SOCIEDAD › ESTUVO SECUESTRADO OCHO DIAS, HERIDO Y SIN COMER
Un calvario en Fuerte Apache
Un hombre fue capturado en San Martín el 8 de febrero. Pedían de rescate 80 mil pesos y 10 kilos de cocaína. Lo encontraron ayer de casualidad en el sótano de un edificio de Fuerte Apache.
Por Horacio Cecchi
Cuando a Juan Carlos Ponce le hablan sobre el corralito, la piel se le eriza, como quien dice, se le pone piel de gallina, y no porque le haya quedado acorralado ningún ahorro en el bolsillo de algún banquero, sino porque fue secuestrado, durante una semana permaneció cautivo, y reapareció por azar, no tan sano, porque no probó bocado durante los siete días que duró el secuestro, ni tan salvo, porque tenía un balazo en el glúteo, encerrado en el corral de una baulera, en el sótano de uno de los monoblocks de Fuerte Apache. Había sido secuestrado el 8 de febrero pasado, de un kiosco ubicado junto a una estación de servicio, en la localidad de Billinghurst, partido de San Martín, donde es empleado, y lo descubrió, por casualidad, una vecina en la baulera. Lo extraño del caso es que el rescate, que jamás fue pagado, incluía, además de 80 mil pesos, 10 kilos de cocaína.
Juan Carlos Ponce, de 37 años, es empleado de un maxiquiosco ubicado junto a una estación de servicio EG3, en avenida Eva Perón y 9 de Julio, en la localidad de Billinghurst. El 8 de febrero, alrededor de las diez de la noche, cuatro hombres llegaron a bordo de un vehículo. “Una Renault Kangoo”, aseguró una vecina. “Me parece que era una Berlingo”, comentó otro testigo. El dato más concreto es que era una camioneta de las del tipo utilitario. Bajaron tres, armados. A esa altura todo hacía suponer que se trataba de un asalto, uno más de los que alumbran las crónicas cotidianas. Pero iban a buscarlo.
Ponce se negó, intentó resistir, forcejeó. Hasta que uno de los tres visitantes puso el punto final. Le disparó a las piernas. La bala le atravesó el glúteo, con orificio de salida. Y se acabó la resistencia. Así como estaba, lo levantaron y lo introdujeron en la utilitaria. Después, desaparecieron. A las pocas horas, María da Silva, esposa de Ponce, empezó a recibir llamados.
–¿Hablaron? –preguntó el investigador.
–Sí.
–¿Le pidieron rescate?
–Sí.
El pedido resultaba cuanto menos, curioso. No por la cantidad, que ya implicaba supuestamente un esfuerzo para la economía de una familia humilde. Lo que llamó la atención de los investigadores fue el segundo ítem.
–¿Qué le pidieron?
–Ochenta mil pesos y diez kilos de cocaína –respondió la mujer, ansiosa.
Da Silva se transformó, por orden e indicación del fiscal Rubén Moreno, a cargo de la UFI 6 de San Martín, en la intermediadora. “De dónde voy a sacar esa plata”, preguntó la mujer en el siguiente llamado. En el ida y vuelta de las negociaciones, la mujer indicó que había logrado reunir apenas 20 mil pesos. Pero los llamados no volvieron a repetirse, tampoco quedó indicado ningún lugar para realizar la entrega del rescate reunido, magro, pero bien intencionado al fin de cuentas.
Con el correr de los días, las esperanzas de Da Silva empezaron a caer por el piso. “Lo mataron”, decía la mujer y los demás lo imaginaban, pese a que nadie se animaba a afirmarlo en voz alta. Entretanto, la fiscalía 6 y la DDI de San Martín intentaban encontrar alguna vuelta al caso, algún filón que revelara el lugar donde se encontraba Ponce.
Según reveló una fuente policial a Página/12, entre los investigadores no podían evitar recordar un caso, muy similar, ocurrido en la misma localidad, durante el mes de enero. Un secuestro, mantenido en silencio, tuvo como víctima al hermano de Mameluco. ¿Quién es Mameluco? Un conocido dealer de la zona de Billinghurst. Para liberarlo con vida, los secuestradores exigieron 70 mil dólares y 20 kilos de cocaína. Las condiciones se cumplieron, no se sabe cómo. Y el hermano de Mameluco volvió a ponerse el overol después del pago. Pero, ahora, las características del secuestrado eran diferentes. Según precisaron los investigadores, inicialmente los recursos de la familia Ponce son escasos. De todos modos, sin ponerlo en la mira de las sospechas, una de las hipótesis con que trabajan es que exista alguna vinculación, aún desconocida, con el mundo de la droga. “No andan pidiendo como rescate de cualquiera 10 kilos de cocaína”, explicó un investigador.
Lo cierto es que a Ponce ya lo daban por muerto. Ayer, bien temprano, una mujer denunció que había un hombre atado, semidesnudo, encerrado en una baulera de uno de los monoblocks de Fuerte Apache. Cuando la policía acudió al lugar descubrió que estaba herido en un glúteo. Era Ponce, el kiosquero. “Estaba muy shockeado –relató una fuente policial–, no había comido nada desde el día que lo secuestraron. Los médicos ordenaron internarlo por la descompensación por falta de alimentos.” Escaparse, no se escapó, porque estaba atado. Ahora investigan si lo dejaron allí, para volver a “levantarlo”, si el secuestro fue un ajuste de cuentas, una llamada de atención, o si simplemente lo dejaron olvidado, en la baulera, como un mueble viejo.