Jueves, 24 de abril de 2008 | Hoy
EL MUNDO › A PESAR DE HABER GANADO EN PENNSYLVANIA, LA VENTAJA LA LLEVA OBAMA
En la reñida puja demócrata, el senador de Illinois se mantiene como favorito para lograr la nominación. Varios medios norteamericanos critican a la ex primera dama por demorar el desenlace de la competencia.
Por Antonio Caño *
Desde Washington
Hillary Clinton ganó el martes las primarias de Pennsylvania, donde tenía que ganar para seguir con vida en esta campaña. Lo hizo por un margen de diez puntos, suficiente como para reivindicar la vigencia de sus aspiraciones. Pero Barack Obama sigue siendo el favorito para obtener la candidatura demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Si, después de infinitas conjeturas y cálculos, el propósito de unas elecciones es, sencillamente, el de saber quién tiene más votos o más escaños (léase delegados en este caso), las opciones de victoria de Obama, aunque algo reducidas, siguen siendo muy superiores a las de su rival.
Clinton ganó en Pennsylvania con una campaña tan destructiva que el diario The New York Times, que había pedido antes el voto a su favor, la describía en su editorial de ayer como “una victoria por el mal camino”. Michael Putney en una columna en The Miami Herald titulada: “¿Hay un final para esta carrera?” escribió: “Teóricamente, la carrera demócrata ya debería haber terminado. En realidad, continuará hasta la náusea, quizás hasta la convención de Denver, dejando marcado al eventual ganador, desacreditando al perdedor y proporcionando todo tipo de material de campaña para el candidato republicano John McCain”. Un 68 por ciento de los votantes de ese estado acusan a Clinton de haber jugado sucio contra Obama.
Reglas de la política, puede aducirse. Al fin y al cabo es una victoria que le sirve a Clinton para parecer indestructible, aferrada a su voluntad como un perro de presa; no importa ya si es la mejor candidata, pero sí es la candidata inevitable, la que es imposible apartar del camino, a la que nadie consigue convencer del peligro de continuar con el drama y a la que Obama no encuentra forma humana de rematar.
“Algunos me daban ya por perdida y querían que me fuera, pero el pueblo norteamericano no se rinde y merece un presidente que tampoco se rinda”, declaró Clinton en su noche victoriosa en Filadelfia. En efecto, muchos dirigentes demócratas habían soñado con una victoria de Clinton tan apretada como para permitirles exigirle un adiós que pusiera fin a esta guerra civil. No ha sido así y Clinton no se rinde aún. No se rinde ni siquiera ante la evidencia de unas matemáticas adversas. Con su buena actuación en Pennsylvania, Clinton recortó en algo más de 200.000 votos la ventaja que Obama llevaba en el cómputo general de estas primarias.
Pero el senador de Illinois va por delante todavía con medio millón de votos y, si los pronósticos se cumplen, Obama va a recuperar gran parte de esa pérdida el próximo 6 de mayo en Carolina del Norte, donde las encuestas le dan una victoria holgada. Ese mismo día se votará en Indiana, otro estado industrial del Medio Oeste en el que Clinton ha situado su próxima meta. Ninguno de los dos tiene clara ventaja en las encuestas en Indiana.
En Carolina del Norte, Obama va a ganar también, probablemente, los 20 o 30 delegados perdidos en Pensilvania –hay que esperar todavía para conocer la cifra definitiva–, recuperará esa diferencia de 160 delegados de la que gozaba hasta el miércoles y se empezará a hablar entonces de las primarias de Puerto Rico, de Virginia Occidental.
Pennsylvania no resolvió nada. Ni Barack Obama ganó para cerrar la lucha ni Clinton logró una aplastante victoria que cambiara el curso de la carrera. Los diez puntos porcentuales de ventaja en favor de la primera dama dejan la lucha tan bloqueada como estaba. “La victoria de Clinton no hace mucho en favor de sus opciones”, tituló ayer su análisis el diario Los Angeles Times. Da igual. Tiene que producirse un estrepitoso derrumbe de Obama para que Clinton gane estas primarias en el sencillo y democrático terreno de las cifras. Pero Clinton no intenta ganar estas primarias en ese terreno. “La pregunta que hay que hacerse en este momento –dijo ayer Clinton a varias cadenas de televisión– es que si no sos capaz de ganar los estados que es necesario ganar en noviembre, eso dice algo sobre tus posibilidades en las elecciones presidenciales.” “Tengo la confianza –añadió– de que cuando los delegados se pregunten quién es el candidato más fuerte contra John McCain, yo seré la denominada por el partido.” En una palabra, que si Obama no es capaz de ganar en sitios como Pennsylvania o Ohio, demuestra que es un candidato débil y el partido debe privarle de la nominación, aunque la gane en las urnas.
¿Cómo? Mediante el instrumento de los superdelegados (un grupo de notables del partido que no son elegidos en primarias). Quinientos de ellos se han pronunciado ya: 262 a favor de Clinton y 238 por Obama. De los últimos 70 que han anunciado su decisión, Clinton ha ganado dos y Obama 68, el último ayer mismo, después de su derrota. Quedan por hablar 295, un número suficiente, como para decidir el nombre del ganador.
Es a ese selecto grupo de delegados al que está dirigida la estrategia actual de Clinton, una estrategia que para tener éxito, para poder demostrar la inviabilidad de la candidatura presidencial de Obama digan lo que digan las urnas, requiere tan altas dosis de ataques personales que Clinton se va a acabar haciendo odiosa para todo el país. Un 68 por ciento, según una última encuesta, ya no le cree.
Obama, mientras tanto, está como paralizado por el ardor guerrero de su rival. No es capaz de dar el argumento final para que el partido se ponga ostensiblemente de a su lado ni consigue transmitir la confianza suficiente entre los votantes blancos de clase media, conservadores y de mayor edad. No acaba de ser, en suma, el candidato indiscutible.
En su discurso de la noche del martes, ya en Indiana, introdujo un elemento que puede funcionar. “Después de 14 meses –dijo– es fácil olvidarse de qué es lo que está en juego en esta campaña. Después de haber estado atrapados en la distracción sin sentido y en el toma y daca que consume nuestra política, es fácil trivializar lo que verdaderamente importa: dos guerras, una economía en recesión, un planeta en peligro.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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