este sentido, es importante destacar que existe una relación negativa entre el tipo de cambio real y el salario real: un aumento del tipo de cambio genera una reducción del salario real como consecuencia del aumento en el precio doméstico de los bienes transables. A la salida de la Convertibilidad el salto cambiario estuvo acompañado por una dramática reducción del salario real, que fue parcialmente neutralizada por el establecimiento de un sistema de tipos de cambios múltiples, esto es, por el establecimiento de un sistema de retenciones a las exportaciones de bienes primarios. A su vez, los efectos devastadores de la crisis sobre la demanda agregada fueron en parte compensados por una política fiscal expansiva que buscó contrarrestar los efectos contractivos de la devaluación, que finalmente fueron revertidos por el proceso de recuperación del salario real gracias a la desflexibilización laboral.

Dentro de este proceso, los tipos de cambio múltiples se convirtieron en un incentivo de precios hacia la industria, permitiendo incrementar el valor agregado de las exportaciones y desarrollar el mercado interno gracias a la desvinculación del precio de los bienes transables de aquel que hubiera surgido de la paridad cambiaria original (del Tcrce sin retenciones). Visto de esta manera, es posible identificar cuál es el modelo económico de los fundamentalistas del Tcrce: un modelo que busca incentivar la inversión y las exportaciones por medio de la reducción del salario real. Sin embargo, el consenso devaluatorio omite cualquier referencia a los impactos distributivos de la devaluación y no toma en cuenta que en el contexto actual es poco probable que la inversión y las exportaciones reaccionen ante un incentivo de precios (el Tcrce), mientras que el mundo imprime un fuerte desincentivo de cantidades por la caída de la demanda mundial.

El conflicto de la Resolución 125 parece haber silenciado a los actores políticos, pero ese silencio no puede ser compartido por la teoría económica. Es necesario ser claros: el (re)establecimiento de un Tcrce sin la modificación de las retenciones a las exportaciones implica reducir el salario real. Así, la devaluación generará un sendero de crecimiento sostenido sólo si el incentivo a la inversión y a las exportaciones derivado de un menor costo salarial más que compensa la retracción del consumo interno. Como economistas, ¿estamos seguros de que esto es efectivamente así? ¿Estamos seguros de que una redistribución regresiva del ingreso es condición necesaria y suficiente para el crecimiento? Yo no.

* Economista; FCE-UBA.


Complementar con más medidas

Por Martín Rapetti *

Desde sus inicios, la administración Kirchner promovió una política cambiaria orientada a mantener un tipo de cambio real (TCR) competitivo y estable. La política fue eje de un intenso debate entre economistas. Quienes objetaban la iniciativa sostenían que el nivel del TCR no puede ser controlado más allá del corto plazo; si el Gobierno no deja caer al dólar, indicaban, la inflación se comerá la competitividad de la economía. Los defensores rechazaban esa predicción y ponderaban los efectos positivos que un TCR competitivo tiene sobre el crecimiento y el empleo. Intentaré en estas líneas brindar un marco teórico para evaluar aquel debate y la conducción de la política oficial.

Ha habido recientemente una proliferación de investigaciones mostrando que en países en desarrollo los TCR competitivos tienden a acelerar el crecimiento económico. Es difícil imaginar actualmente un economista profesional que predique ignorando este conjunto de evidencia empírica. El legítimo debate pasa por entender cuál es el canal a través del cual la competitividad cambiaria estimula el crecimiento.

Una hipótesis popular sostiene que, al elevar la rentabilidad de las actividades transables (bienes y servicios que pueden ser exportados o importados), un TCR competitivo induce a una mayor producción e inversión en ellas. La expansión de este sector deriva en un mayor crecimiento agregado por dos motivos. Primero, estas actividades tienden a ser más dinámicas porque están sujetas a la competencia internacional. Segundo, la expansión del sector transable está asociada a mejoras en la balanza comercial (exportaciones menos importaciones), las cuales evitan que el crecimiento se interrumpa por falta de divisas internacionales.

Supongamos que esta hipótesis es cierta y pensemos en una economía compuesta por dos sectores (transable y no transable), que opera con alto desempleo o subempleo. En tal contexto, una devaluación tiende a generar una suba proporcional en el precio de los bienes y servicios transables: si un bien puede exportarse o importarse a 10 dólares, cuando el valor del dólar se triplica, lo mismo ocurre con el precio doméstico del bien. ¿Cuál es el impacto inicial sobre los precios no transables? Dado que éstos se determinan por la oferta y la demanda doméstica y que las devaluaciones tienden a contraer inicialmente la demanda agregada, es esperable que no se observen cambios sustanciales en ellos. El resultado es un TCR más competitivo: el precio relativo del sector transable ha subido. De mantenerse estable, la mayor rentabilidad induce a una expansión de la producción, empleo e inversión en estas actividades. Dicha expansión genera, a su vez, un aumento en la demanda de servicios notransables. ¿Lleva esto a una suba en los precios de este sector? No, necesariamente. Recuérdese que en esta economía existe alto desempleo de mano de obra (y posiblemente de capacidad instalada). En tal contexto, el sector no transable tiene margen para expandir su oferta sin aumentar precios.

La conducción de la política de TCR competitivo, sin embargo, se torna compleja cuando la economía ingresa en un sendero de rápido crecimiento. La actividad en el sector transable crece rápidamente gracias a la alta rentabilidad con la que opera. En eso se basa la estrategia de desarrollo. Pero el rápido crecimiento de la actividad y el empleo en ese sector alimentan la demanda de bienes no transables. Si ésta crece “demasiado” rápido, los precios subirán y erosionarán la rentabilidad del sector que se quiere estimular.

La conclusión es clara: un gobierno que usa la política cambiaria para mantener el TCR competitivo como estímulo a la producción transable debe además utilizar otras políticas para administrar la demanda en el sector no transable. Debería, por ejemplo, evitar expansiones del gasto público (o subsidios) que potencien la demanda en ese sector, o inducir al banco central a aplicar encajes que desincentiven el crédito al consumo y redireccionarlo a la ampliación de la capacidad instalada.

Aun si estas políticas son aplicadas eficazmente, la rentabilidad inicial del sector transable tenderá a caer a medida que el desempleo vaya extinguiéndose. La disponibilidad de mano de obra es una restricción ineludible y la gradual apreciación cambiaria el resultado de ella. La apuesta es que, durante el proceso de absorción de trabajo desempleado, el sector transable logre desarrollar capacidades que lo hagan suficientemente productivo para competir internacionalmente. La política macroeconómica del TCR competitivo pretende maximizar la rentabilidad transable durante ese período. Esta política muy probablemente deba ser complementada con otras de promoción selectiva de actividades transables.

No deberé persuadir al lector de que el éxito de esta estrategia de desarrollo requiere un gobierno que no solo tenga la voluntad de llevarla a cabo, sino que además cuente con la capacidad técnica para crear, adaptar y ejecutar este complejo conjunto de políticas.

* Centro de Estudio de Estado y Sociedad (Cedes) y Universidad de Massachusetts, Amherst.

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