Lunes, 17 de octubre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Fernando Peirone *
El sábado pasado, algo más de un millón de personas de mil ciudades de todo el mundo salieron a las calles de manera pacífica y coordinada para manifestar por un cambio global. No existen antecedentes de una protesta tan extensa y tan cosmopolita, en la que haya confluido gente de sistemas de gobierno, culturas y sitios tan diversos como el mundo árabe, Europa, Rusia, China, Japón, Australia, Estados Unidos y Latinoamérica. Bajo el lema We are the 99% (“Somos el 99%”) y comunicados a través de Twitter con hashtags tan significativos como #globalrevolution, #globalchange y #WorldwideProtests, estos “ciudadanos del mundo” protestaron contra la desigualdad política, el daño medio-ambiental y el atropello financiero. Como sucedió en la Primavera Arabe, y más tarde en España, Grecia, Italia, Inglaterra y EE.UU., la primera manifestación global de la historia fue convocada a través de Internet y las redes sociales, sin líderes ni identificación partidaria, sólo con consignas elocuentes: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”, “Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”, “Toman decisiones sobre nosotros, pero sin nosotros”, “Ellos, la crisis; nosotros, la alternativa”, “Unidos para el cambio global”.
Cuando en enero de este año comenzaron en Túnez las protestas que después se extenderían a Egipto y la mayoría de los países árabes, la autorreferencialidad accidental hizo que muchos pensaran que se trataba del malestar producido por los regímenes autocráticos. Más tarde, cuando brotaron los “indignados” en España, Grecia e Italia, muchos redujeron las protestas a la crisis financiera. No vieron en esas sublevaciones la emergencia de un malestar mayor, que no tardaría en dialogar con los estudiantes chilenos, las revueltas de Inglaterra, el movimiento A Ocupar Wall Street y experiencias tan disímiles como las que se viven en Hong Kong, Frankfurt, Sydney, Ginebra, Tokio y Bruselas. Todas estas manifestaciones, más allá de las particularidades propias de cada lugar, exceden el malestar económico y político, que obviamente existe: “No es crisis, es estafa”, “Me sobra mes al final del salario”, “Votar es elegir en secreto quién te robará públicamente”, “Democracia, me gustas porque estás como ausente”. Lo que está en crisis es una cosmovisión y sus derivaciones culturales. Esto que muchos llaman “irrupción” tiene, sin embargo, varios antecedentes. La Contracumbre de Seattle (1999), el Foro Social Mundial de Porto Alegre (2001), la Contracumbre del G-8 en Génova (2001), las protestas en Davos contra el Foro Económico Mundial (2003), tanto como las protestas por los fracasos en la Cumbre Mundial sobre Cambio Climático de Copenhague (2009), construyeron la conciencia y el camino del 15.O. Pero ninguna de estas expresiones fue escuchada, como tampoco se recogió el perverso precedente de la Argentina, ni las políticas económicas con que se logró revertir la crisis.
El 15.O es un movimiento global protagonizado por gente de diferentes filiaciones, pero se declara autónoma: sin filiación, sin jerarquía, ni liderazgo. No es casual, por ejemplo, que en la mayoría de las manifestaciones haya aparecido la máscara de Anonymous (adoptada del comic V de Vendetta). La presencia multiplicada de esa máscara representa a ciudadanos de a pie actuando de manera pública y coordinada frente a objetivos acordados en forma asamblearia –fundamentalmente– a través de las redes sociales. Hablamos, pues, del surgimiento de una nueva dimensión política con un fuerte tono interpelador; de un dispositivo de implicación horizontal que, por experiencia histórica, desestima la obediencia y busca el consenso. Este carácter epocal está en sintonía con la actividad que llevan adelante organizaciones colaborativas como Wikipedia y Wikileaks; de fundaciones internacionales como Avina, Endeavor y Ashoka; de la proliferación de TEDx bajo el lema Ideas Worth Spreading (“Ideas que vale la pena difundir”); de colectivos como la Red Internacional de Comercio Justo y Slow Food; de los microcréditos generados por el banquero de Bangladesh Muhammad Yunus; de prácticas comerciales basadas en la confianza como las que instalaron eBay, MercadoLibre, DeRemate y Craigslist, rompiendo con el modelo de negocios competitivo, en el que uno gana y los demás pierden; del concepto de universidad implementado por la Fundación Mozilla Firefox en la Peer-to-Peer University; de la protección ambiental que buscan investigadores argentinos como Nancy Lis García, Silvia Goyanes y Mirta Aranguren (UBA y UNMdP), con el desarrollo de plástico biodegradable a base de almidón de mandioca y maíz. Nada de esto, a su vez, está lejos de lo que registran investigadores como Howard Rheingold, Clay Shirky, Sir Ken Robinson, Henry Jenkins, Pierre Lévy, Dan Dennett, Jane McGonigal y Dave Meslin, por citar algunos.
Estas miradas alternativas están conformando un sujeto político de alcance global que aún resulta muy difícil aprehender. Mientras tanto, así como la Gran Rateada sirvió para que miles de estudiantes verificaran una capacidad organizativa y un potencial político nada despreciables, el 15.O sirvió para que los “ciudadanos del mundo” reconozcan la capacidad que en la actualidad tiene la construcción de muchos con muchos.
* Director académico de Lectura Mundi, Universidad Nacional de San Martín.
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