Miércoles, 9 de marzo de 2016 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Raúl Dellatorre
Aldo Ferrer tuvo en vida muchos reconocimientos, pero probablemente mucho menos lecturas atentas sobre sus escritos como él hubiera merecido y el país ha necesitado. Su agudeza para analizar las deficiencias de la economía argentina, e interpretar en cuánto se distanciaban esas condiciones de las posibilidades de alcanzar el desarrollo nacional, lo colocaban varios escalones arriba, demasiados quizás, del común de los economistas que suelen opinar, aconsejar, criticar y hasta llegar a puestos clave de decisión.
Un ejemplo de lo dicho es uno de sus últimos libros publicados, El empresario argentino (2014), en el que analiza con notable lucidez las causas que impidieron la formación de una clase empresaria en el país que fuera agente fundamental del desarrollo. Su lenguaje claro y directo en más de una vez lo llevaba a destruir mitos que por repetidos parecían convertidos en verdades absolutas, repetidas por ortodoxos y heterodoxos, neoliberales o nacionales. “Si Argentina tuviera un empresariado como el brasileño...”, o “los países asiáticos se desarrollaron porque tuvieron empresarios que...”, son algunas de esas fórmulas habituales. Ferrer, en cambio, afirma que “si los empresarios brasileños o de Corea, Taiwán o Malasia hubieran estado en Argentina, habrían actuado igual que el empresario argentino. Y si los argentinos hubieran estado en alguno de esos países, habrían actuado como hicieron los de esos países. La cuestión no es el lugar donde nacen, la cuestión es contar con un Estado nacional no sometido a las condicionalidades neoliberales. Esto es una condición necesaria para la construcción del empresario argentino. No es posible la construcción del empresario argentino en ausencia del Estado nacional y el ejercicio efectivo de la soberanía”.
La lúcida noción del Estado de Aldo Ferrer le dio siempre otro plus, porque logró fundamentar como nadie la importancia de otorgarle un rol orientador, protagónico en la definición de estrategias, tanto frente al capital privado nacional como extranjero. En relación a este último, describió en el citado libro: “La presencia de filiales de corporaciones transnacionales puede contribuir a la participación de segmentos tecnológicos avanzados de las cadenas de valor y el acceso a los mercados internacionales. Pero precisamente esto último es el problema con las filiales en la Argentina y en América Latina, porque aquí están orientadas a producir para el mercado interno y a insertarse en los segmentos tecnológicos secundarios en las cadenas de valor”. “En todos los países exitosos, el protagonismo de la transformación descansa en el Estado y en las empresas nacionales”. En la misma publicación, Ferrer aborda y explica cómo logró Brasil acumular “un considerable poder nacional en sectores fundamentales de la economía: hidrocarburos, industria aeronáutica, construcción e ingeniería”, La estructura productiva, y en manos de quién se depositan los sectores estratégicos, vale mucho más que la dimensión del país a la hora de contar con las condiciones para el desarrollo.
Argentina recuperó al inicio del presente siglo “la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el pensamiento crítico, viabilizando la reaparición del Estado nacional”, escribió Ferrer. Ello posibilitó un espectacular proceso de redistribución de ingresos, crecimiento económico e inclusión social, podemos agregar. Pero dejó trunco la articulación del camino del desarrollo, porque las condiciones estructurales que debían cambiarse para posibilitarlo no se lograron.
Hoy, cuando el país se orienta a un proceso de sentido contrario, podríamos decir que Ferrer es más imprescindible que nunca. Pero su sabiduría quedó impresa en importantes libros. Después de llorarlo y despedirlo, volverá a ser hora de leerlo. Particularmente, para los que no lo hicieron, o lo hicieron mal, antes.
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