Sábado, 6 de diciembre de 2014 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
La evolución del gasto público, la emisión monetaria y la tasa de inflación durante 2014 es una interesante referencia para poner en cuestionamiento una de las confusiones más extendidas en el espacio público: la cantidad de dinero es el principal determinante del recorrido de los precios. Es el primer mandamiento del credo monetarista, que ha tenido un éxito relevante en imponer ese postulado en el comentario cotidiano. Como en cualquier adoración religiosa, la evidencia empírica, además del fundamento teórico que la refuta, es desplazada del análisis como una herejía para que la realidad no arruine el santísimo precepto. Ese dogma monetarista tiene como meta fundamental brindar un respaldo técnico, con el engañoso criterio de neutralidad científica, para imponer políticas de ajuste. Si el gasto y la emisión son culpables de la inflación, siendo el Estado el responsable de esa expansión al intervenir de ese modo en la distribución del ingreso, la solución virtuosa se encuentra en el ajuste regresivo de esas variables. Reducir el gasto y la emisión es la propuesta convencional que, como enseñan experiencias propias y ajenas, deteriora los motores del crecimiento y el empleo derivando en una situación recesiva con impacto negativo en el campo sociolaboral.
Los datos duros 2014 indican que la base monetaria se ha expandido a un ritmo anual levemente inferior al 20 por ciento, mientras que el agregado monetario denominado M2 (circulación más depósitos en cuenta corriente y caja de ahorro) creció el 24 por ciento anual en el período enero-octubre. Los especialistas que circulan por los medios vinculan agregados monetarios a la inflación. Durante todo el año, las usinas de los hombres dedicados a la comercialización de información económica han estado publicitando que la inflación anualizada era del 40 por ciento. En realidad, ni sus indicadores de dudosa confiabilidad alcanzaron ese porcentaje, al ubicarse entre el 30 y el 35 por ciento. O sea, que sus propios datos cuestionan la causalidad que ellos mismos postulan entre emisión y precios. Lo que sucede es que la especulación política orientada a la generación de expectativas negativas, además de alentar malestar social y mayor resistencia sindical en la disputa salarial, es el factor determinante de la instalación del porcentaje del 40 por ciento como tasa de inflación anual.
El economista Alejandro Fiorito señala que “existe una confusión básica entre correlación y relación causal del nivel de precios y la cantidad de dinero”. Para indicar que “la causalidad esgrimida para la inflación es la inversa: mayores precios impulsados por mayores costos, implican mayores cantidades de dinero”. Esos mayores costos pueden ser por una devaluación, aumento de precios internacionales de los principales productos de exportación y por puja distributiva entre el salario y la tasa de ganancia. En el artículo “El extraño y atávico caso del monetarismo en la Argentina”, Fiorito menciona que la explicación convencional falla al no considerar que las economías no están en pleno uso de su capacidad productiva ni de recursos, que la oferta es flexible a los aumentos de la demanda, que existen canales de esterilización de la emisión por parte de las bancas centrales regulando las tasas de interés a través de la colocación de letras; y que, en el caso específico de la economía argentina, la utilización de la capacidad productiva está hoy en niveles mínimos de los últimos años. O sea, que no es la demanda que impulsa los precios al alza. Fiorito indica que no es sólo una cuestión de verificar la correlación entre emisión y precios, sino también de que en la teoría económica moderna ha dejado de ser relevante el estudio de esa causalidad.
Respecto de tomar al déficit fiscal como variable inflacionaria, puesto que la ortodoxia postula una causalidad inflacionaria dada por la sentencia que “la expansión de base monetaria es para financiar el de-
sequilibrio fiscal”, Fiorito indica que “se observa una correlación mínima entre la variación del resultado fiscal del Sistema Público Nacional y la del IPC para 1994-2013 en series mensuales”. Un reciente informe del Ministerio de Economía precisa que el resultado fiscal de este año será deficitario en unos 100.000 millones de pesos, equivalente al 2,4 por ciento en términos del PIB. Mientras, el resultado financiero lo estima en un déficit de 3,4 por ciento del PIB. Pero esos saldos incluyen casi 40.000 millones de pesos por la compensación a Repsol, equivalente al uno por ciento del PIB. Al excluir ese evento extraordinario, el resultado primario se ubicaría apenas negativo en 1,4 por ciento del PIB, y el financiero en -2,4 por ciento, porcentajes muy por debajo del promedio mundial (-3,2 por ciento). El desequilibrio fiscal primario previsto en un conjunto de países seleccionados para este año es el siguiente: Estados Unidos, -5,7 por ciento del PIB; India, -7,2; Japón, -7,1; España,
-5,5; Reino Unido, -5,3; Sudáfrica, -4,9; Francia, -4,4; Irlanda, -4,2; México, -4,2; Portugal, -4,0; y Brasil, -3,9 por ciento del PIB. “Es un mundo donde el déficit fiscal ha pasado a ser la norma, más que la excepción”, señala el reporte oficial.
El déficit de las cuentas públicas en Argentina se explica fundamentalmente por no cargar sobre las tarifas de los hogares, de los comercios y de la industria el costo de importación de combustibles. Este año el Gobierno destinará unos 130.000 millones de pesos a subsidios, principalmente a la energía y al transporte. Es decir que con autoabastecimiento energético las cuentas públicas serían levemente superavitarias. El informe oficial destaca que “ese déficit tampoco implica una mayor emisión monetaria, dado que el gasto público que realiza el Estado para importar combustibles tiene efecto monetario neutro, puesto que se utilizan pesos para adquirir dólares con los cuales se abonan las importaciones, de manera que los subsidios no implican incrementar la emisión de pesos”.
En relación al gasto, déficit y emisión, Fiorito, profesor de la Universidad Nacional del Luján, publicó en El Economista “Mitos convencionales de la inflación” donde señala que normalmente la referencia a la “emisión monetaria” intenta referirse a un “exceso de gasto” que con o sin déficit fiscal presionaría sobre una oferta siempre rígida, lo que elevaría el nivel de precios. Explica que la economía no está en pleno empleo de la capacidad, por lo que aumentos en la demanda elevan su utilización y no el nivel de precios, lo que refuta el vínculo vulgarizado que dice que con mayor demanda más inflación. Destaca que se sabe desde hace décadas que las bancas centrales no controlan la cantidad de dinero circulante, al que se lo considera endógeno al nivel de actividad. “Sin embargo, en nuestro país debido a cierto atavismo monetarista, junto al supuesto de pleno empleo, se vinculan causalmente el crecimiento de los agregados monetarios a la suba de precios”, menciona.
En un escenario de disputa política que tiene a la inflación como uno de los temas relevantes, lo cierto es que, aún en un nivel elevado, la variación de precios ha transitado un sendero de desaceleración luego del shock inflacionario provocado por la devaluación brusca de enero pasado. La tasa de inflación bajó y se ha estabilizado en los últimos meses en un nivel del 20 al 24 por ciento anualizada. Uno de los de-safíos económicos 2015 para el equipo de Axel Kicillof será conseguir recuperar un sendero positivo en el nivel de actividad con una variación de precios en un escalón inferior. Si logra ambos objetivos eludiendo el dogma monetarista sería un valioso aporte para que una legión de fieles empiece a perder la fe en el mandato religioso que asocia emisión con inflación.
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