Lunes, 15 de agosto de 2011 | Hoy
ECONOMíA › TEMA DE DEBATE: LA CRISIS FINANCIERA EN ESTADOS UNIDOS Y EUROPA
La posibilidad de la cesación de pagos de la deuda soberana de EE.UU. y de países de la Unión Europea es la consecuencia de políticas neoliberales. China emerge como nueva potencia. El desafío de América latina.
Producción: Tomás Lukin
Por Mariano Féliz *
La potencia hegemónica en el mundo (equivalente al 20 por ciento del PBI global) enfrenta una situación inédita: estuvo a horas de entrar en cesación de pagos sobre su deuda soberana. Con un volumen de deuda pública que ya supera el valor de su PBI y un déficit fiscal en torno del 10 por ciento, los EE.UU. pone al capitalismo –tal cual lo conocemos– al borde de un abismo insondeable. Esta situación es consecuencia inmediata del neoliberalismo y su crisis en los países centrales. Por un lado, el salto en la deuda en el último lustro es el resultado del salvataje al sistema financiero luego de la explosión de la última burbuja inmobiliaria, en 2007-2008. Ese proceso fue la más reciente etapa –antecedida por la avanzada imperialista en Irak, Afganistán– de la crisis transicional del neoliberalismo. Por otro lado, el pecado original del neoliberalismo estadounidense (la reducción en los impuestos a las corporaciones y los ricos) crea una situación fiscal explosiva que sólo contribuye a alimentar las dificultades de financiamiento del Estado norteamericano.
Frente a una situación que recientemente alcanzó ribetes tragicómicos, los sectores dominantes dentro y fuera de los Estados Unidos –bajo la presión de los sectores de la derecha radical– optaron por avanzar recortando el gasto público social (en particular el seguro médico para los más pobres y los jubilados). La alternativa de recuperar capacidad fiscal (gravando a los ricos y al gran capital) o recortar los gastos militares apenas si fue puesta en discusión. Al igual que la UE, en los Estados Unidos el neoliberalismo frente a la fatalidad de su hora final busca radicalizarse, bajo las formas políticas del ajuste, el consevadurismo y la xenofobia.
La salida elegida tendrá repercusiones importantes para la economía global y para los pueblos –en particular, en lo inmendiato, en los EE.UU.– . La crisis neoliberal acrecentó la desigualdad de ingresos y riqueza entre clases sociales y al interior de los trabajadores, en desmedro de las minorías. Miles de familias perdieron sus casas y miles (millones) más sus empleos. El ajuste fiscal sobre los empleados públicos y los pobres sólo aumentará la penuria popular. El bajo ritmo de crecimiento de la economía norteamericana desde hace años se traduce en una pobre capacidad de creación de empleos. El ajuste acordado acentuará la crisis laboral y sus consecuencias sociales.
La posibilidad de un default abrió paso a la opción del recorte fiscal, que supone la paradoja de profundizar la brecha social, la conflictividad política y la crisis de crecimiento sin resolver –sino postergar– el problema de fondo: la tendencial pérdida de centralidad del capital con base en los Estados Unidos. El ascenso de China como nueva potencia económica acentúa el desplazamiento del capital norteamericano como dominante en las principales ramas industriales; hoy China es el principal importador, exportador y hasta productor de las principales manufacturas industriales. Esta situación se manifiesta en la pérdida de la hegemonía del dólar como moneda mundial: los bancos centrales y las empresas dan pasos para relativizar el peso del dólar en sus transacciones y activos financieros. Si bien la diplomacia del dólar está en su peor momento, Estados Unidos conserva aún cierto liderazgo tecnológico y capacidad militar. Igualmente, el primero hoy no alcanza, pues la internacionalización del capital acelera la difusión de los nuevos saberes.
El mundo comienza una década definitoria. La hegemonía de los Estados Unidos se encuentra amenazada y la crisis del neoliberalismo en marcha sólo acelera su desplazamiento. El proyecto europeo hace agua frente al fracaso de la moneda única como disciplinador de los Estados nacionales. China se coloca cada vez más claramente como quien apuesta a convertirse en la potencia dominante luego del primer cuarto del siglo XXI. La periferia subordinada –Sudamérica incluida– se encuentra ante una disyuntiva. Sumarse como furgón de cola del proyecto imperialista de la nueva China (como parecen apostar Brasil y Argentina) o llevar adelante proyectos posneoliberales que promuevan las condiciones para la construcción de una alternativa global al desarrollo capitalista.
* Investigador CIG/IdIHCSConicet/UNLP. Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social. Blog: marianfeliz.wordpress.com
Por Eduardo Crespo *
En las últimas semanas han resurgido viejos debates sobre la crisis de la hegemonía norteamericana que se remontan a la década del ’70. En aquel entonces se asistía a la derrota norteamericana en Vietnam, el abandono unilateral de la paridad del dólaroro establecida en Bretton Woods y el creciente desafío comercial de Alemania y Japón. Hoy el lugar de Vietnam es ocupado por Afganistán; como entonces, EE.UU. vive una seria crisis económica y ahora el papel de contrincante comercial e industrial es ocupado por China, un país que, se argumenta, puede pulverizar al dólar si decide vender los títulos públicos norteamericanos que tiene en su poder. A esto se agregan algunos episodios coyunturales, como la reciente reducción de la nota de su deuda pública decidida por la calificadora Standard & Poors.
Más allá de las similitudes superficiales, debe recordarse que la presente “crisis de la deuda” no ha sido el resultado de una corrida contra los títulos públicos de ese país. Las causas tampoco han sido económicas, sino políticas. Los republicanos de la Cámara de Diputados, junto con los conservadores ultramontanos del Tea Party, intentaron imponer, mediante argumentos económicos extravagantes, un techo arbitrario a los niveles de endeudamiento público, no dejando al gobierno de Obama otra opción más que realizar un ajuste fiscal o suspender el pago de intereses. Finalmente, dicho techo fue levantado, pero al precio de contraer el gasto público para achicar el déficit fiscal, el cual, debe recordarse, es una consecuencia de la crisis y no su causa.
En EE.UU. no existe ningún problema de endeudamiento público. Allí, como ocurre hoy en Argentina con los títulos que posee la Anses, un 42 por ciento de la deuda también es intra Estado, con títulos en manos de organismos públicos, como la seguridad social y la FED (banca central); la deuda en manos extranjeras apenas supera el 30 por ciento del total (los temibles chinos poseen sólo un 8 por ciento), al tiempo que la integridad de dicha deuda está nominada en dólares estadounidenses. Y en este caso, como el propio Alan Greenspan explicó sin eufemismos: “Nosotros siempre podemos imprimir más dinero para pagar nuestras deudas”. Para el Estado norteamericano, el pago de la deuda se reduce al simple acto de cambiar dos papeles de su propio sello.
Quienes hablan del fin de la hegemonía del dólar suelen decir que “los norteamericanos consumen gracias al financiamiento chino”. Es la falacia que ve en los “desbalances globales” (déficit comercial norteamericano) un problema que colocaría en peligro la estabilidad mundial. En realidad, son los chinos quienes venden gracias al financiamiento estadounidense al aceptar dólares a cambio de sus mercancías. Si no los aceptasen no podrían venderlas. En toda relación comprador-vendedor, quien decide y tiene el poder de realizar la transacción es quien posee dinero. Quiérase o no, hoy el dólar es el dinero mundial y no tendrá contrincantes a la brevedad. El euro no tiene el respaldo de un Estado nacional y China aún no dispone de un sistema financiero alternativo (por no hablar de un poder naval alternativo) al norteamericano. Por otro lado, la mayor parte de los activos financieros y de las materias primas estratégicas siguen nominados en dólares. China los necesita para comprar petróleo, soja, minerales y bienes de capital. El dólar no depende de los chinos; son los chinos los que dependen del dólar (y por ello lo acumulan con recelo).
Los “desbalances globales”, como decía Robert Triffin en los ’60, no son un problema para la economía mundial. Son una bendición. El déficit comercial norteamericano inyecta liquidez al resto del mundo y permite que los demás países acumulen reservas y ganen autonomía al relajar sus restricciones de divisas. Y son precisamente éstas las condiciones que facilitan las recientes rebeldías contra los mandatos imperiales de Estados Unidos, como las que hemos observado, complacidos, en los últimos años.
El riesgo de la actual crisis política norteamericana es que sumerja a Estados Unidos en una recesión autoinflingida que puede arrastrar a buena parte del planeta. En este caso, el papel de China sí se torna absolutamente relevante, no como rival militar o monetario de EE.UU., sino como una nueva locomotora del crecimiento, al menos para buena parte de Asia, América del Sur y Africa.
* Economista.
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