ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
La Argentina realizada (¿O sólo dolarizada?)
Por Julio Nudler
Según algunos, la salida de esta Argentina sin moneda es la unión monetaria con Brasil, la moneda común del Mercosur, única alternativa a la dolarización. Para otros, aferrarse a Brasil sería como subirse al tren fantasma. ¿Qué ancla proporcionaría el real? ¿Qué podría hacer Brasil si la Argentina se desviara de las pautas macroeconómicas acordadas, o al revés? ¿Qué sanción habría en esa unión para el que no cumpliera? La Argentina y Brasil no tienen una tasa de interés común, ni existe un mercado financiero regionalizado. Pero con Estados Unidos tampoco hay nada de eso. Por algo es que la dolarización convertiría a la Argentina en una simple provincia monetaria del Imperio, y, por supuesto, le volvería a complicar la integración con los vecinos. A diferencia de la convertibilidad, la dolarización no cargaría con su descrédito tanto local como mundial, aunque a la larga podría terminar en otro desastre.
Tan pronto como la pesificación empezase a naufragar, al borde del estallido a la Argentina se le presentaría la opción de dolarizar o unirse al real. Pero en ese momento se encontrará en una situación tal que no le dejará capacidad alguna de fijar pautas monetarias y fiscales. Por tanto, y según los análisis más crudos, el estallido sólo puede conducir a la dolarización, nunca a la “realización”. Obviamente, no habría manera políticamente viable de imponer en ese momento un ajuste violento del gasto público. La coalición que llevó a Eduardo Duhalde al poder no la sostendría. De allí su doble discurso, sus marchas y contramarchas, sus cambios permanentes, su debilidad frente a las presiones sectoriales y políticas. Esto lo sabe el Fondo, y por eso Jorge Remes Lenicov sólo podía traer de regreso de su viaje a Washington un montón de deberes por hacer y nada de dinero.
Podría creerse que con el abandono por parte de la Argentina del tipo de cambio fijo, todo se ha vuelto más fácil en la relación con Brasil. Pero éste ha ingresado en un período políticamente complicado, con un nuevo gobierno asumiendo a fin de año. No es por tanto el mejor momento para que se encierre a trabajar con la Argentina en un ensamblaje estratégico entre las dos economías, que debería incluir, entre otros asuntos, una renegociación conjunta de la deuda. ¡Precisamente ahora, cuando una prioridad brasileña es evitar el contagio argentino! Por otro lado, ¿qué compromisos macroeconómicos puede asumir hoy esta Argentina que aún no ha hecho pie? Quien quiera saber en qué avanzaron los dos socios de cara a una integración plena recibe como respuesta algo que suena a broma: la armonización estadística. Por ejemplo, cómo calcular con un método homogéneo el balance de pagos. Pero más allá de la estadística, ¿en qué otro aspecto se progresó?
De hecho, al menos según la visión más crítica, ni a Brasil le interesa tanto hoy esta Argentina empequeñecida, cuya economía no es más que un 30 por ciento de la brasileña, ni la Argentina puede esperar que Brasil resuelva sus problemas políticos para encarar la negociación de una unión monetaria. A la Argentina la flotación del peso la ha dejado desnuda, bajo la permanente amenaza del dólar, así como el año pasado vivió bajo el terror del riesgo país. La implacable regla de la convertibilidad dejó paso a la política guante, que se ajusta a la mano de los lobbies, en permanente presión sobre los decisores. Son interminables sucesiones de audiencias en las agendas de los funcionarios. Todos piden, y van por todo, en una guerra entre caníbales, donde la licuación es el gran trofeo. Ninguna declaración oficial los detiene. Tampoco decisiones ni medidas, porque consideran a todas reversibles. Es la lógica del cacerolazo, pero a muy otro nivel.
Alguien con mucho ajetreo en la política comercial externa del país razona ante Página/12 que tras la violenta devaluación del peso, que perdió el 53 por ciento de su valor, el sector exportador recibe una gigantesca transferencia de recursos, que ni siquiera le es gravada, salvo en el caso hidrocarburífero. Se supone, por tanto, que del sectorexportador tiene que surgir el primer gran efecto multiplicador sobre las inversiones y el empleo. Pero para que se sienta el impacto en este nivel deberían exportarse productos con mayor valor agregado, más intensivos en mano de obra. Por ejemplo, zapatos de alta calidad.
Ahora bien: la Argentina no era capaz de vendérselos a los países ricos, no porque sus salarios fueran altos en dólares debido a la sobrevaluación del peso, porque aun así no lo eran, sino porque las pyme sobrevivientes no tenían ni siquiera una estrategia comercial. Si hasta los ‘80 al país le había faltado vocación exportadora, a partir de los ‘90 la política económica se desentendió de los sectores. Sólo se ocupó de abrir la economía, desregular todo y, de paso, castigar a la industria, vista como culpable de haberse aprovechado de la protección para producir mal y caro. El gobierno no se ocupó de abrir mercados, de conseguir cuotas en Europa, de imponer la Marca Argentina, un paraguas debajo del cual pudieran caber desde los servicios turísticos hasta la carne orgánica.
En otros términos: la devaluación, por sí misma, podrá quitar una traba, pero no moverá significativamente las exportaciones, ni revertirá su primarización. Entre otros obstáculos, la Argentina renunció (Decisión 32 del Mercosur) a negociar acuerdos comerciales, dejando ese instrumento en manos del bloque austral, cada vez más trabado. Esto no le sirvió para perforar las barreras de los países desarrollados, que en el caso europeo pueden promediar el ciento por ciento. Mientras la Argentina se concentró en venderle a Brasil, esa inoperancia preocupó poco, pero ahora se siente la urgencia de una nueva estrategia. De otro modo, lo que verdaderamente logrará la megadevaluación del peso, combinada con el default y la virtual quiebra del sistema bancario, es una extrema concentración de las importaciones en pocas manos, todas multinacionales.
Ahora el temor es que este Mercosur inerte desplace el proyecto de una moneda común hacia un futuro demasiado lejano para la Argentina, tanto que no sería un salvavidas alternativo a la dolarización en caso de fracasar la pretendida resurrección del peso. ¿Y qué podrá quedar del bloque austral si la Argentina se somete al dólar?