EL MUNDO
Todo lo que nadie sabía contra el diario “Le Monde”
“La cara oculta de ‘Le Monde’” es el título de un libro que está haciendo furor (en más de un sentido) en Francia. Aquí, el escándalo en torno a uno de los diarios más prestigiosos del mundo.
“Piratas del periodismo”, “usurpadores”, “manipuladores”, “peligro para la democracia”, “contrapoder que abusa del poder, “República mafiosa”, estos calificativos de grueso calibre recorren las 600 páginas del libro que dos periodistas de investigación de indiscutible trayectoria, Pierre Pean y Philippe Cohen, acaban de publicar sobre una de las instituciones de la democracia francesa, el diario Le Monde. El libro, La cara oculta de “Le Monde”, es una investigación que puso en vilo a la prensa y a los círculos políticos del país. La obra muestra en detalle las manipulaciones, las presiones, las mentiras, los arreglos, los pactos opacos, las conexiones sospechosas entre el vespertino y los servicios secretos y la falsa moral de uno de los diarios más prestigiosos del mundo al que, sin embargo, Pean y Cohen califican como un órgano de prensa fundado sobre un “sistema totalitario”.
La cara oculta de “Le Monde” es un alegato terrible contra tres de sus actuales dirigentes, acusados de las peores faltas que se puedan imaginar: Jean Marie Colombani, el director de Le Monde, Edwy Plenel, director de la redacción, y el prestigioso ensayista Alain Minc, director del comité de vigilancia. “Denuncias en sentido único”, “cinismo”, “investigaciones parciales”, “amenazas”, “autocracia”, “degradación de la vida democrática”, la lista de epítetos y de ejemplos que los ilustran deja pasmados a los lectores del diario, incluso a aquellos que ya habían notado las posiciones discutibles de un órgano de prensa que, afirman los dos autores de la investigación, “antaño solía respetar a sus adversarios mientras, que Le Monde de hoy no duda en ensuciarlos y pisotearlos”. Según Plenel y Cohen, la transformación radical entre el “viejo” Le Monde y el actual se operó en 1994, cuando Jean Marie Colombani y Edwy Plenel tomaron el control luego de una prolongada crisis. La sobriedad, los análisis puntillosos, la distancia con el tema tratado, el ángulo y la riqueza de los artículos, el importante espacio consagrado a los temas internacionales desaparecieron en beneficio de un periodismo más aproximativo, de una diagramación donde el estilo “news” remplazó a la profundidad. Tampoco pasó desapercibida la orientación política del diario, sobre todo a partir de 1995 cuando, en plena campaña para las presidenciales, Le Monde eligió apoyar abiertamente al entonces premier liberal Edouard Balladur en contra de su rival de derecha, del actual presidente Jacques Chirac y del socialista Lionel Jospin.
Siempre según Pean y Cohen, ese cambio empezó con la transformación de la organización interna. Antes de Colombani y Plenel, ésta era “descentralizada” y autónoma y a tal punto democrática que el salario del personal era fijado por una comisión compuesta por los empleados. Luego de que ambos tomaran las riendas, el sistema descentralizado desapareció, los jefes de los servicios autónomos fueron decapitados y todo quedó concentrado en las manos del trío Colombani-Plenel-Minc. Pero mucho más interesantes que los detalles internos, son las revelaciones sobre las campañas políticas orquestadas desde la redacción, la demolición sistemática de hombres políticos y la corrupción interna, lo que ha generado un inmenso escándalo en Francia. ¿Cómo es posible que el diario que se presenta como la medida moral de la sociedad haya violado de manera sistemática y organizada la moral que pretende defender? Las respuestas son escalofriantes. La primera de ellas atañe la campaña presidencial de 1995. Le Monde no solo apostó abiertamente por el candidato Balladur, lo que en sí no es inmoral, sino que lo hizo violando las reglas básicas del periodismo. Prueba de ello es un famoso título de 1995. Ese año, Edouard Balladur tenía más del 60 por ciento del electorado a su favor. Le Monde publicó entonces un estudio de opinión sobre el electorado cuyo título y su conclusión decían: “Para la población, la elección presidencial ya estájugada”. Asombrosa afirmación de un diario que, como lo recuerdan los autores de La cara oculta de “Le Monde”, descalifica la preeminencia de las urnas marginalizándolas como una mera formalidad. A ello se le agregan denuncias falsas contra el rival de Balladur, Jacques Chirac, y protección de las informaciones que podían dañar a Balladur. Los electores, finalmente, contradijeron el pronóstico: Edouard Balladur ni siquiera pasó a la segunda vuelta y Chirac ganó las elecciones.
Pean y Cohen narran también la campaña contra el ex primer ministro socialista Lionel Jospin. Fue Le Monde el que sacó a la luz con saña sospechosa el pasado trotskista de Jospin. Los autores adelantan una hipótesis: Le Monde decapitó a Lionel Jospin en dos tiempos. Primero, precipitando la caída de quien era su ministro de Economía y Finanzas, Dominique Strauss-Kahn. El segundo acto consistió en la revelación del pasado trotskista del “camarada Michel” (el seudónimo de Jospin en la OCI, Organización Comunista Internacionalista).
Edwy Plenel es uno de los blancos más golpeados por el libro. Mitterrand decía de él que era “un agente de la CIA”. El ex presidente solía decir que Plenel “hablará un poco más bajo cuando se sepa que trabaja para una potencia extranjera”. Los autores de la investigación no aportan pruebas sobre esa acusación pero sí introducen muchas sobre sus lazos con la policía, sobre todo con Bernard Delapalce, ex jefe de la potente FASP, Federación Autónoma de los Sindicatos de Policía. Los dos periodistas aseguran que el jefe de la redacción de Le Monde perdió las distancias necesarias entre un periodista y un informador y que, además de defenderlo sin contrapartida cuando Delaplace estuvo implicado en un escándalo de corrupción, escribió la autobiografía del policía –no firmada– y llegó hasta a redactar y diagramar el diario del sindicato. Para concluir con este poco glorioso panorama, los autores de La cara oculta de “Le Monde” cuentan que su director, Jean Marie Colombani, daba cursos de “media training” (se trata de enseñar a responder en las entrevistas) a determinados hombres políticos a cambio de dinero (500 dólares), que se hacía pagar viajes a la Costa Azul y estadías en grandes hoteles de lujo por personajes con las manos llenas de dinero negro, que gana un salario enorme, que intentó estafar al fisco y que encima el diario le paga parte de su alquiler. Se puede agregar también un “trabajo” de “presión” remunerado por un gran grupo europeo que quería introducir en Francia la fórmula de la prensa gratuita, al cual Le Monde se asoció para denunciar luego en un editorial ese tipo de periodismo..., pero recién cuando las negociaciones entre Le Monde y el grupo fracasaron.
Las 600 páginas del libro se asemejan a una novela negra. Ni siquiera se salva la honestidad de los balances del diario, que son, según Pean y Cohen, también falsos. La dirección de Le Monde desmintió el conjunto de las informaciones, anunció que hará un juicio y luego fue apoyada por el conjunto de la redacción. Sin embargo, Pierre Pean, uno de los autores, no es cualquiera. Fue él quien, entre sus muchos libros de investigación, reveló el pasado colaboracionista del ex presidente socialista François Mitterrand. En Una juventud francesa Pean contó cómo Mitterrand había recibido la máxima condecoración dada por el régimen colaboracionista de Vichy, el poder que colaboró con la Alemania nazi.
En una editorial-respuesta al libro de Pean y Cohen, Le Monde acusa a sus autores de estar motivados por “el odio, la más triste de las pasiones”. Estos, en cambio, insisten en decir que con Le Monde hay “una amplia colectividad humana reducida al rango de marioneta de tres hombres: un corso francófobo –el director de Le Monde–, un financista internacional –Alain Minc– y un trotskista cosmopolita –Edwy Plenel–”. Por lo pronto, el “terror” que suscita el poder de Le Monde es tal que la editorial que publicó el libro en Francia tuvo que imprimirlo en secreto en España. Luego, el semanario L’Express, que adelantó algunos capítulos, salió con un día de anticipación para evitar “los golpes bajos”. Loslectores han conservado su legítima autonomía. En apenas dos días, el libro se agotó en las librerías.