Jueves, 29 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Vicente Romero
Los representantes de 120 países participantes en la Reunión de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria (Ransa) de Madrid han vuelto a aportar brillantes discursos con millones de palabras contra el hambre en el mundo. Nunca fue más adecuado aquel refrán de que “una cosa es predicar y otra dar trigo”. Tras las interminables peroratas quedaron demostrados dos hechos: uno, que el hambre se ha agravado, alcanzando a 963 millones de personas; otro, que ningún Estado enriquecido está dispuesto a aportar los fondos precisos para ponerle fin.
Los asistentes a la Ransa han expuesto claramente las principales causas del hambre: la caída de la inversión pública en el sector agrario, el encarecimiento de materiales y energía, el aumento de precio de los alimentos por culpa de la especulación financiera y mercantil, el empleo de cosechas enteras en la fabricación de agrocombustibles, el aumento de la población, el cambio climático... Nada nuevo, los mismos argumentos debatidos en la cumbre de Roma en el pasado junio.
Lo que la legión de delegados internacionales no aporta son soluciones efectivas, pese a que todos también sepamos cuáles deberían ser. Tan solo “parole, parole, parole...” que dicen los italianos. Palabras contra el hambre, que no dineros. En Roma se prometieron 22.000 millones de dólares para afrontar las urgencias mayores en la lucha contra el hambre. Todavía no han sido pagados, a diferencia de los descomunales fondos inyectados a la banca privada para combatir la crisis financiera.
España se ha comprometido a incrementar su aporte económico contra el hambre hasta alcanzar los 500 millones de euros durante los cinco próximos años. Y el ministro Moratinos recuperó para el año 2012 la vieja e incumplida receta del 0,7 por 100. Un ejemplo que no secunda la mayoría de las naciones enriquecidas. Lo que se echa en falta, más allá de las buenas intenciones e incluso de los dineros, son propuestas políticas concretas para atajar las causas de la miseria. En los discursos de la Ransa de Madrid se han repetido docenas de veces los datos pavorosos del hambre. Pero ni la constante exhibición de las impúdicas estadísticas oficiales sobre mortandad infantil han hecho que los gobiernos más poderosos se mostraran dispuestos a escuchar las recomendaciones de la propia Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad).
Por videoconferencia, la nueva secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, se sumó al torrente de palabrería tan biensonante como hueca. Y dejó claro que, pese al optimismo mundial sembrado por la llegada de Obama a la Casa Blanca, las medidas dictadas por el sentido común contra las consecuencias de la extrema pobreza continúan resultando utópicas. No hay voluntad de acabar con el hambre porque es el hambre lo que alimenta a nuestras economías depredadoras. Ni cabe esperanza alguna de que se ponga límites a la especulación con los alimentos en la Bolsa de Chicago, cuando su antigua presidenta, Valerie Jarrett, se ha convertido en principal consejera del presidente Obama.
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