Martes, 24 de agosto de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por David Brooks *
Ha brotado aquí una creciente crisis de identidad nacional. Se manifiesta en algo parecido a la época de las Cruzadas, en el debate sobre inmigración, y hasta en si el país tiene un extranjero como presidente. Entre las curiosidades recientes que nutren esta crisis de identidad: estalló un debate sobre si se autorizará una especie de mezquita musulmana (más bien un centro cultural, deportivo, comunitario y de oración) a dos cuadras de la Zona Cero en la ciudad de Nueva York, donde antes estaban las Torres Gemelas. Sectores conservadores estadounidenses han expresado su oposición a la presencia de una institución musulmana justo en lo que ahora se considera casi como “tierra sagrada”, el sitio de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Lo que empezó como una controversia local se volvió nacional cuando el presidente Barack Obama se pronunció a favor del sitio, al argumentar que era algo protegido por la libertad de creencias en este país, y la Casa Blanca subrayó que no hacerlo dañaría la imagen internacional de Estados Unidos, sobre todo en el mundo musulmán. Ahora líderes republicanos lo convierten en tema nacional hacia las elecciones legislativas intermedias de este año. El ex presidente de la Cámara baja Newt Gingrich acusó al presidente de “complacer al Islam radical”, mientras otros republicanos denunciaban que permitir ese sitio era ceder un “triunfo” a los que atacaron a este país. “Los nazis no tienen derecho de poner un anuncio junto al Museo del Holocausto en Washington... Nunca aceptaríamos que los japoneses pongan algo junto a Pearl Harbor. No hay razón para que aceptemos una mezquita junto al World Trade Center”, afirmó Gingrich en una entrevista por televisión.
Sarah Palin, ex candidata a la vicepresidencia, ha hecho comentarios parecidos.
Tal vez lo más asombroso fue que 24 horas después de defender el centro musulmán propuesto, al declarar que los “musulmanes tienen el mismo derecho de practicar su religión que todos los demás en este país”, Obama titubeó y dijo que no se había pronunciado “sobre la prudencia de la decisión de poner una mezquita ahí”, sino “muy específicamente sobre el derecho de la gente” a practicar su religión como uno de los fundamentos del país.
Todo es aún más confuso cuando uno de los hombres detrás de la propuesta del centro musulmán es el imán Feisal Abdul Rauf, una voz que se ha dedicado a promover la reconciliación entre las religiones a nivel mundial, y especialmente entre Estados Unidos y el mundo musulmán de Medio Oriente. Después del 11 de septiembre este religioso denunció el terrorismo, y sus giras internacionales para promover ese mensaje han sido patrocinadas por el Departamento de Estado. De hecho, la idea del centro musulmán es, en parte, crear un foro para promover estas iniciativas, junto con actos culturales, educativos y más.
Pero para algunos republicanos conservadores fue una oportunidad de nutrir el temor hacia el mundo musulmán que ha cundido en este país desde el 11S y utilizarlo con fines políticos.
Y está funcionando. Nada menos que el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, quien enfrenta una difícil campaña de reelección en noviembre, se vio obligado a expresar su oposición a que se construyera el centro musulmán ahí, y las encuestas muestran que amplios segmentos se oponen a ello.
“La disputa sobre el centro islámico ha detonado alguna profunda locura nacional”, comentó Maureen Dowd, columnista del New York Times. Afirma que el presidente no ha logrado ayudar al país a navegar esta “islamofobia”. Peor aún, el propio presidente sufre sus efectos, ya que en encuestas recientes se ha incrementado el número de estadounidenses que creen que el presidente cristiano es musulmán (ahora 18 por ciento; 12 por ciento cuando era candidato).
Y ser “musulmán”, según algunas de estas voces, es igual a ser “antiestadounidense”.
Los síntomas de la crisis de identidad que padece el país son tan severos que se cuestiona la misma definición constitucional de quién es estadounidense. Una vertiente de la corriente antiinmigrante se considera defensora de Estados Unidos contra una invasión de “extranjeros” que amenazan con transformar este país en otro que no es mayoritariamente anglosajón, blanco, cristiano y donde sólo se habla inglés. Para lograrlo desean anular parte de la 14ª enmienda de la Constitución, la cual con muy pocas excepciones estipula que toda persona que nazca en Estados Unidos es ciudadano.
John Boehner, líder de la minoría republicana en la Cámara, se ha sumado a figuras como los senadores republicanos Mitch McConnell y Lindsey Graham, quienes advierten que Estados Unidos está amenazado por miles de inmigrantes que llegan aquí sólo para que sus hijos nazcan como estadounidenses, a los cuales llaman “bebés anclas”, o sea, establecen con eso una familia de este lado con ellos.
Junto con esto, algunos continúan promoviendo la idea –impulsada desde la elección– de que el propio presidente podría ser extranjero, al insistir en que, a pesar de un acta de nacimiento de Hawai, el presidente no ha comprobado que es estadounidense. Por cierto, en una encuesta reciente de CNN, 41 por ciento de republicanos creen que Obama probable o definitivamente nació en otro país (19 por ciento de independientes y 15 por ciento de demócratas comparten esa noción).
En esta crisis de identidad nacional –la cual se manifiesta en Arizona y otros estados en la fobia antiinmigrante y en la expresión religiosa y podría llegar hasta una crisis constitucional–, el futuro del país es incierto (pero atractivo para la derecha, que sabe cómo manejar fobias para fines políticos). Vale recordar que la Cámara baja estatal de Arizona aprobó un proyecto de ley que requiere comprobación legal de ciudadanía para todo candidato presidencial. No vaya a ser que un “bebé ancla” mexicano vaya a llegar a la Casa Blanca.
De La Jornada de México.
Especial para Página/12.
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