Lunes, 20 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Diálogo, patrimonio, varias incógnitas y algunas pocas seguridades son los datos sobresalientes de la “realidad” política de estos días. Necesariamente, es un paquete que debe ser mezclado. Lo contrario sería un ejercicio de soberbia analítica, como si las cosas pudieran ser lineales y uno, o cualquiera, tuviese la capacidad de separar cada ingrediente para arribar a conclusiones terminantes.
El Gobierno llamó a conversar a fuerzas económicas y partidarias. Las dos definiciones son una licencia convencional. Si es por las primeras: la UIA, la CGT, las cámaras de comercio, y otros conglomerados por el estilo, significan una parte cualitativamente pequeña del poder de fuego de la economía real. La grande está en manos de grupos, monopolios y oligopolios extranjerizados y/o ajenos a la institucionalidad de sector. Ni siquiera la Mesa de Enlace de los campestres tiene una representatividad totalizadora. Hay los rasgos sobrevivientes de la vieja oligarquía y el connubio con ella de la otrora combativa Federación Agraria, pero la torta se cocina entre las cerealeras exportadoras. Y la CGT maneja todavía una artillería capaz de lastimar, con camioneros y negocios de obras sociales a la cabeza, pero no de reunir consenso y garantía de estabilidad.
Es análogo a la ineficacia que reveló el aparato del PJ bonaerense a fin de asegurarle el triunfo al oficialismo, para que ahora Kirchner cometa el papelón de decir que fue víctima de la “vieja política” como si no se hubiese refugiado en ella. Si es por las segundas: ya no hay partidos en este país que influyan como tales, sino estructuras dispersas amparadas, básicamente, en figurones mediáticos. Carrió, De Narváez, Macri, Solanas, Cobos, Reutemann y, desde ya, los mismos Kirchner, no representan más que a humores colectivos, fragmentados y pasajeros, sin anclaje identitario en sello u organización masiva alguna. Por lo tanto, la pregunta de si el “diálogo” a que convocó el Gobierno parte de una sincera autocrítica que tomó nota de la caída electoral, o de una simple maniobra para ganar tiempo, nace mal parida. Todos están desconcertados. Los K porque no se esperaban la derrota y la oposición porque no es otra cosa que un amuchamiento usado para castigar al kirchnerismo, con tanta capacidad para herir o derrumbar como para no saber conducir. Esa es una de las seguridades. Y también lo es que el Gobierno marcó la agenda y aturdió a los contendientes. Carrió se fue de vacaciones en vez de al “diálogo”, ya en decadencia y completamente presa del personaje intransigente que creó; aunque en ésta es difícil no darle la razón respecto de que es el Congreso el ámbito natural para discutir. Stolbizer y los radicales no se privaron de criticarla. Y el bloque del Acuerdo Cívico y Social quedó partido antes de arrancar al igual que lo sucedido con Juez, que ya sufrió la pérdida de tres legisladores a las dos semanas de haber ganado. De Narváez habla de un paso adelante “gigantesco”, Macri acepta pero después de deshojar la margarita y Solá, que se hartó de cuestionar la falta de diálogo, afirma que si llaman a conversar es porque están débiles. Así de corrido, todos o casi confirmaron que no los une el amor sino el espanto. ¿Esto habla de que el Gobierno sabe cómo seguir porque supo primerearlos? No. Sólo dictamina que fue más vivo de lo que se esperaba, quizás, para ganar la iniciativa. De ahí a que la táctica tenga estrategia detrás hay o podría haber una enorme distancia. Esa es una incógnita.
Entretanto, se coló lo sugestivo de la declaración patrimonial de los Kirchner. El adjetivo tiene dos justificaciones. Una per se y la otra por la oportunidad: que el incremento de sus bienes sea tan enorme, y que haya saltado con tan amplificada repercusión periodística en el momento de mayor debilidad gubernamental. En todo caso, no tienen el mismo alcance mediático las serias sospechas sobre el origen y desarrollo de la escalofriante fortuna de De Narváez; para no hablar de cómo quedó en un registro prehistórico la acumulación de riqueza de los Macri. Esa es una incógnita, que por supuesto no invalida la necesidad de que se vaya a fondo con la investigación sobre el patrimonio presidencial. La seguridad es que el pueblo mensurará cuánta importancia le dará al asunto según sea el viento que sople sobre el andar económico. En un país de tramposos, donde hasta la más ínfima de las costumbres cotidianas está revestida por la ignorancia de la ley, quedó suficientemente demostrado que la vara popular para castigar la corrupción tiene la laxitud de que Menem haya sido reelecto con el 50 por ciento de los votos. Roba pero llega a ser la medida (no sólo) argentina para condenar al enriquecimiento ilícito. Puesto en términos electorales, tanto a los que apoyaron críticamente al Gobierno por considerarlo una chance insuperada de afirmar un rumbo progre como a quienes lo sancionaron por diversos motivos, jamás se les ocurrió que debían contemplar la honestidad individual. Para unos y para otros, ayer y siempre, si se choreó se trata de daños colaterales que quedan subsumidos en las orientaciones macro, en si uno cree que le irá mejor o peor en su bolsillo.
Por este último aspecto podría verse la seguridad y la incógnita del futuro de largo plazo, que en Argentina viene a ser el corto y como mucho el mediano. La economía no muestra signos de sufrir grandes convulsiones en lo que resta del año e, inclusive, un trabajo casi ignoto de la Cepal proyecta que el país, al revés de la región, crecerá este año un 1,5 por ciento. Hay muchas reservas, el déficit fiscal no es abrumador ni mucho menos, la balanza comercial tiene firmeza superavitaria y los vencimientos de deuda son manejables. Pero también se coincide en que 2010 presenta nubarrones muy negros si no se consigue financiamiento, porque en algún momento se agotará la teta de la Anses, entre otras cosas.
Por allí aparece el apriete mayor de la derecha, que clama por volver al FMI y restituir confianza en los “inversores” junto con la baja en las retenciones agropecuarias y el aligeramiento de la presión impositiva. Lo que no dicen, claro, es con qué se reemplazaría esas fuentes de ingresos, como no sea el cínico argumento de los ’90: una vez que derrame la copa de los ricos, el rebalse alcanzará a los pobres y a la clase media. Dejen tranquilo al “campo”, devalúen todo lo que haga falta, basta de pelearse. No es que sean unos irresponsables. Es su lógica reaccionaria. Pero eso no quita que el problema está o tiene grandes posibilidades de estar. Frente a ello, el Gobierno, hoy debilitado bien que –todavía– con la fortaleza brindada por el cambalache opositor, no tiene punto intermedio entre ceder a las presiones y fugar hacia delante.
O se entrega, o acentúa las políticas de intervencionismo estatal que hasta aquí le dieron sustento. Y que en buena medida rifó por no apostar a una construcción amplia y por su comunicación espantosa.
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