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La (e)lección del maestro

 Por Mario Wainfeld

Hasta sus últimos días Aldo Ferrer predicó con un vigor que podía asombrar si uno se fijaba solo en edad y hasta en su físico esmirriado. Era didáctico, con afán de divulgador. Atendía (en las vastas acepciones de la palabra) a los interlocutores y auditorios. La energía era tributaria de la convicción. La embellecían el buen trato, un vocabulario accesible sin caer en la vulgaridad, una sonrisa siempre pronta a salir. Le gustaba conversar o disertar, fue un tanguero de fuste, diz que hasta buen bailarín.

Ferrer fue para muchos un maestro de economía política, una disciplina que definen las dos palabras que la integran en pie de paridad... no tan cultivada como necesaria. Entre tantos otros agradecidos, apenas uno en el montón, está el autor de esta columna que no es versado en economía ni quiere (hoy y aquí) intervenir en el fértil debate sobre la validez o rigor de las ciencias sociales. Lo recuerda asumiendo límites propios que intentará no atravesar.

Una vida larga ligada a la actividad pública y a la intervención permanente conlleva vicisitudes, momentos mejores o peores. Conoció, alternó y colaboró con muchos presidentes, entre ellos Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Su biografía acumula muchos cargos públicos y más libros.

El portal del diario Clarín subraya que fue funcionario de dos presidentes de facto, Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. Vaya súbito interés del vocero de esos regímenes que, todomodo, merece ser atendido. Es una suerte de reconocimiento capcioso del calibre del adversario. Ferrer lo hizo en una etapa en la que las fuerzas políticas mayoritarias convivían o colaboraban a menudo con los regímenes autoritarios y se valían del golpismo cuando imaginaban que les convenía o que era un interregno con potencialidades. Un error compartido no deja de serlo pero merece ser encuadrado en la cultura de la época.


Varias constantes signan su trayectoria siempre sensible a los tremendos cambios sucedidos en décadas de vida intensa. Algunos factores clave se mantuvieron en su obra concreta y escrita, si ambas pueden escindirse. El rol del estado, la prioridad de un desarrollo nacional, el rechazo al liberalismo o neoliberalismo falsamente internacionalista.

Su versión de la economía política enalteció desde 1983 la centralidad del sistema democrático. Acompañó desde su saber el aprendizaje colectivo de los argentinos.

Para ser coherente, en un mundo mutable, hay que saber percibir todas las peripecias, registrarlas y conservar aggiornadas las banderas principales. Tal fue su mérito constante: una incansable capacidad de aprendizaje y búsqueda de información.


Difusor de ideas fuerza comprensibles, acuñó expresiones que valieron como consignas o síntesis. “Vivir con lo nuestro” transmitía de movida el ideal autonomista y relativamente autárquico acuñado desde la mitad del siglo pasado. Lo supo enriquecer años después.

La democracia política es una “variable” fastidiosa o hasta despreciada por muchos economistas de postín. Para Ferrer era un factor esencial, núcleo de la economía política deseable, solo concebible en una sociedad que tutela derechos.

“El crecimiento de la economía argentina fue muy pobre en el siglo veinte” escribió hace cosa de seis años añadiendo “sin embargo lo peor no fue la economía. En 1930 se derrumbaron las instituciones”. Ese orden de prioridades lo inducía a valorar la recuperación ocurrida desde 2003. “Las instituciones de la democracia resistieron el impacto y la economía argentina se recuperó por sus propios medios, sin pedir nada a nadie demostrando el potencial del país para crecer y vinculándose con el mundo manteniendo el comando de su soberanía”. Soberanía, instituciones, autodeterminación, el estado como agente económico fundamental he ahí cifrado el credo y la prédica de las décadas más recientes.


En el siglo XXI se acentúa el predicamento y el protagonismo de especialistas en aspectos cada vez más acotados de la realidad. Saben mucho sobre casi nada y lo que es más grave, creen que saben mucho o todo. La estirpe de los grandes economistas (o sociólogos o politólogos o intelectuales en general) encara otros rumbos más ambiciosos. Un conocimiento vasto, interminable de aquello que llamamos realidad, implacablemente, polifacética. Para hablar de la economía de la Argentina hay que conocer su historia, su geografía, su demografía, sus costumbres, su cultura política, la vitalidad de la sociedad civil, las apetencias de sus clases sociales.

Solo una mirada amplia con perfil tan o más humanista que erudito puede ingresar sin extraviarse en la maraña de las especialidades.


Solo un país con “densidad nacional”, esto es con educación, igualdad, acceso a los bienes materiales o espirituales puede progresar en la siempre relativa extensión del término.

La disputa pendular entre los gobiernos de matriz nacional popular y los neoliberales fue otra de sus obsesiones. El artículo publicado en estos días en Le Monde Diplomatique la refleja y pone al día. Lejos estuvo de ser neutral en el vaivén y aducía razones sólidas: el PBI creció mucho más con la matriz nacional y popular, inextricablemente ligada a gobiernos democráticos. Por otra parte, las experiencias neoliberales más recientes terminaron con severas crisis y endeudamiento extremo.


Vaya una larga cita de una entrevista radial reciente que resume, dentro de lo factible, su pensamiento más actual.

“Somos el país en el que la política no tiene andariveles: se puede pasar de (Carlos) Menem a (Néstor) Kirchner. La variabilidad de la política en la Argentina tiene un grado de dispersión mayor que en otros lados. Por otra parte, hemos tenido un largo período de inestabilidad institucional... La política tiene enorme capacidad de transformación... El problema de la deuda se resolvió en contra de la posición del mercado financiero internacional y del FMI. Se nacionalizaron las AFJP, el petróleo... incluso la ley de Medios. Una serie de decisiones con un impacto fenomenal en el sistema de poder. Y esto lo hace un gobierno democrático, legítimo... es muy poco frecuente en otros lados. No ocurre en Brasil, por ejemplo... Tenemos una capacidad de transformación que, al mismo tiempo, es un rasgo de inestabilidad muy grande. Tal vez allí se puede encontrar parte de la respuesta a por qué hemos convivido tanto tiempo con tanta inflación. La Argentina es, yo creo, el país más democrático de América latina desde el punto de vista de la participación política y de la capacidad del sistema político de influir en la realidad. Pero el tema es cómo administramos ese potencial político para construir proyectos viables.”


La globalización es un hecho, razonaba, aunque cada país tiene la que se merece o construye. Lo obsesionaba la conducta de la burguesía en la Argentina pero no la atribuía a su ADN o a un problema congénito sino a la capacidad socialestatal para imponer reglas. Un empresario europeo se acriolla (en el peor sentido) a poco de afincarse aquí, un argentino que actúa en otras comarcas, se amolda a las de allá. Es la política, caramba.

Fue frontal en el enfrentamiento a las políticas neoliberales de los noventa y fin del siglo pasado. Cofundador del Plan Fénix, parecía entonces arar con pocos en el mar, a contracorriente del pensamiento dominante que arrasaba en la economía y hegemonizaba la Academia.

Pudo fallar, como todos hemos hecho, en un recodo del camino pero jamás se equivocó en los alineamientos fundamentales.

Su posición respecto de los gobiernos kirchneristas fue constructiva sin caer en la apología absoluta o el silencio y sin distraerse de aspectos fundamentales. Previno respecto de los riesgos de la restricción externa. Señaló que el parate del crecimiento, la alta inflación y la creciente dificultad para generar trabajo formal ponían en vilo al modelo. Lo hizo con delicada firmeza, un oxímoron que su gallardía hizo posible, a contrapelo de quienes querían arrojar al niño (un proyecto nacional inclusivo, con errores o límites) con el agua. O de los seguidistas o aplaudidores sin freno.

Siempre se paró lejos o mejor enfrente de quienes se inclinan por el neoliberalismo devastador. Sus últimas publicaciones rondaron con probidad el nuevo escenario sobre el que no ahorró prevenciones ni dilapidó agresiones que restan más de lo que agregan.


En la reedición de Vivir con lo nuestro, de 2011, aggiornó la consigna clásica: “Vivir y crecer con lo nuestro, abiertos al mundo, es la respuesta necesaria y posible. La crisis mundial de 2008 confronta al país con nuevos desafíos frente a las cuales la única respuesta es la misma”. El cronista vuelve a ojear ese libro que como tantos otros lo ayudó a (tratar de) mirar con los propios ojos, única manera de poder ver y entender algo. Gracias, maestro.

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