Sábado, 9 de mayo de 2009 | Hoy
EL MUNDO › EN EL PRIMER DíA DE LA OFENSIVA MURIERON CERCA DE 160 COMBATIENTES ISLáMICOS EN COMBATES Y BOMBARDEOS
Menos de 24 horas después del grito de guerra del primer ministro Yusuf Raza Gilani, los militares paquistaníes avanzaron hacia el valle del Swat, el principal bastión de los grupos talibán en Pakistán, llevando la guerra a zonas muy pobladas.
El primer día de la ofensiva del ejército paquistaní contra los talibán terminó con cerca de 160 combatientes islámicos muertos, pueblos bombardeados y cientos de miles de nuevos desplazados en el violento noroeste del país. Menos de 24 horas después del grito de guerra del primer ministro Yusuf Raza Gilani, los militares paquistaníes se lanzaron a recuperar el control de los distritos de Bruner y de Lower Dir. De ahí avanzaron hacia el valle del Swat, el principal bastión de los grupos talibán en Pakistán. “El ejército está ahora comprometido en una operación de gran envergadura”, explicó el vocero del ejército, el general Athar Abbas. Según informó, al menos 143 talibán murieron en el distrito de Swat, seis en el vecino de Buner y 10 en el de Lower Dir. El general no quiso dar detalles sobre posibles víctimas civiles.
Tampoco los dio sobre los bombardeos y los combates cuerpo a cuerpo. La zona de guerra, como ya la denominan los jefes militares paquistaníes, tiene unos mil kilómetros cuadrados y es altamente poblada, principalmente por aldeas y pueblos tribales. Muchos de los que viven allí no estaban de acuerdo con el férreo control talibán, pero tampoco recibieron como héroes a los soldados del ejército. “Tengo ganas de agarrar un arma y de luchar contra los talibán y el ejército”, dijo, indignado, Said Quraid, un campesino de Bruner que tuvo que huir esta semana a un campo de desplazados en el distrito vecino de Swabi.
Según relataron los que lograron escaparse ayer, antes de entrar por tierra a los pueblos los militares los bombardeaban indiscriminadamente. Roshan Zari, una joven de 20 años que vivió toda su vida en Bruner, contó que antes de dejar su casa vio un tendal de cadáveres de mujeres, niños y hombres en las calles. Ella logró llegar al campo de Swabi. Ahora espera que se vayan los militares y también los insurgentes. “No vivíamos bien. Los talibán prohibieron la música, les daban latigazos a las mujeres que no llevaban burka con las correas de sus Kalashnikovs”, recordó.
Los desplazados que ayer caminaban con las pocas pertenencias que podían cargar coincidían en que hasta esta semana los talibán era dueños y señores de las principales ciudades y pueblos del noroeste paquistaní, especialmente la provincia del Swat. Hace tres meses el presidente paquistaní, viudo de la ex premier Benazir Bhutto, Asif Ali Zardari, había sellado un acuerdo de convivencia con los talibán, a partir del cual ellos aceptaban dejar las armas a cambio de una relativa autonomía en el valle del Swat, que incluía la imposición de ley islámica, más conocida como sharia.
Pero en vez de deponer las armas, los talibán, que llevaban dos años imponiendo el orden a través del miedo y la violencia en el valle de Swat, aprovecharon la retirada del ejército para extender su presencia a los distritos vecinos de Bruner y de Lower Dir. El avance alarmó inmediatamente a Washington ya que, por primera vez, los grupos insurgentes parecían tener posibilidades reales de tomar por la fuerza Islamabad, la capital paquistaní.
La Casa Blanca había repudiado el acuerdo entre el gobierno de Zardari y los talibán desde el principio. Pero recién con la avanzada militar hasta Bruner logró convencer a las autoridades paquistaníes de que los islamistas radicales no se contentarían con una pequeña región del país. “Toda la elite gobernante se está dando cuenta ahora que hemos creado una especie de monstruo de Frankenstein como el de la novela de Mary Shelley”, explicó ayer el analista político y militar Hassan Askari Rizvi. “Pero nadie sabe cómo deshacerse de él ahora que alcanzó un poder incontrolable por nuestros propios errores”, agregó.
Las autoridades paquistaníes apoyaron abiertamente la consolidación del movimiento talibán a mediados de los ’90 en Afganistán, con la esperanza de garantizar un gobierno pro paquistaní en el país vecino, tras la caída de la Unión Soviética a finales de los ’80 y durante los combates entre varios grupos de mujahidines en los años siguientes.
Incluso en 2001, después de la invasión estadounidense en Afganistán, Islamabad les dio refugio en su suelo. Aunque nunca hubo una alianza formal, el gobierno paquistaní les permitía entrar y salir con libertad por la frontera. La autonomía de los grupos insurgentes creció tanto que en 2007 ampliaron sus aspiraciones y comenzaron a rechazar al gobierno paquistaní como un “régimen de infieles”. Desde entonces, cerca de 1800 paquistaníes murieron en atentados en todo el país, la mayoría reivindicados por los grupos talibán. Pero los gobiernos paquistaníes, inmersos en constantes crisis políticas, no reaccionaron. La respuesta tardó más de dos años y, por ahora, es tan violenta como la de los talibán.
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