Sábado, 4 de marzo de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
Una vieja estrategia de los padres para controlar a sus hijos era asustarlos con el cuco. El miedo a una figura desconocida, que representaba el misterio, la desconfianza y el temor a sufrir un daño era descargado sobre la inocencia e ignorancia de los niños para disciplinarlos. Era una forma de engaño, de sometimiento del débil al poderoso, con el manejo asimétrico de la información. El pequeño le creía al mayor porque éste tenía el saber. Puede ser que algunos adultos sigan hoy con esa perversa historia, pero es dudoso que los chiquilines del game cube, de Internet y del cartoon los tomen en serio. En cambio, lo que se resume como establishment todavía sigue pensando que los habitantes del país son criaturas ingenuas a los que hay que seguir asustando con cucos. Ese papel le ha sido asignado al titular de la CGT, Hugo Moyano. Según los voceros del poder económico –tarea asumida por los economistas de la city–, el líder de la central de trabajadores definirá si este año es de inflación alta controlada o muy alta desbocada. Y lo definirá con el reclamo salarial que efectúen los camioneros –sostienen–, porque ese pedido actuará como espejo para el resto de los sectores. A partir de este mes se comenzarán a discutir los convenios laborales en la mayoría de las ramas productivas. El objetivo, entonces, es asustar con que viene el “cuco” Moyano y, por lo tanto, enviar señales de alerta en línea de que hay que pararlo para evitar el desborde de los precios. Esto se traduce en limitar el pedido de aumentos de sueldo. Hay que esperar para ver si la sociedad evolucionó tanto como los niños modernos que miran extrañados cuando les hablan del cuco.
Puede ser que Moyano no sea el mejor representante de los trabajadores, que tenga métodos que ofenden la buena convivencia con los empresarios, que se haya lanzado a ganar espacios de poder y caja en la estructura estatal para sus hombres, y que se propuso capturar empleados de otros gremios para encuadrarlos en el suyo generando una batalla intersindical. Puede ser que Moyano sea todo eso y muchas otras cosas más que no lo hacen alto, rubio y de ojos celeste. Pero la dinámica de la puja distributiva, que no es otra cosa que la discusión salarial, o en otros términos en cómo se distribuye el excedente bruto de explotación, sobrepasa la figura de Moyano. Cuando la mayoría de los medios advierte sobre el líder cegetista, obsesión de los hombres de negocios en charlas informales, están buscando disciplinar a los trabajadores en sus pedidos de ajuste de salarios. “Moyano es el principal problema y el Presidente lo sabe”, afirmó seguro un ex funcionario que supo estar cerca de Kirchner y hoy está cerca del mundo de las empresas. Moyano, en última instancia, es la excusa, el símbolo para acotar el reclamo salarial.
Como en tantos otros debates económicos que irrumpieron con fuerza en los últimos años, la ortodoxia y cierta heterodoxia culposa confunden voluntaria o involuntariamente el centro del problema. Haciendo de eco de esa inquietud empresaria, argumentan que los incrementos salariales se traducirían en subas de precios y, paralelamente, no fomentarían una mayor inversión. Por eso proponen limitarlos. Entre muchos de los informes y exposiciones de esa postura, el más transparente y preciso fue el último Economicawatch preparado por el servicio de estudios económicos del BBVA Banco Francés, conducido por Ernesto Gaba. Aclarando que el mercado laboral está segmentado, analiza que el sector privado formal registró una aumento de la productividad en el período 2001/2005 en un rango del 2,6/4,7 por ciento, en línea con el crecimiento del salario real de ese grupo. Entonces, sugiere que “dado ese rango de productividad y considerando que para este año la meta del Gobierno es de una inflación del 11 por ciento, las negociaciones salariales del sector formal de la economía tendrían un tope de aumento del 16 por ciento nominal”. Si se reclamara un ajuste superior, alarman con que “se corre el riesgo de una espiral salarios-precios que potencie la indexación y acelere la tasa deinflación”. Mensaje de la city para el Gobierno, y por vía indirecta hacia Moyano.
Colocar al salario en el ojo de la tormenta como el principal factor de riesgo inflacionario es, por lo menos, engañoso. El aumento de precios del último año y el que se registrará en éste no tiene al salario como uno de sus motores. Es cierto, en cambio, que un ajuste de sueldo presiona sobre los costos empresarios. Por lo tanto, lo que está en discusión es cuál es la tasa de ganancia que quiere retener el sector empresario manteniendo deprimido el salario. Todos los informes realizados por consultoras de derecha e izquierda, ortodoxas o heterodoxas, liberales o estructuralistas acuerdan, con previsibles matices, que los costos laborales empresarios han bajado sustancialmente respecto de los vigentes durante los años de la convertibilidad. Y que esos costos han subido apenas un poco en los últimos meses, pero sin afectar en gran medida ese importante colchón.
Las ganancias de casi todas las actividades en forma agregada están siendo fabulosas. Muchas han contabilizado utilidades record. Los balances que las empresas líderes han estado presentando en la Bolsa de Comercio están a disposición de quien quiera estudiarlos en detalle. Esos inéditos niveles de ganancias de la mayoría de las ramas industriales, que vienen acompañados de subas sustanciales de la productividad, permitirían absorber mejoras salariales sin trasladar esos ajustes a precios. En el área de servicios también se verifican utilidades crecientes aunque no al nivel que ha contabilizado la industria.
Aquí es donde se juega, entonces, el partido: la inflación es, entre otras cuestiones estructurales como el reajuste demorado de precios relativos generado por la megadevaluación de 2002, la reacción empresaria para defender márgenes extraordinarios de ganancias. O sea, uno de los principales motores de los aumentos de precios se encuentra en la puja distributiva gatillada por las empresas dominantes del mercado local, y no por los trabajadores, que en su gran mayoría todavía tratan de recuperar el poder adquisitivo perdido con la salida abrupta de la convertibilidad.
En un reciente informe preparado por jóvenes investigadores reunidos en el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), se destaca que “así como es contundente el incremento de la ocupación, también lo es el deterioro de los salarios reales”. Precisan que el salario real promedio ha caído fuertemente con la devaluación y, tras cuatro años, no ha recuperado el nivel vigente a fines de 2001, que ya era reducido en comparación con la media de la década del ’90 y, más aún, con respecto a los valores históricos. De todos modos, aclaran que “debe tenerse en cuenta que la evolución del salario promedio esconde una importante heterogeneidad entre los asalariados, en particular entre trabajadores registrados y no registrados”.
Ernesto Kritz, especialista en temas laborales, señala que la brecha salarial entre los trabajadores formales y los informales es del 45 por ciento, diferencia que es más alta que en el pico de la crisis. Frenar el aumento de salarios en los registrados no mejora a los que no lo están. Sólo ayuda a mantenerlos deprimidos. Congelar la puja distributiva cuando se convoca al “cuco” Moyano para limitar el ajuste de salarios, en realidad, es la traducción de querer preservar nichos de privilegios con ganancias extraordinarias para los pulpos ganadores.
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