Sábado, 19 de julio de 2008 | Hoy
EL MUNDO › HACE 90 AñOS NACíA MANDELA, SíMBOLO DE LA LUCHA CONTRA EL APARTHEID
Después de seis meses de celebraciones internacionales, pasó su cumpleaños con familiares y amigos en el hogar de su infancia, dijo que estaba triste porque la pobreza asuela a su pueblo. Fue el primer presidente negro de Sudáfrica.
No hace tanto tiempo, era el hombre invisible cuyo nombre era un grito de batalla; su aspecto era conocido para la mayoría de la gente por una antigua fotografía, un héroe escondido en una cárcel de una isla sobre la costa de Africa. Pero ayer, cuando celebró sus 90 años, era todo menos invisible, una figura a la que se reverenciaba y se consideraba el padre de la moderna Sudáfrica. Aunque se retiró de la política hace casi una década, sigue siendo un icono cuya imagen proyecta una gran sombra sobre sus sucesores, que apenas aguantan la comparación.
Después de seis meses de celebraciones internacionales, Mandela pasó su cumpleaños con la familia y amigos en el hogar de su infancia en Qunu.
Acompañado por su mujer, Graca, con quien celebró también diez años de matrimonio, el ex presidente brindó una breve entrevista de 15 minutos en su casa, en el primer contacto de este tipo con periodistas en años. Mandela dijo que tenía suerte de haber llegado a los 90, pero se manifestó triste porque “la pobreza asuela a nuestro pueblo”, en el campo y en las ciudades. “Si sos pobre, es probable que no vivas mucho”, dijo, mientras explicaba que su longevidad se debía a su “conducta”.
Nacido el 18 de julio de 1918, fue presidente del primer gobierno multirracial de Sudáfrica, elegido con el 70 por ciento de los votos.
Desde pequeño, Mandela aprendió a desconfiar de los blancos en las figuras de los colonos holandeses (los boers) y luego de los británicos. Ese sentimiento maduró y a los 24 años, cuando estudiaba abogacía, se unió al CNA. Pero Mandela, llamado también por sus seguidores “Madiba” (abuelo), confiesa en su autobiografía que fue en su juventud cuando comprendió que su libertad era sólo una ilusión en Sudáfrica.
El 26 de julio de 1950, Mandela participó de un Día Nacional de Protesta, convocado por la CNA, contra el asesinato a manos del gobierno de 18 africanos en la concentración del 1º de mayo, y contra la ley de supresión del Comunismo. “Fue la primera vez que participé de modo significativo en una campaña a nivel nacional y experimenté la satisfacción que producen el éxito en una batalla bien planificada y el sentimiento de camaradería que surge en la lucha contra un enemigo perverso y poderoso”, relata Mandela en su autobiografía titulada El largo camino hacia la libertad.
Cuatro años más tarde fue nombrado presidente del CNA, y en 1960 pasó a la clandestinidad contra el régimen racista blanco. En 1963, pese a las protestas internacionales, fue enviado a prisión a la isla de Robben (isla de las focas), acusado principalmente de “conspiración” junto a otros compañeros, cargo que para el tribunal significaba “un crimen de alta traición”. Condenado a cadena perpetua, Mandela pasó en esa prisión de alta seguridad 18 de los 27 años que estuvo recluido. “Las celdas habían sido construidas a toda prisa. Y las paredes estaban perpetuamente húmedas. Cuando me quejé de ello al comandante en jefe de la prisión, me contestó que nuestros cuerpos absorberían la humedad”, recuerda.
El 11 de febrero de 1990, Mandela, entonces de 71 años, dejó atrás la prisión de máxima seguridad de Paarl, a 50 kilómetros de Ciudad del Cabo, para iniciar el camino de la reconciliación y la reconstrucción en su país y en su propia vida. El histórico jefe del Congreso Nacional Africano (CNA) avanzaba con el puño en alto hacia la muchedumbre de partidarios que habían esperado ese reencuentro. El viejo líder comenzaba, así, un camino que culminaría con el fin del poder blanco y del régimen del apartheid, que había comenzado en 1948.
Ese proceso lo catapultó de la cárcel a la Presidencia de la República. Sin embargo, luego de la cárcel y tras permanecer cinco años en el poder, la preocupación por mejorar la calidad de vida de los sudafricanos siguió siendo el principal anhelo del anciano Mandela, como lo afirmó en su último discurso ante el Parlamento. “La larga marcha no terminó aún. Todavía está por ganarse el premio de una vida mejor.”
Durante su mandato como presidente, de 1994 a 1999, fue dejando la labor del día a día al que fuera su sucesor, Thabo Mbeki, mientras que sus críticos le reprochaban descuidar la lucha contra la corrupción y dejar empobrecerse a los más pobres de Sudáfrica. Pero su lucha por la reconciliación en el país le permitió ganarse el corazón de los blancos, estupefactos ante su falta de rencor.
La ex diputada liberal Helen Suzman, también de 90 años y una de las políticas blancas que más luchó contra el apartheid, reconoce que le hubiese gustado un segundo mandato de Mandela. “Aún necesitamos su actitud reconciliadora y su deseo de comprometerse para llevar a Sudáfrica por el camino de la democracia”, aseguró Suzman, que fue la primera en visitar a Mandela en la prisión de Robben Island. “Es un hombre muy especial y sus cualidades de liderazgo son evidentes”, añadió. “Es una locura tratar de estar a su altura.”
Al igual que muchos observadores, la ex diputada compara la ambigüedad de Mbeki en el tema del sida con el coraje de Mandela, que anunció públicamente en 2005 la muerte de su hijo a causa de esta enfermedad, aún hoy considerada un tabú en Sudáfrica. Kader Asmal, una figura respetada en el CNA y ex ministro de Educación con Mandela, recuerda la corrección moral del ex presidente, citando el ejemplo de su disputa con Nigeria tras la ejecución en 1995 del poeta y ecologista Ken Saro-Wiwa. “Es la voz moral de Africa, no hay duda al respecto”, aseguró Asmal.
Mandela fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1993, compartido con el último presidente blanco de Sudáfrica, Frederik de Klerk.
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