Jueves, 7 de julio de 2016 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Si hubiera que ponerle un cantito sería éste: “In-fla-ción/de los trabajadores/y al que no le guste/ ¡se jode, se jode!”. Lástima que el primer índice de la inflación específica de los trabajadores registrados no sea para cantar. Según el economista Mariano de Miguel, entre mayo de 2015 y mayo de 2016 el índice promedio de aumento de precios fue del 44,1 por ciento, con un leve descenso para los trabajadores de mayores ingresos, que soportaron un 40,9, y una gran elevación para los trabajadores en blanco de menores salarios, sobre los que cayó un 49,9 por ciento. Es decir que no solo cayeron los ingresos reales en conjunto sino que la desigualdad aumentó también por la forma asimétrica en que se descargó el famoso sinceramiento ordenado por el Ejecutivo.
Como director del flamante Instituto Estadístico de los Trabajadores, De Miguel puso en práctica la construcción de una canasta que había sido definida como “principal proyecto estratégico” de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo por el rector Nicolás Trotta, la secretaria de Investigación Cecilia Cross y la directora del Centro de Innovación, Marta Novick.
El Indec estaba y está lejos de ser el organismo estadístico más confiable del mundo. Pero si alguna vez lo fuera, ¿alcanzaría para saber cómo es la canasta de cada uno? ¿Acaso hay una sola canasta? ¿Todos gastan lo mismo en alimentos, en educación, en transporte, en diversión, en alquiler, en servicios públicos? Y los gremios, cuando negocian, ¿tienen las herramientas a mano para determinar con fineza las necesidades de sus representados?
La presentación del índice, en el auditorio de la UMET, pareció un adelanto de unificación de las centrales que reivindican la sigla CGT, la de Hugo Moyano y la de Antonio Caló, y una de las que utilizan el nombre CTA, la que lidera Hugo Yasky.
En sí mismo la foto de decenas de dirigentes de un radio amplio en el escenario es un enorme dato político. Pero hay un gran dato cultural que puede expresarse en la palabra “autonomía”, muy citada en la presentación del IET. La autonomía en la construcción de estadísticas supone la intención de contar con investigaciones propias y con instrumentos que saquen al movimiento obrero de simple objeto de estudio. Es el propio movimiento obrero el que comienza a producir conocimientos utilizando su propia experiencia y apelando a lo mejor de las ciencias sociales. Así es posible saber, por ejemplo, que el mayor gasto se produce en autoservicios y minimercados. O prever que el achicamiento de ingresos de los trabajadores ya impacta en los pequeños y medianos comercios. O vislumbrar que la inflación alimentada por tres áreas de gasto –alimentos y bebidas, alquileres y servicios, transporte y comunicaciones– probablemente disminuirá el consumo de ropa o esparcimiento y provocará situaciones de crisis también en esos sectores de la actividad económica.
En abril las centrales obreras llegaron a un nivel alto de unidad en la acción cuando eligieron un objetivo concreto, el de ponerle un límite a los despidos y decretar una emergencia laboral. Después el apuro por pensar las elecciones de 2017 o por meterse en la AFA amesetó su intensidad. El Programa Pascal de sondeos que depende de la Universidad de San Martín reveló que la inflación es la preocupación número uno de todos, hayan votado por Mauricio Macri, Daniel Scioli o Sergio Massa. El índice inflacionario de los trabajadores parece una forma seria de aproximarse a un problema para entenderlo y, después, ofrecer la herramienta no solo a los gremios sino a toda la sociedad. Un modo de producir identidad y articulación política.
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