ECONOMíA › LAS POTENCIAS EUROPEAS YA LO HABíAN PLANTEADO EN 2008

Otro coqueteo con la Tasa Tobin

Entre las acciones que anunciaron ayer los jefes de Estado de Francia y Alemania para hacer frente a la crisis estructural de la Zona Euro, se encuentra la creación de un impuesto a las transacciones financieras. Aunque todavía no se conocen los detalles del proyecto que será presentado a las autoridades legislativas y económicas de la Unión Europea en septiembre, la idea tiene sus orígenes en 1972 y se la conoce como Tasa Tobin. El objetivo de ese tipo de tributos es desalentar las operaciones especulativas con instrumentos financieros, limitar la volatilidad y apuntalar la estabilidad del sistema. El establishment financiero ha rechazado históricamente esa iniciativa con el argumento de que dificultaría la operatoria en los distintos mercados.

No es la primera vez desde que estalló la crisis, en 2008, que las autoridades europeas proponen o reclaman la implementación de un impuesto a las transacciones financieras. A la férrea oposición del establishment es necesario sumarle la falta de voluntad política de los distintos gobiernos para crear el instrumento. Precisamente, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, habían realizado la misma propuesta dos años atrás. En ese momento, cuando todavía no habían quedado en evidencia las limitaciones estructurales de la Eurozona, la propuesta fue recibida con desagrado por el mundo financiero. Ayer, Merkel consideró que existe una “necesidad urgente” de aplicar el impuesto.

El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz estima que la recaudación potencial de la medida oscila entre 60 y 70 mil millones de dólares anuales. Las cifras varían según el monto de la alícuota y en París ayer se llegó a decir que podría alcanzar a 200 mil millones de euros. Las propuestas establecen una tasa marginal a todas las operaciones cuya recaudación podría destinarse a aliviar la pobreza en las economías periféricas.

Distintos especialistas enfatizan que se trata de un punto de partida viable para comenzar a rediseñar el sistema financiero global. Según consideró el Premio Nobel James Tobin, el primer impulsor de este tipo de instrumentos, la medida es “un grano de arena en el engranaje financiero”. Tobin, un economista ortodoxo que defiende el librecomercio, propuso la iniciativa en 1972, pocos meses después de que Estados Unidos pusiera fin al sistema de tipos de cambio fijo instalado en Bretton Woods. El proyecto del economista tenía como objetivo limitar la volatilidad de los tipos de cambio flotantes. En ese momento los bancos de Wall Street que operaban en los mercados de divisas eran once. Luego del proceso de desregulación y liberalización, esas entidades llegaron a ser más de 200. La magnitud de las operaciones financieras también trepó significativamente. Las posibilidades de avanzar son limitadas: “Me temo que no existe ninguna oportunidad. La gente que decide en el mundo financiero internacional está en contra”, sentenció Tobin en una entrevista en 2001.

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