ECONOMíA › OPINION

¿Están mostrando las uñas?

Por José Luis Di Lorenzo *

Ahora que se discute la inflación, como desde hace tiempo no se hacía, parece que no son pocos los que se quieren montar al carro de denunciar el supuesto desborde salarial, que por otra parte no es tal, si se tiene en cuenta que se ha retomado la saludable senda de la discusión paritaria, en la que empresarios y trabajadores organizados pautan las franjas salariales.
Históricamente, las organizaciones de los trabajadores han sido criteriosas a la hora de definir las escalas salariales, pero debe tenerse en cuenta que desde la devaluación, la productividad aumentó en el país mientras que los salarios cayeron en su poder adquisitivo, toda vez que los precios mayoristas crecieron, en algunos casos con exorbitancia. Aunque hay fuertes indicios de reconversión en cuanto a los salarios sumergidos, se muestra un trecho muy largo hasta retomar los índices de algún momento antes de la crisis.
Lo que debería quedar en claro es que la economía necesita de la productividad para crecer y repartir el excedente entre ganancias empresarias y salarios, porque las primeras permiten más inversión –si los empresarios son emprendedores y no se la llevan afuera– y el salario es la llave para el aumento del consumo, un círculo virtuoso que debe retroalimentar el aumento de la productividad. Claro que si se distorsiona la verdad, se vuelve al beneficio máximo para unos pocos monopolios y oligopolios en detrimento de la mejor calidad de vida de las mayorías.
Un país es mejor si su gente está mejor. Hay ejemplos en el mundo de vigorosas empresas transnacionales usufructuando su riqueza, pero con un alto grado de explotación de sus trabajadores, con la consiguiente destrucción de familias enteras. Han hecho suyo el axioma de vivir para trabajar, en lugar de la concepción humanista que indica la necesidad de trabajar para vivir. Y siempre con la mira puesta en vivir mejor.
Aprovechando las desafortunadas e incorrectas apreciaciones del Ministerio de Economía, algunos empresarios salieron a batir el parche con el argumento de que los aumentos salariales se desbocaron, lo que les impide invertir más. Nada dicen acerca de que las 100 primeras empresas del país crecieron un 53 por ciento en sus ganancias. Argumentan que muchos de esos salarios crecieron sin tenerse en cuenta la productividad. Es la letra que plantea un sector de la economía, ocultando que desde el 2001 hasta el año pasado la productividad de la industria manufacturera creció en un 15 por ciento. También crecieron los precios mayoristas y, como los salarios decrecieron en ese tiempo por lo menos un 25 por ciento, los balances empresarios acusaron más ganancia.
Los aumentos salariales no son más que recomposiciones para recuperar la caída brutal provocada por la crisis final del modelo de convertibilidad. Decir que los trabajadores demandan aumentos salariales es un despropósito. Lo demandaron en su tiempo como una reivindicación, pero esos salarios se licuaron en beneficio empresario y es de extrema justicia distributiva volverlos a su justo término. Recomposición en la participación del Producto Bruto Interno es lo que se reclama en justicia. Se distorsiona mucho más la información cuando, en la búsqueda de causantes de un brote inflacionario inesperado, se utiliza a un sector de trabajadores que están recomponiendo sus salarios. Es una buena señal para las grandes corporaciones y otros empresarios que añoran los tiempos del disciplinamiento a la sociedad y a los gobiernos a través del trabajo indecente y la suba de precios. Ahora que se abren las rendijas de más puestos de trabajo, es saludable apuntar al empleo decente, no a la mera subsistencia. Si así no fuera, se estaría cohonestando que los bajos salarios forman parte de la estrategia para lograr trabajadores esclavos, sin capacidad de perforar el techo de la pobreza. Es condenar al país, no sólo en su presente de búsqueda de signos distintivos, sino también al futuro de crecimiento sustentable.
Hay otras formas de buscar las razones del aumento de la inflación y es por el lado del incumplimiento de los acuerdos de precios y también por la especulación financiera. El Gobierno pactó con las empresas determinados precios, pero como suele ocurrir cuando se deja al zorro dentro del gallinero, hubo tal relajamiento en los acuerdos y en las penalidades que se terminó disparando todo. No es correcto entonces chantajear a los trabajadores acusándolos de ser los causantes de la inflación para que morigeren sus demandas. Los trabajadores no producen la inflación: la consumen, y sería bueno que desde Economía se dieran pruebas de equidad, retomando los controles sobre el comportamiento de los precios. Son los empresarios los que ponen el grito en el cielo cuando el Estado interviene controlando los abusos, pero recurren a las autoridades para que les pongan techo a las demandas de los trabajadores.
En un solo sector –el textil– el salario relativo creció por encima de la productividad, por tratarse de una actividad trabajo intensiva, con fuerte destrucción de su capacidad tecnológica durante los ‘90 y que encontró serias dificultades a la hora de demandar mano de obra calificada. En todos los demás sectores industriales la productividad fue mayor al porcentaje salarial acordado y hasta tienen margen como para pactar otras mejoras en las condiciones de vida de sus trabajadores.
Habrá que decidir entonces para dónde rumbear. O se busca el equilibrio capaz de seguir la estrategia de crecimiento del mercado interno y de la inversión en forma paralela o se deja que todo el crecimiento vaya a la inversión para satisfacer mercados externos, pero en desmedro de quienes son hacedores de la riqueza del país.

* Presidente del Instituto para el Modelo Argentino.

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